Tensión en la región ante el conflicto con Rusia.
La paz tiene un precio. Eso fue lo que defendió Estados Unidos en la cumbre de la ONU que en septiembre de 2014 tuvo lugar en Cardiff (Gales), una cumbre que supuso la “revitalización” de la alianza atlántica tras años a la deriva. El resultado de esa pujanza es que la primera potencia militar mundial quiere que los Estados europeos dispongan del 2% de su PIB para gasto militar. La presión estadounidense sobre sus socios europeos se centra en la hipótesis de que el continente está inmerso en “la peor crisis de seguridad desde el final de la Guerra Fría”, según recogía el proatlantista Instituto Español de Estudios Estratégicos, en un documento sobre la cumbre de Gales.
Hasta cuatro puntos geográficos son los que señaló la OTAN como una amenaza a la seguridad interna de la UE, al margen del creciente peso que la llamada “ciberguerra” y su correlato en lenguaje bélico, la “ciberdefensa” va tomando en los análisis de los estrategas occidentales. De esos cuatro puntos, el principal, y el único en territorio europeo, es el conflicto entre Rusia y Ucrania. El investigador en paz y desarme del Centre Delàs, Pere Ortega, considera que la guerra en Ucrania ha sido “la excusa perfecta” para que la OTAN haya recuperado “su razón de ser”, es decir, el control del que fue su principal enemigo durante décadas, Rusia. Sin embargo, Ortega, ve impropio hablar de una nueva “guerra fría”, dado que los dos bandos hoy tienen sistemas de mercado capitalistas.
En el origen de la tensión está la ruptura del llamado “cordón de seguridad” alrededor de Rusia. Una brecha ensanchada en los últimos 20 años pero especialmente a raíz de la instrumentalización de las protestas en la plaza de Maidan. “Es de una imprudencia estúpida pensar que Rusia no reaccionaría ante una revuelta [Maidan] que pretendía lanzarse en brazos de la UE y la OTAN, en un país donde el este y el sur tienen una población mayoritaria rusa. Rusia se anexionó Crimea, y algo similar pasara en el Dombas”, explica Ortega.
Las diferencias entre los países miembros de la UE van más allá de los matices de una, por otra parte, inquebrantable alianza con los objetivos de EE UU. En Europa, al casi común consenso de que en tiempos de austeridad, sangre, sudor y lágrimas el aumento de gasto militar es difícilmente justificable ante el electorado, se le opone que la concepción del peligro ruso varía mucho en función de la posición geográfica y las aspiraciones de cada Estado miembro. España, por ejemplo, según publicaba en un informe en verano de 2014 el conservador Real Instituto El Cano, acudió a la cumbre de Gales como un país “equidistante –si no rusófilo– por sus reticencias a seguir los planteamientos más agresivos respecto a Rusia de otros aliados”. En el otro extremo está Polonia, donde se sitúa, no sólo parte del escudo antimisiles estadounidense, sino también el Cuartel General de la Fuerza Conjunta de Muy Alta Disponibilidad, ejército “especial” de 4.000 efectivos preparado para una intervención por tierra.
Junto a la influencia de EE UU sobre sus aliados en el Este, está el peso de Alemania en esa región. “La suposición general en Occidente es que Alemania es una fuerza de moderación frente a Rusia; sin embargo, Merkel, en línea con Washington, se ha ido decantando cada vez más hacia el bando de los halcones”, explica Susan Watkins en el editorial del último número de la revista New Left Review. El endurecimiento de la actitud alemana puede marcar el final de un ciclo marcado por el deseo, tras la II Guerra Mundial, de que una unión libre de países europeos lograse una paz duradera en el continente.
comentarios
0