ESTADOS UNIDOS / DISCRIMINACIÓN Y NEGLIGENCIA EN LA CIUDAD DEL JAZZ
El olvido de Nueva Orleans

Dos años después del Katrina, la mitad de la población no ha regresado a la ciudad todavía. Son muchos los que continúan desplazados a lo largo de EE UU.

06/09/07 · 0:00
Edición impresa
Texto de Christopher Holmb_ÑCK y Rebeca Ibáñez, Nueva Orleans.
 
MADERA Y BARRO. El huracán se
cebó con las construcciones de
los barrios populares / Salta

Sus casas no han sido reconstruidas,
los edificios de vivienda pública
no han vuelto a abrirse. Activistas
locales y vecinos coinciden en que
los políticos, las agencias y corporaciones
están trabajando duro para
que les resulte lo más difícil posible
a los pobres y negros regresar a
Nueva Orleans. “Quieren convertir
esto en Disneyland”, es un comentario
repetido.

Activistas y periodistas locales
destacan dos cuestiones: Katrina
fue un desastre creado por la incompetencia
de los políticos, y a pesar
de que el huracán hizo que empeorasen
los problemas de la ciudad,
más que nada reveló las injusticias
estructurales que siempre habían
estado ahí. Desde luego, Katrina fue
un desastre natural -aunque algunos
argumentan sobre el calentamiento
global-, pero la destrucción
y el coste de vidas pudo haberse evitado.
Todo el mundo sabía que la
ciudad no estaba preparada para soportar
un huracán de esas características,
pero a pesar de esto no hubo
ningún intento serio ni para mejorar
la infraestructura ni para crear
planes de evacuación. Los que se llevaron
la peor parte fueron pobres y
negros. Sin acceso a vehículos particulares,
o liquidez económica, dependían
totalmente de los planes de
evacuación públicos. En este aspecto,
el racismo inherente de la ciudad
fue mostrado al mundo. Pero el desastre
causado por la negligencia de
las autoridades continúa. La ciudad
no está preparada para el próximo
huracán. Las áreas más ricas y blancas
ya tienen servicios públicos funcionando
y casas reconstruidas,
mientras que otras zonas más pobres
están viendo más policía y militares
que labores de reconstrucción.

El Lower 9th Ward, un barrio con
una larga historia de generaciones
de familias negras de clase trabajadora,
fue completamente arrasado y
lavado por el huracán. Hoy permanece
prácticamente desierto. Casi
todos los restos materiales de la devastación
han sido limpiados, la
electricidad ha vuelto. Pero todavía
no tienen lo que creaba y mantenía
la comunidad y las redes sociales:
iglesias, colegios -el primero se reabrirá
este otoño-, autobuses públicos
y, sobre todo, gente.

Organizarse

Una de las organizaciones que trabaja
en labores de reconstrucción
en este barrio es Common Ground.
Apenas unos días después de la tormenta
se organizaron y empezaron
a dar las respuestas a las necesidades
básicas de la gente, asistencia
que ni el Gobierno ni el Ayuntamiento
fueron capaces de proporcionar.
Hoy en día, Common Ground
da servicio en toda la ciudad, además,
ofreciendo asistencia médica
gratuita en la clínica en el barrio de
Algiers. Se sustenta con el trabajo de
voluntarios, la mayoría jóvenes y
blancos que vienen de todas partes
de EE UU a echar una mano. Preguntamos
a uno de ellos, ingeniero,
por qué estaba aquí. “Las raíces de
muchos de los problemas de este país
están aquí”, dice. “Si consiguen salirse
con la suya y hacer lo que les dé
la gana, no tardarán mucho en joder
al resto del país”,añade.

Algunas casas ya están reconstruidas,
a poca distancia de los diques
que se rompieron hace dos años.
Muchas de ellas están todavía a medio
construir y esperando que los
propietarios regresen a ocuparlas.
Aquí viven y trabajan los voluntarios
y algunos vecinos. Ahora, una de sus
tareas principales consiste en cortar
el césped de las parcelas. Un voluntario
nos cuenta que esto se debe a
una nueva ley que autoriza a la ciudad
expropiar la parcela si esta parece
que está abandonada. Pero los voluntarios,
muchos menos que el año
pasado, apenas consiguen sacar trabajo
adelante, y el Ayuntamiento está
empezando a expropiar.

Los medio derruidos pilares rodeados
de parcelas con el césped perfectamente
cortado dan una sensación
extraña y fantasmal al ya de por
sí desolado paisaje del barrio. Las
calles siguen allí, las escaleras de lo
que fueron los porches de las casas,
las escuelas abandonadas,
iglesias vacías llenas de moho, un
cartel anunciando la próxima misa
en agosto de 2005. De vez en cuando,
una patrulla de la policía militar
aparece, con sus coches pintados de
camuflaje. Varios de los voluntarios
denuncian que han sido violentados,
insultados y agredidos por la policía
militar, que los llama niggerlovers
(“amiguitos de los negros”). Podría
ser descrito como una zona de guerra
si no fuera por los turistas que de
vez en cuando aparecen escondidos
dentro de taxis, o en minibuses, aferrándose
a sus videocámaras. La
mayoría no se baja de los automóviles.
Cómo se siente Commun
Ground respecto a este fenómeno se
demuestra en un cartel situado estratégicamente:
“Turistas: avergonzaos,
conducid por aquí sin parar,
pagando para contemplar mi dolor.
Más de 1.600 murieron aquí”. En 15
minutos en bici estás en otro mundo,
en el famoso French Quarter.
Casas de estilo victoriano, en perfecto
estado de conservación sin rastro
de haber sufrido un huracán, con
una economía organizada alrededor
del turismo: tiendas de souvenirs,
carrozas de caballos, y cócteles
bautizados ‘Huracán’.

Demoliciones

A lo largo de esta ciudad tan segregada
y de contrastes se esparcen
enormes complejos de viviendas. La
mayoría son pequeñas y construidas
en madera principalmente -desde
luego no es el material más apropiado
para soportar huracanes-, pero
estos complejos son edificios sólidos
de ladrillo, normalmente de tres
pisos y en buen estado. Todas están
cerradas a cal y canto: placas de acero
cubren puertas y ventanas, no sólo
demostrando que nadie vive allí,
sino también que nadie tiene permitida
la entrada para vivir allí. Se trata
de viviendas públicas -apartamentos
para los pobres-. La mayoría
tienen previsto su derribo. el
ayuntamiento argumenta que estos
edificios no son seguros. Activistas y
grupos de base no se creen una palabra.
Todo forma parte de la estrategia
para mantener a los pobres lejos
de la ciudad, dicen.

El 4 de julio, Día de la Independencia,
docenas de personas sin techo
se empezaron a manifestar a
las puertas del Ayuntamiento de
Nueva Orleans. Se niegan a dejar
de manifestarse hasta que no se paren
los planes de demolición, exigiendo
la reapertura y realojo inmediato
de los antiguos inquilinos.
Según nos cuenta Malcolm Suber
de People’s Hurricane Relief Fund,
la ciudad suma ahora 12.000 ‘sin techo’
cuando antes del Katrina la cifra
era de 6.000. A finales del mes
de julio, los ‘sin techo’ y activistas
formaron una asociación. La resistencia
continúa muy viva en la ciudad,
y el descrédito y el escepticismo
sobre las autoridades es más
fuerte que nunca. El sentimiento de
que “tenemos que hacer las cosas
con nuestras propias manos” prevalece.
En una reunión de distintos
grupos de activistas locales, una
mujer apunta que a la gente se le
había olvidado trabajar y cooperar
juntos. “No agradezco a Katrina
que se llevara mi casa”, dice, “pero
sí le agradezco este resurgir entre
nosotros, este nuevo énfasis en la
posibilidad de trabajar juntos”.

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