Dos grandes retos del movimiento

Tras el fin de la mili el primer
gran reto del movimiento
antimilitarista es
reinventarse. Pronto quedó
demostrado que con la conscripción
también terminaba un ciclo de
30 años de movilización. Desde entonces,
el movimiento antimilitarista
ya no tiene ni tanto protagonismo
ni tantas oportunidades para
plantear debates. Por si eso fuera
poco, las Fuerzas Armadas han recuperado
a ojos vistas la capacidad
de influencia social que habían perdido,
hermoseando cada vez con

19/02/09 · 0:00
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Tras el fin de la mili el primer
gran reto del movimiento
antimilitarista es
reinventarse. Pronto quedó
demostrado que con la conscripción
también terminaba un ciclo de
30 años de movilización. Desde entonces,
el movimiento antimilitarista
ya no tiene ni tanto protagonismo
ni tantas oportunidades para
plantear debates. Por si eso fuera
poco, las Fuerzas Armadas han recuperado
a ojos vistas la capacidad
de influencia social que habían perdido,
hermoseando cada vez con
más eficacia las nuevas caras del
militarismo. Aunque los valores y el
repertorio de acciones sean los mismos,
lo más importante sigue siendo
atribuirle sentido a la necesidad
de la militancia en el antimilitarismo.
Será más trascendente detenerse
en el porqué del antimilitarismo
que en la promoción de su
activismo. Quizás por eso los grupos
antimilitaristas más conscientes
dedican sus mejores esfuerzos a
reinventar el repertorio de expectativas,
para que la pequeñez no sea
sinónimo de irrelevancia.

El segundo gran reto del movimiento
es saber permanecer. Lo hace
cuando está presente en otros
movimientos sociales, y cuando
crea redes propias y coordinadoras
internacionales, o cuando realiza
acciones noviolentas contra instalaciones
militares y campañas de
objeción fiscal y contra los gastos militares, además de denunciar esa
pedagogía gamberra que los ejércitos
llevan a cabo en colegios y ferias
infantiles. A nadie se le escapa
que en estos momentos el movimiento
antimilitarista ni puede (ni
se plantea) tumbar un marco normativo
concreto mediante una campaña
de desobediencia civil que sea
masiva e imaginativa y esté apoyada
socialmente, tal y como ya hizo
cuando ayudó a abolir la conscripción
a través de la objeción de conciencia
y la insumisión. Pero tampoco
es muy difícil observar las señales
de su auténtica influencia cultural
en un mundo tan belicoso como
el actual, donde la guerra se ha
hecho omnipresente y determinante:
hay todo un legado de ideas favorables
al pacifismo político que
pone a la defensiva a los voceros de
las políticas militaristas, a los que
defienden la producción y venta de
armas, a los que justifican las guerras
preventivas, etcétera.

Si algo demuestra que el movimiento
antimilitarista influye socialmente
es que, con sus valores y sus
mensajes, consigue dinamizar el
movimiento pacifista y politizar el
antibelicismo cultural que comparte
buena parte de la sociedad.

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