Las manifestaciones del 8 de marzo han sido siempre un momento de celebración, de reunión y de fiesta. Desgañitarte repitiendo consignas, lemas repetidos incesantemente con un tono de voz familiar y agudo. Una manifestación que se espera todo el año con ganas, y éste no iba a ser menos, ni con el cielo encapotado de Madrid.
Un arcoiris de paraguas ocupaban la plaza de Jacinto Benavente a las 8 de la tarde. Caras sonrientes cubiertas con gorros y capuchas. Todas preguntándose dónde se había escondido la maldita estatua del barrendero, que parecía haber desaparecido entre la masa de gente. Unos minutos de espera antes de salir y cuando pasaban casi media hora el sonido de los tambores comenzó a sonar. El grupo de batukada daba inicio a la manifestación. La plaza de Jacinto Benavente comenzó a llenarse de banderas.
Diversos grupos de izquierdas ocuparon los lugares centrales, haciendo que el violeta pasase a un segundo plano. Comenzaron los murmullos entre las presentes: ¿qué hace aquí esta gente? ¿No pueden dejar en casa la bandera ni un día? Muchas se alejaron, buscando zonas “menos hostiles”. Un grupo de hombres portando cuatro banderas comunistas, dos republicanas y un pendón castellano, en fila, casi en formación, como soldaditos de plomo, comenzaron a gritar: “Menos batukada y más barricada”. Sus voces graves desentonaron en medio de la plaza. Lo repitieron varias veces, hasta que una mujer presente se acercó a ellos. “¿Es que no sabéis qué día es hoy?,” les gritó. “¡Esto es una manifestación de mujeres! Dejad de ser los protagonistas”, a lo que uno de ellos respondió: “me vas a decir tú dónde puedo o no puedo estar”. Intervinieron entonces otras tres mujeres, y el enfrentamiento se agudizó. El grupo de “soldaditos” comenzaron su defensa ante tal agravio con argumentos como “esto es un día de lucha obrera, no sólo feminista”, o “lo que deberíais es aprender cuál es el origen de este día”. “Déjalas, si luego votarán a Izquierda Unida”, buscó zanjar otro la discusión. Para finalizar con el impagable comentario “¿pero quién va a luchar luego por ti?”, que fue contestado con un rotundo "yo". En unos minutos, otro grupo de mujeres se acercó para dar apoyo a las primeras y comenzaron a cantar “estoy hasta el culo de tanto tío chulo”, acallando las voces que seguían increpando a las compañeras.
Incidentes como éste se sucedieron a lo largo del recorrido, entre discusiones en corrillo sobre la pertinencia o no de que estuvieran presentes hombres en esta manifestación. “Un día al año, es sólo un día al año para que nos dejen tranquilas”, repetían algunas. Diversidad de posturas, diversidad de generaciones, diversidad de procedencias. No había una sola respuesta.
La manifestación transcurrió sin demasiado brillo, con más comentarios entre compañeras que cánticos a gritos. Muchas lo achacaron a la lluvia, otras al cambio de recorrido (que por primera vez en Madrid abandonaba el clásico para orientar la manifestación hacia la plaza de Cibeles),... No fue hasta después de la lectura del manifiesto y que se desconvocase formalmente la manifestación pasadas las 10.30 de la noche cuando empezó “la verdadera” manifestación del 8 de marzo.
Reclama las calles
Se había convocado a muchas de las presentes a un segundo recorrido, éste ya “no mixto” para hacer un reclama las calles y finalizar con una acción de #cuelgatusbragas. El recorrido se inició con el humo de una bengala violeta y se encaminó por el Paseo del Prado hacia el sur. Un cordón de unos 10 policías nacionales se interpuso en su camino a los escasos 200 metros. El grupo de unas 100 mujeres se detuvo. A los minutos decidieron regresar a Cibeles para volver a intentar bajar el paseo por la mediana. Volvió a suceder lo mismo y el grupo regresó nuevamente a la plaza. La policía se retiró a un costado, momento que el grupo aprovechó para iniciar el camino nuevamente y asaltar unos metros más abajo la carretera. La policía ya estaba a la espalda, con sus furgonetas, y el grupo consiguió llegar hasta Neptuno, voz en grito, repitiendo “La calle y la noche también son nuestras”. Las detuvieron en Neptuno y las rodeó un cordón de policías, mientras se leía un segundo manifiesto. La policía las empujó hacia un lateral, momento en el que el grupo se encaminó hacia Huertas y comenzó a callejear, coreando lemas clásicos como “polla violadora a la licuadora” o “mi cuerpo, mi vida, mi forma de follar, no se arrodillan al sistema patriarcal”. Aquello sí era, al fin, una manifestación feminista. La marcha finalizó en la plaza de Antón Martín, con el cuelgue de bragas en la reja de una farmacia, a modo de altar.
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