El movimiento vecinal centró sus críticas al urbanismo de la época Maragall en la vivienda social, la movilidad y el uso futuro de las infraestructuras deportivas. El activista vecinal evalúa años después las esperanzas y temores olímpicos del asociacionismo.

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Andrés Naya es un histórico del movimiento vecinal barcelonés. En su trayectoria, cabe destacar la edición, junto con el economista Albert Recio, de un número especial de la revista La Veu del Carrer con prefacio de Manuel Vázquez Montalbán, que en noviembre del 92 repasaba alfabéticamente los hitos de la Barcelona olímpica impulsada por el alcalde Pasqual Maragall (PSC).
La Barcelona de las grandes infraestructuras, de proyectos urbanísticos firmados por el arquitecto municipal e ideólogo primigenio de la marca Barcelona, Oriol Bohigas, o de los 300.000 nuevos empleos que iban a traer los Juegos (evaporados tan sólo un año después por la crisis). Naya valora en conversación telefónica con DIAGONAL en qué han quedado, con el paso del tiempo, las esperanzas y temores (más las segundas que las primeras) del movimiento vecinal de entonces. Y prácticamente arranca su conversación con una advertencia al público madrileño, lo que le espera si en unas horas los representantes del COI deciden en Buenos Aires que Madrid es mejor sede que Tokio o Estambul. "Habrá una explosión general de alegría y una pérdida del sentido crítico. Se crea un clima de fiebre colectiva que hace muy dificil el trabajo social: con Maragall, si criticabas el proyecto olímpico eras un traidor". Glups.
"El Ayuntamiento no cumplió, o no le supimos hacer cumplir, su promesa de que el 25% de las viviendas de la Villa Olímpica tendrían uso social"Una de cada cuatro pesetas gastadas por el consistorio de Maragall en los Juegos, informaba La Veu del Carrer, era para gastos financieros, es decir, el pago de intereses. La Veu calculaba en 20 años el plazo de amortización de estos gastos. "Hasta la actual crisis", matiza Naya, "Barcelona no ha sido una ciudad especialmente endeudada, y la deuda generada por los juegos se devolvió antes de lo previsto. Pero ojo, el proyecto entero se hizo muy ligado al capital privado, al que se concedieron enormes facilidades", subraya. El 90% de las obras lo acapararon una decena de empresas, con las grandes constructoras a la cabeza, en un panorama empresarial que desde entonces no ha dejado de concentrarse.
El ejemplo quizá más sangrante para el movimiento vecinal, una de cuyas reivindicaciones históricas ha sido el acceso a la vivienda, es la recalificación de los terrenos donde se levantó la Villa Olímpica (uno los proyectos firmados por Bohigas). "De entrada fue una operación especulativa, estaba calificada como zona verde y de equipamientos en un 50 o 60%. Las viviendas de los deportistas se convirtieron luego en casas de alto standing". La promesa de Maragall de que el 25% del parque se reservaría para vivienda social quedó en eso, una promesa. "Ni la cumplió ni fuímos capaces de hacérsela cumplir", cuenta. "Teníamos problemas gravísimos en el barrio de la Mina, con casas que eran puro chabolismo vertical, pero ni la Mina ni las viviendas del Gobernador fueron una prioridad del proyecto olímpico. Hoy mismo quedan en pie unas 800 viviendas", se queja, en referencia a lo que fuera un alojamiento temporal construído para alojar a vecinos de las barracas en los años 50.
La otra prioridad para el movimiento ciudadano era la movilidad. "Todo el dinero que se gastó en movilidad fue para la construcción de las rondas de circunvalación, es decir para el coche". Naya valora que el movimiento, al menos, consiguió que se cumpliera una reivindicación histórica ya desde que el ayuntamiento tardofranquista planeara las operaciones: "las rondas fueron soterradas y no dividían ni rompían el territorio". Pero a largo plazo, opina, "el coche no soluciona nada. Hoy mismo no hay dinero para terminar de construir la línea 9 del metro, la de circunvalación, que es fundamental para Barcelona".
Instalaciones deportivas y empleo
Para el activista vecinal, la labor del movimiento quedó limitada al aspecto reivindicativo sobre equipamientos, vivienda y movilidad, y la crítica teórica a los Juegos y al deporte de élite quedó en un segundo plano. Sí preocupó a las asociaciones vecinales el futuro de las instalaciones. "Hoy vemos que el velódromo no se usa y el estadio olímpico se usa de vez en cuando para hacer conciertos. Una instalación para 40.000 espectadores que han querido regalar al Espanyol o a la selección catalana. Hasta se han inventado un museo olímpico".
El impacto en el empleo, que no fue una prioridad para el movimiento vecinal, fue evaluado positivamente por Vicenç Tarrats en un artículo para CC OO: "fruto de esta concentración de actividades, la tasa de paro sufrió una reducción cifrada en 150.000 personas, lo que supone un 43% entre 1986 y 1990, fase álgida de la construcción". El secretario de acción territorial del sindicato en Barcelona reconoce más adelante que tan sólo un año después de las olimpiadas, la crisis supuso un empeoramiento que "afectó a amplias capas de la población". Con los años, Naya estima que el impacto del proyecto olímpico en el empleo puede haberse asentado en el sector servicios y en el turismo, algo que no ha sido necesariamente positivo para la ciudad: "Barcelona se puso en el mundo como escaparate y como mercancía, y el turismo ha invadido la ciudad con unos costes sociales muy graves".
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