Un mes para el 9N
La brecha catalana se agranda

El proceso soberanista supone un desafío para el régimen de la Transición.

13/10/14 · 8:00
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Para explicar lo que está sucediendo en Catalunya, Joan Subirats, catedrático de Ciencia Política de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y colaborador habitual en varios medios de comunicación españoles, echa mano de una frase del escritor Isaac Rosa: “No está muy claro que la gente quiera separarse de España (…), a lo mejor quieren separarse de esta España. Y de esta España queremos separarnos muchos”, comenta Subirats, sentado en un café cercano a la Diagonal barcelonesa, en los días previos a la convocatoria oficial de la consulta y posterior suspensión de ésta por parte del Tribunal Constitucional.

Se cumplen ya tres semanas de la gran concentración de la Diada y, con el 9N en el horizonte, las noticias y los gestos en torno al proceso soberanista catalán se suceden. Si uno mira estos días las portadas de los diarios impresos (tanto los editados en Madrid como en Barcelona), parece que los protagonistas de este histórico pulso son los gobiernos –el catalán y el español–, sus partidos –CIU y PP– o sus máximos dirigentes –Mas y Rajoy–. La realidad es bastante más compleja. Y también interesante. “Esto ya no forma parte de un debate de élites políticas. Estamos hablando de otra cosa”, analiza Subirats.

Manifestación en julio de 2010 contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de Catalunya. Diada de 2012. Vía Catalana de 2013. V en Barcelona de 2014. La anterior es la secuencia de movilizaciones masivas y sin precedentes que las calles catalanas han vivido en los últimos años. El periodista y escritor Antonio Baños cuenta en su libro La rebelión catalana cómo, aquel 10 de julio de hace cuatro años –un día antes de que la selección española de fútbol consiguiese su primera y única Copa del Mundo–, la sociedad catalana sobrepasó (de un modo literal: la muchedumbre superó la pancarta que portaban diversas autoridades) a las formaciones políticas que la habían gobernado desde la Transición. A partir de ese momento muchas cosas cambiaron.

Transformaciones en el tablero político

“Las grandes movilizaciones, especialmente cuando no son esporádicas, provocan cambios y, no es uno de los menores, el de agitar a los partidos políticos tradicionales”, comenta Daniel Raventós, economista catalán y editor de la revista política Sin Permiso. A nivel estatal, el ejemplo más claro y reciente es el del 15M, un movimiento que, tras varios años de asimilación y gestación colectiva, ha influido de manera decisiva en el progresivo deterioro de partidos como el PP y el PSOE y en la aparición de iniciativas como Podemos y las candidaturas municipalistas que, en este otoño de 2014, brotan como setas por todo el territorio español. En el caso catalán, la catarsis de la gran federación política hegemónica y tradicional, CiU, vino por otra vía.

“El partido de Mas nunca fue independentista, ni favorable al derecho de autodeterminación. Era un partido hasta hace muy poco tiempo monárquico, pactista, autonomista y poco amigo de las tensiones con el Gobierno español”, analiza Raventós. De un regionalismo conservador que sirvió de sustento para sucesivos gobiernos centrales, CiU ha pasado a liderar –desde las instituciones- un proceso soberanista que está poniendo en jaque el statu quo surgido de la Transición española. El diputado catalán por la Candidatura d’Unitat Popular (CUP) Quim Arrufat todavía se sorprende ante la mutación de la derecha catalanista. “Esto es algo que no nos habríamos imaginado nunca. Cada día nos levantamos preguntándonos cuándo nos van a traicionar y pactar con el Estado”, comenta entre risas este politólogo y activista convertido, desde hace casi dos años, en parlamentario.

El partido de Arrufat, la CUP, es otra muestra de los profundos cambios políticos que se han vivido en Catalunya recientemente. La marca de la izquierda popular e independentista, nacida casi al mismo tiempo que las urnas comenzaban a desempolvarse en España tras décadas de franquismo, saltó al parlamento autonómico con tres diputados en los comicios de 2012, en aquel noviembre convulso de elecciones anticipadas tras la primera de las grandes Diadas del último trienio. Tal y como comenta Arrufat, el crecimiento del soberanismo catalán en los últimos tiempos ha coincidido con la reorganización política y el impulso popular de una izquierda independentista que, desde hace décadas, plantea “un proyecto de confrontación con la burguesía y las élites”.

Pocos meses después de aquellas elecciones, dos de las caras más conocidas de la izquierda reformista catalana, el profesor Arcadi Oliveras y la monja Teresa Forcades, lanzaron una iniciativa con un nombre revelador: Procés Constituent. Sandra Ezquerra, miembro del grupo promotor, explica cómo este proyecto nació como una propuesta para “confluir a las izquierdas soberanistas” del país, vinculando las dimensiones nacional y social de lo que se estaba viviendo en este territorio. En el manifiesto fundacional de Procés –firmado en Abril de 2013, meses antes de la oficialización de la consulta soberanista–, Oliveres y Forcades llaman a la creación de un movimiento desde abajo que “cristalice el malestar social creciente en una mayoría política organizada a favor de un cambio de modelo” y defienden la convocatoria de una “Asamblea Constituyente para definir qué modelo de Estado y de ordenación socio-económica queremos”.

El politólogo Joan Subirats explica cómo, además de los elementos (o ejes) que definen el momento político en el resto del Estado español –izquierda y derecha, y vieja política contra nueva política–, en el caso catalán se ha de añadir un tercero: el nacional. Por eso, para entender desde fuera la posición de la izquierda catalana es imprescindible tener en cuenta cómo “estos tres ejes se combinan: el de la transformación social, el de hacer tabla rasa a través de una nueva política y el de la posibilidad constituyente nueva”, comenta Subirats.

Por su parte, Quim Arrufat contextualiza este proceso en la realidad a la que se están enfrentando otras sociedades del sur de Europa, en relación no sólo a la situación económica sino también a la decadencia de una forma de hacer política contra la que la ciudadanía se está oponiendo. “Cada vez más, se está imponiendo la reivindicación de la recuperación de poder por parte de la gente. Y eso tiene que ver con soberanía, no de Catalunya, sino de los pueblos”, analiza Arrufat. Para el parlamentario de las CUP, esta crisis a distintos niveles –a pesar de no explicar el origen del movimiento soberanista catalán– “se ha cruzado con una reivindicación nacional histórica, con una crisis de Estado y con una recentralización del Estado español por una derecha que se ha recuperado más de 30 años después del fin del franquismo”.

Una gran grieta en un régimen en decadencia

“Antes una España roja que una España rota”. Algo parecido dijo José Calvo Sotelo, ministro de Hacienda durante la dictadura de Primo de Rivera y cuyo asesinato desencadenó el golpe de Estado militar en 1936. Esta es una frase de otro siglo, pero a ella se acude hoy desde cierta izquierda en Catalunya, no sin cierta sorna, para ilustrar la actitud del nacionalismo español frente al proceso catalán. Ya no es un secreto, ni siquiera en Madrid, que la posición autoritaria e inmovilista del Gobierno y las instituciones españolas es un impulso, diario y sostenido, para el crecimiento del independentismo entre los catalanes y catalanas.

Subirats habla de una diferencia de “marcos (o frames)” desde los que se observa el proceso. Desde Madrid, en una perspectiva compartida por PP y PSOE, se habla de legalidad (o de falta de ésta): “No puede ser, porque no es legal”, resume este politólogo. En Barcelona, en cambio, el relato es otro, e inexorablemente pasa por dar voz a la ciudadanía. “Hoy resulta inimaginable en Catalunya que esto se pueda solucionar sin votar”, comenta Subirats.

Para Daniel Raventós, “el derecho a decidir no es compatible” con las relaciones de poder que surgieron tras el final de la dictadura. “La defensa del independentismo, hoy y hace 25 años, no puede ser digerida, y por tanto socava de raíz el régimen de la Transición que legitimó la segunda restauración borbónica” opina este economista. Se trataría, siguiendo estos análisis, de una grieta más (quizás la más importante, a día de hoy) en un modelo político e institucional que hace aguas por diferentes puntos. ¿Y qué posición ocupa el proceso soberanista catalán en esta crisis?

Quim Arrufat, desde la posición de la izquierda independentista, lo tiene claro: se trata de “la ventana de oportunidad que permite, aquí en Catalunya, romper con el régimen y construir algo nuevo, por vía del referéndum y por vía del proceso soberanista”. Según Arrufat, si este impulso nacional no fuese tan fuerte a día de hoy, desde su grupo (y otros afines) “probablemente estaríamos planteando cómo romper el régimen por otras vías. Estaríamos en la misma tesitura que buena parte de la izquierda en el Estado español, que está haciendo la reflexión de que tenemos un problema no de partidos, sino de régimen”, concluye.

Un soberanismo heterogéneo y en tensión

A pesar de la esperanza de cambio que se percibe en el análisis de Arrufat, las posiciones dentro del soberanismo catalán son variadas. “El gran movimiento por el derecho a decidir es muy heterogéneo, como no puede ser de otra forma cuando participa de forma activa o pasiva una gran mayoría de la nación”, puntualiza Daniel Raventós. Las cifras son reveladoras, tanto desde la perspectiva de la movilización ciudadana (en varias de las últimas grandes convocatorias, el número de asistentes se ha acercado al millón de personas –en un territorio con una población que ronda los 7,5 millones–), como desde la representación institucional. Un 63% de los diputados catalanes votó a favor la declaración soberanista que la Cámara autonómica aprobó en enero del año pasado. Y, desde la convocatoria de la consulta, más del 95% de los municipios del territorio catalán (que representan en torno al 88% de su población total) ha apoyado su celebración.

Los sondeos electorales publicados recientemente pronostican un segundo hundimiento de CiU (tras el de 2012) y una fuerte subida de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). El partido de Oriol Junqueras, con la independencia como punto principal (y casi exclusivo) de su programa y sin el desgaste del Gobierno y el rifi-rafe continuo con las instituciones españolas que sí sufren los convergentes, llevan meses liderando las encuestas. ¿Pero quién está ganando la batalla por la hegemonía ideológica y discursiva del movimiento soberanista?

Quim Arrufat reconoce esa “tensión permanente” y el empuje, involuntario o no, del Estado español para que “esto vaya hacia un proceso de confrontación y ruptura” y, por consiguiente, “de cambio”. Aunque también está convencido de que la balanza poco a poco se está decantando hacia posturas más próximas a la izquierda más reformista (“Independencia para cambiarlo todo”, es uno de sus lemas) frente a los argumentos más economicistas –como la petición de un nuevo pacto fiscal– que, hasta hace pocos meses, casi monopolizaban las discusiones en torno al futuro político de Catalunya.

Joan Subirats no tiene tan claro que ese debate esté cerca de resolverse. Lo que sí percibe es “una sensación de final de etapa” y la interpretación, por parte de una mayoría ciudadana, de que hay un paquete de partidos (entre los que estaría CiU, junto a PP y PSOE) estrechamente vinculados “a la estafa-crisis, a la corrupción y a una forma de apropiación de las instituciones políticas y de desapropiación social”, analiza Subirats. “¿Hacia dónde vamos? No sabemos, pero ahí, en ese punto no queremos estar. (…) El chip ha pasado de cómo resolvemos la crisis a cómo encaramos el cambio de época”, comenta.

A pesar de que desde fuera de Catalunya apenas se escuche este análisis –quizás por dos motivos: el filtro informativo de unos medios mayoritariamente conservadores y el papel protagonista que, desde las instituciones, ha tomado CiU en el proceso–, dentro del territorio catalán sí hay voces que aspiran o reclaman la necesidad de encontrar un aliado en las fuerzas políticas y sociales que luchan por un cambio en otros lugares del estado. “Si una gran parte de la población española lo entiende, si considera que el proceso por la autodeterminación de Catalunya puede ser una gran oportunidad para su propia autodeterminación, las relaciones de solidaridad y de lucha contra enemigos comunes serán más llevaderas y especialmente más libres”, comenta Daniel Raventós.

Más allá de lo que ocurra con la votación programada para el próximo 9 de noviembre, el horizonte de Catalunya –y, no lo olvidemos, del resto del territorio español- está lejos de aclararse. Las incertidumbres y los posibles escenarios son muchos. Incluido, a pesar de lo lejano que hoy pueda parecer, la coincidencia en un punto común a partir de intereses y necesidades compartidas. “Que vaya existiendo otra España reduciría mucho la premura de separarse de esta España. Porque en el fondo todos quisiéramos otra España. Y eso cambiaría las lógicas de relación.”, concluye Joan Subirats.

Participación: impulso heterogéneo

Quim Arrufat, desde la posición de la izquierda independentista, lo tiene claro: si el impulso nacional no fuese tan fuerte a día de hoy, “probablemente estaríamos en la misma tesitura que buena parte de la izquierda en el Estado español, que está haciendo la reflexión de que tenemos un problema no de partidos, sino de régimen”, concluye. Pero las posiciones dentro del soberanismo son variadas. “El gran movimiento por el derecho a decidir es muy heterogéneo, como no puede ser de otra forma cuando participa de forma activa o pasiva una gran mayoría de la nación”, puntualiza el economista Daniel Raventós.
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