Hablamos con la autora de ‘¿Dónde está mi tribu?’, un ensayo radical entre los libros de autoayuda sobre crianza.
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La maternidad suele mandarte a un universo paralelo de los mundos que habitabas, lejos y desconectada de lo que vivías, pero con perspectiva para observar contradicciones sociales y vitales que antes te habían pasado inadvertidas. Desde allí llega Carolina del Olmo con su libro '¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualizada', editado por Clave Intelectual; un texto subversivo que ya ha dado mucho de qué hablar.
Has dicho que la maternidad para ti ha sido “un disparador” de tus ansias de revolución. ¿Cómo se puede defender la revolución desde la maternidad?
Tener un hijo para mí ha hecho evidente la cuestión de cómo hemos organizado esto tan mal. Yo he necesitado tener un hijo para hacerme cargo a fondo de lo que significan los cuidados, la interdependencia y la vulnerabilidad y de que ésa es la base para construir. Para mí ahora es más claro que nunca que el cambio social es necesario. No entiendo cómo se puede tener un niño o tener que cuidar de un abuelo y no querer dinamitar la sociedad tal y como la conocemos.
“No entiendo cómo se puede tener un niño o tener que cuidar de un abuelo y no querer dinamitar esta sociedad”
Explica esto de que todos deberíamos ser madres...
Esto parte de unas lecturas horribles que hice al principio de un feminismo muy institucional, que planteaba que la identificación de la mujer con la madre es intolerable y que las mujeres se realizan sobre todo a través del trabajo remunerado. Yo creo que el problema justo es el otro, el de aquellos que piensan que se puede pasar por aquí sin haber cuidado de nadie. Ahí empecé a pensar en que ser madre debería ser casi una condición para la ciudadanía, lógicamente en sentido no biológico y no de género: ser madre como forma de asumir de verdad y a fondo la responsabilidad de que somos todos interdependientes y de que el mero hecho de estar aquí ya supone que nos han cuidado y que estamos en deuda.
Dices que somos una generación de “hijos”. ¿Insinúas que no estamos preparadas para las responsabilidades y los compromisos, como los que implica la crianza?
Somos una generación criada en un hiperconsumismo hedonista que corroe todo lo que toca. Hay quien decide tener un hijo para realizarse, como quien viaja al Tíbet o se apunta al gimnasio. Nos han vendido que ser independientes es lo más, y no sólo nos cuesta dar ayuda sino también recibirla. Estamos muy convencidos de que lo que nos define son nuestras preferencias, en lugar de los vínculos, los compromisos, los proyectos.
En el libro tomas distancia con el feminismo de la emancipación de los ‘70 y te posicionas con algunos temas. ¿Las guarderías o escuelas infantiles, biberones y sacaleches no son instrumentos de liberación?
Sí y no. Podrían serlo si los usáramos bien, pero suelen ser imposiciones de un marco molesto para criar. Algunos de ellos se han tomado como si fueran una lavadora: es decir, la lavadora te libera de una carga. ¿Las guarderías, el biberón y los sacaleches te liberan de una carga o te están eximiendo de algo que es, en cierto sentido, una obligación moral? No quiero decir que dar la teta sea una obligación moral, en ese caso me da igual que se dé la teta o el biberón. Pero tampoco es sólo una carga, como lavar la ropa o fregar los platos. Es duro hablar de obligaciones morales cuando para no dejar al niño en la guarde hay que ser casi un héroe, y un héroe con unas condiciones económicas que casi nadie tiene. Cuidar a los hijos se ha convertido en una cuestión de clase. Lo malo de nuestro marco de organización social es que nos obliga a faltar a nuestra obligación, a ser inmorales. Aunque sea una faena decirlo, hay que decirlo. Es nuestra obligación y nuestro derecho cuidar de los niños, ¿pero dónde están las condiciones materiales que sustentan ese derecho?
En el contexto actual, ¿las políticas de conciliación son estériles?
Creo que son hasta contraproducentes en cierto sentido. Por supuesto, son extraordinariamente necesarias y si no existieran la gente tendría que pagar cuidados de su bolsillo o recurrir a abuelas hiperexplotadas, pero se promulgan junto con otras medidas económicas de corte general que socavan lo que las políticas de conciliación están queriendo conseguir. Nos están imponiendo medidas como la jubilación a los 67 o la ampliación de las jornadas laborales; unos pocos parches tremendamente mal orientados no van a solventar nada. El camino de las políticas de conciliación está cerrado.
“Nos imponen medidas como la ampliación de la jornada laboral (...) el camino de la conciliación está cerrado”
Señalas que la vuelta a casa de muchas madres para cuidar supone una resistencia frente al productivismo capitalista... ¿no supone también un regreso a valores reaccionarios?
Cuando decides irte a tu casa a cuidar a tu hijo te encuentras con compañeros de viaje muy poco recomendables: “¡Pero si estoy haciendo lo mismo que una madre del Tea Party!”. Esta gente piensa que yéndose a casa a cuidar ya han garantizado un adulto feliz. La diferencia fundamental es que nosotros nos damos cuenta de que sólo es un pequeño acto de resistencia y de que no podemos garantizar un adulto feliz porque nuestro hijo no tendrá ni servicios sociales, ni un salario decente, ni un marco de fraternidad en el que convivir... y te das cuenta de que para de verdad cuidar como te gustaría hay que demolerlo todo.
¿Es decir, que lo que hagamos las madres y padres no es tan influyente? Dentro del cientifismo que criticas, afirmas que se ha exagerado la importancia en la vida de una persona de su primera infancia.
Es fascinante lo interiorizado que está en nuestra cultura que la etapa que va de cero a tres es formativa para toda la edad adulta. El psicoanálisis tiene un relato perverso que encaja muy bien en las narrativas de las vidas de cada uno. Resulta extraordinariamente verosímil. Para mí es un mito como otro cualquiera. Y los psicoanálisis ‘light’ de autores como Laura Gutman son de juzgado de guardia. No estás mal porque tengas una herida interior, porque te maltrataron cuando eras pequeño, etc., sino porque estamos solos, porque no tenemos las condiciones materiales para criar...
¿Recomendarías a alguien que va a tener un hijo/a fiarse de algún experto?
Si tengo que elegir, me quedo con los neorrománticos (crianza con apego, conocida comúnmente como 'crianza natural') , con ellos tengo mucho que discutir. Con los estivilianos de pro, no con los que aplican a Estivil desesperados para poder dormir, sino a los que piensan que hay que meter a los niños en cintura y todo el catálogo, me resulta demasiado ajeno. No sé cómo se puede tratar a la gente con tan poco respeto; los niños son gente.
"Cuando decides irte a casa a cuidar de tu hijo piensas: ¡Pero si estoy haciendo lo mismo que una madre del Tea Party!"
Las reflexiones sobre el trabajo de cuidados y cómo poner las necesidades de las personas en el centro se vienen trabajando desde los feminismos desde hace tiempo, pero no lo reconoces en el libro. ¿Por qué?
No es intencionado. En parte se debe a mi evolución bibliográfica. Quizá debía haber explicado más la crisis de los cuidados y citar a las autoras españolas que han trabajado esta cuestión. Posiblemente tenga una deuda de gratitud no suficientemente reconocida con este aspecto. Pero no es sólo con este tema: al huir de lo académico, las fuentes de las que bebo en todo momento sólo se reconocen –parcialmente– en la bibliografía final.
Pensando en un nuevo modelo de organización social... ¿qué hacemos con el trabajo de cuidados? ¿Lo socializamos, lo autogestionamos, lo externalizamos?
Si no conseguimos poner límite a la mercantilización de las cosas, es muy difícil hacer nada más. En cierto sentido, mientras no tumbes el capitalismo, no hay manera de arreglar nada. Pero, claro, eso no nos puede valer: algo se podrá hacer mientras tanto. Quizá una buena manera de abordar la cuestión sea saber qué es lo que no va a funcionar: parcheando con políticas de conciliación no hay avance. Por ejemplo, en Suecia hay medidas –como el que una pareja no pueda presentar una declaración de hacienda conjunta-- que están destinadas a incentivar el trabajo femenino, lo que me espanta: ya bastante se mete el Estado en nuestras vidas. Hay que tener cuidado con lo que pedimos y con cuál es el objetivo real de ciertas políticas. El otro día se publicaba un informe que decía que la igualdad de género incrementaría el PIB. Esas cosas dan mucho miedo. Por otra parte, cuando pedimos una baja maternal más larga, hay quien dice que eso penaliza a la mujer y lastra su independencia económica: puede ser, pero entonces, pidamos renta básica, que nos daría poder de negociación.
La ‘ceguera’ de la literatura de crianza
“La ceguera al contexto y la individualización de los problemas es lo que marca toda la literatura de crianza y lo que hace que sea inservible. A principios de siglo se daban consejos tipo ‘mantén a tu hijo en cuartos amplios y bien ventilados’, y se lo decían a obreras hacinadas que vivían en la miseria en ciudades industriales. Ha cambiado el tono, pero estamos igual: se dan consejos como si todo estuviera en nuestra mano, en nuestro interior. Todo el discurso está fundamentado en que si quieres, puedes, así que si no puedes es que no quieres, y ahí viene la culpabilización”.
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