La vida en los edificios recuperados no es sencilla. A la falta de suministros se unen poderosos enemigos como los bancos y cajas o parte de la prensa.
La democracia es ese sistema en el que si llaman a tu puerta a las 6h de la mañana es la lechera. En el caso de la Buenaventura, una de las corralas andaluzas, las 15 furgonetas de los antidisturbios se presentaron un poco más tarde, cerca de las 7h de la mañana, para desalojar a las 13 familias del inmueble y a quienes trataron de interponerse para evitarlo. Todo esto en una provincia, Málaga, que tiene 76 viviendas vacías por cada mil habitantes, según el último censo del INE, y que en 2012 concentró un 21% de todos los procedimientos de ejecución hipotecaria de Andalucía (3.800 entre casi 18.000).
Decimos la lechera, pero también puede ser la compañía de la electricidad, el técnico de la empresa del agua o un señor que de repente saca fotos de tu casa. Porque, recordemos, la mayoría de inmuebles recuperados por las corralas y la PAH son muy nuevos. Todavía son más fotografiables por los agentes inmobiliarios que por el fotoperiodista en busca del drama social. Pocas grietas y pocos desconchones y, si había alguno, ahí han estado sus habitantes para taparlos. Como las goteras que taparon y los sanitarios que añadieron las vecinas y vecinos del bloque del banco malo en ‘Sarebdell’, perdón, Sabadell. Los de Salt han puesto hasta una huerta.
Recordemos el esquema: la inmobiliaria quiebra en algún momento entre 2007 y 2011, la caja que le prestó el dinero se queda con el inmueble (esto se llama dación en pago, ¿les suena?), la caja acumula muchas casas pero poca liquidez porque nadie las compra. Entonces llega el Estado, que la reestructura ordenadamente junto con otras cajas en el FROB, y le inyecta por ejemplo 24.000 millones de euros procedentes del rescate europeo (esto se llama Bankia). Y, por si fuera poco, aún le compra algunos de sus pisos, plazas de garaje, créditos impagados y así hasta 50.000 millones de euros en activos tóxicos. Esto se llama banco malo, y sus cifras son astronómicas (más de dos veces el gasto en desempleo de un año de los de antes de la crisis), pero por debajo de esas cifras lo que hay es una depreciación enorme en el valor de las cosas y de las casas. En el caso de la Buenaventura, sus habitantes se interpusieron entre Bankinter y una operación no muy lucrativa de compraventa: medio millón de euros por un bloque nuevecito de 13 pisos. No sale ni a 40.000 euros por piso: una ganga.
La vida en estas casas no es idílica. A veces, sus habitantes tienen que encadenarse a un árbol, como hizo una vecina de la corrala Utopía de Sevilla para que Ibercaja se comprometiera a un acuerdo de legalización del bloque. Otras veces, llega el ABC y saca declaraciones de antiguos habitantes que ya han conseguido un realojo en otra parte poniendo a parir a la corrala: esto ha pasado cuatro veces.
Aquí sí hay quien viva
La ficción y también el periodismo han tratado este tipo de desencuentros vecinales, pero respectivamente en el género de la comedia costumbrista o en la sección de sucesos (“Pone un explosivo en casa de vecino que se negó a pagar una derrama”). ABC, que en Sevilla desarrolla una auténtica campaña contra las corralas, los ha situado acertadamente en la sección de política local, porque ha entendido el carácter político de la recuperación de casas vacías, y hace política a su modo.
En el caso de Sevilla, estas corralas cuentan con algunos dueños ilustres de los que dibujaba Mingote: la Alegría, de un mayordomo de la Hermandad del Silencio (la corrala duró 20 días); la corrala Conde Quintana, del marqués de la Motilla (ésta duró casi nueve meses). Otras, como la propia Utopía o las recuperadas por la PAH tienen dueños menos exóticos y mucho más poderosos: son las cajas que todos hemos rescatado. Algún día, todo esto será tuyo.
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