Cambios sociales
¿Con qué sueña la clase media?

Entender la mentalidad de los sectores de clase media, clave para todos los partidos.

, es autor del libro ‘El fin de la clase media’ (Clave Intelectual).
22/03/15 · 8:00
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Los cambios culturales operados en la clase media, que son sustanciales, pueden resumirse en uno, que son tanto una cuestión de identidad como de percepción. La sociología y la politología, cada vez más cuantitativas, tienden a tratar su objeto de estudio a partir de cifras y datos, lo que da como resultado un retrato que sólo dibuja parte de la realidad, y esa ceguera cuantitativa en pocos asuntos se hace más evidente que en sus análisis de la clase media. En primera instancia, porque cuando, según el CIS, el 72% de los españoles dice pertenecer a esa clase social a pesar de una cotidianeidad que lo desmiente, es claro que debemos tener en consideración elementos más amplios que los puramente económicos; y en segundo lugar, porque las identidades no se establecen únicamente desde variables materiales. Pero también nos equivocaríamos si tomásemos en cuenta sólo los gustos, valores y hábitos de esa clase social si pretendemos saber cuál es su pegamento actual, porque acabaríamos enredados en multitud de aspectos parciales, fragmentados y a veces contradictorios. 

Los grandes cambios operados en la identidad de clase media –que desde la autopercepción es casi toda la sociedad, mal que le pese a la izquierda, y más aún a la activista–, tienen mucho más que ver con lo discursivo y son fundamentalmente dos: su relación con el futuro y su relación con la norma.   

El 72% de la población dice pertenecer a la clase media a pesar de una cotidianeidad que lo desmiente

La configuración gepolítica del siglo XX tras la II Guerra Mundial condujo a una suerte de pacto tácito en el que se intercambiaba paz social por redistribución, lo cual contribuyó no solamente a consolidar una capa intermedia cada vez más poblada, sino a que las clases con menos recursos vivieran también los beneficios del Estado del bienestar, en forma de sanidad, educación, ayudas económicas y, en casos afortunados, viviendas baratas. Ese movimiento supuso también el aumento de las expectativas. La idea de progreso se convirtió en el núcleo de un estrato social, formado por personas de diferentes niveles económicos, pero que confiaban en que el futuro de sus hijos sería mejor que el suyo, que las sociedades de los años venideros tendrían mejores condiciones de vida y que sus posibilidades individuales aumentarían en todos los sentidos. Ésa es la visión que ahora queda rota, y que configura una capa media peculiar, porque al descenso de los recursos disponibles se suma la certeza de que vienen tiempos peores. La clase media comienza a percibirse sin demasiadas opciones, descree en las promesas de mejora, y suele volverse hacia lo tangible.
 

Desencanto
 

En segundo lugar, y precisamente a consecuencia del pacto tácito que la hizo nacer, la clase media –y gran parte de esa clase obrera devenida media por mentalidad– se caracterizaba por creer en el sistema. No se trataba sólo de que confiase en la política, un terreno de frecuentes acercamientos y alejamientos, sino de que se percibía como integrante de una sociedad que básicamente funcionaba. Creía en el derecho y no en la violencia, confiaba en los expertos –desde los especialistas en medicina hasta los economistas–, en la eficacia de los instrumento de control del poder, desde el periodismo hasta los tribunales, y entendía que los conflictos debían tener una solución dialogada. Eso configuró una clase habitualmente pasiva en la acción y activa en las reivindicaciones, una mentalidad que aún perdura. Gran parte de la actividad política y social de los últimos años ha consistido, también en el activismo, en visibilizar lo que ocurre y no en tejer instrumentos para ponerles solución: manifestaciones, escraches, denuncias en las redes sociales o en los periódicos nacen de esa creencia en que la visibilidad era lo primero que, por ejemplo, ha perjudicado las luchas en el terreno sindical o en el del consumo. Pero esa confianza en que los mecanismos institucionales podrían ayudarnos a resolver nuestros problemas cada vez se pone más en duda, y las clases medias miran con enorme recelo todo aquello que antes les daba seguridad. Acudir a las instituciones no suele ser solución de nada, y eso les hace sentirse mucho más impotentes que nunca.   
Las clases medias miran con enorme recelo todo aquello en que antes le daba seguridad
Estos dos elementos, la falta de futuro y la impotencia, son los que están construyendo la identidad de la clase media hoy, configurando un núcleo que acoge direcciones políticas y sociales muy diversas. Esa sensación de descontento y de pérdida vital puede llevar al deseo de transformar las instituciones, pero también a temer vehementemente los cambios; implica un mayor deseo de estabilidad y continuidad, que ha sido canalizado hacia nuevas y viejas derechas, pero también ha impulsado a partidos políticos de izquierda que prometen medidas que transformen el deterioro en progreso.
 
Este terreno discursivo constituye el centro de la política actual, en el que se sitúan distintos contendientes, articulados en torno a dos ejes. La pelea por este nuevo voto de clase media lleva a que Podemos y PSOE, por un lado, y Ciudadanos y PP, por otro, combatan por el mismo espacio. Este combate puede tener momentos de equilibrio, pero su horizonte es evidente: el éxito de uno depende del fracaso del otro.
 
Este deseo de cambio o de continuidad, que tiene que ver con el deseo de girar el futuro o con el miedo a que cambie a peor, las dos grandes variables políticas actuales, es el que tejerá el panorama electoral de los próximos tiempos. El éxito no depende del programa, sino de entender la mentalidad de las personas a las que se dirigen.
 
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