BARRIOS // EL VECINDARIO DE UNA ZONA DEGRADADA CRITICA LOS PLANES MUNICIPALES DE REFORMA
El Ayuntamiento de Barcelona quiere tapar El Forat de la Vergonya

El Forat de la Vergonya (el agujero de
la vergüenza) es una zona céntrica de
Barcelona, así llamada por el propio vecindario
debido a su degradación urbana.
Esta misma percepción ha justificado
los planes de reforma interior que, desde
los ‘80, han multiplicado las expropiaciones
y desalojos de la población con rentas
más bajas. Parte del barrio se ha hecho
fuerte en torno a la defensa de un solar
y la denuncia de una reforma que,
consideran, no les tiene en cuenta.

22/07/06 · 20:05
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PLAZA RECUPERADA. El futuro de la plaza conocida como El Forat de la Vergonya (agujero de la vergüenza) es el escenario de
un pulso entre el Ayuntamiento y los vecinos tras el derribo de varias casas que habían sido expropiadas. // Guillermo Valle

El Plan ha sido alabado en diversos
foros internacionales de Ciudades
Sostenibles, ganando incluso
el Concurso de Buenas Prácticas
patrocinado por Dubai en
1996 por la capacidad de “hacer
compatible la residencia con la actividad
económica terciaria (comercio,
hostelería, turismo, servicios,
ocio) y potenciar su rango de
centralidad mediante la instalación
o potenciación de una oferta
cultural importante”. Sin embargo,
para llegar a este modelo ‘ideal’
son varias las cosas que hay que
transformar, algo que el Plan contempla:
“La revitalización económica
(...), dignificando la zona mediante
la expulsión de actividades
no deseadas y conformando un
entorno atractivo para la localización
de nuevas actividades”. Cambios
de actividad económica y
también cambios en la composición
social de los barrios afectados,
algo que no gusta tal y como
está: “Los indicadores socioeconómicos
presentan elevados índices
de paro, lo que unido a la pérdida
de actividad económica marcaba
una espiral de marginalización en
el distrito”. Se pone en duda la capacidad
de realojo de las familias
afectadas por la ‘rehabilitación’ y
se estimula la construcción de
nuevas viviendas. Los actuales vecinos
son los que el informe denomina
“Puntos débiles”, que se caracterizan
por una “estructura comercial
envejecida e inadecuada a
las prácticas modernas” y la “degradación
social que ha creado
una mala imagen del distrito”.

Santa Caterina es un eje central
en estas actuaciones urbanísticas
del centro de la ciudad. Precisamente
en el solar dejado tras el
derribo de varias casas expropiadas,
los vecinos plantaron en las
navidades de 2001 a 2002 un abeto
frente a una de las últimas manzanas
habitadas. Con ello reivindicaban
una simbólica zona verde
en el lugar donde el Ayuntamiento
tenía previsto construir un parking
y nuevos apartamentos para
estudiantes. La reacción de las autoridades
fue la de cortarlo y menospreciar
las demandas de los
vecinos disconformes con los planes
de reestructuración de la zona.
A partir de ahí empezó para
muchos la resistencia. Ya antes
hubo expropiaciones y derribos,
también, según algunos vecinos,
“sobornos” para abandonar las
casas y dividir las demandas vecinales
que exigían un plan que
contara con ellos. Ahora, tras varios
años de luchas “desde lo del
pino”, con multitud de apoyos
(desde grupos de urbanistas hasta
el movimiento de okupaciones)
la zona visualiza el conflicto entre
dos modelos antagónicos.
Frente al diseño uniforme y la
ciudad marca, se ha construido
en el solar una plaza pública, un
lugar de encuentro, un huerto comunitario,
además de espacios de
juego y zonas verdes. Bautizada
por los vecinos como El Forat de
la Vergonya (el agujero de la vergüenza),
el Ayuntamiento trata
de aplicar un nuevo proyecto para
la reurbanización de la plaza,
que sigue sin contar con la participación
de los vecinos afectados
y trata de maquillar las voces disidentes
a través de entidades ajenas
al barrio, pues según denuncia
el Colectivo El Forat “se ha
empezado a informar sobre proyectos
que ya han sido aprobados”
y “ha sido redactado por un
equipo de arquitectos completamente
ajenos al Forat, elegidos
sin previo concurso de ideas y
que están al servicio de un cliente,
el Ayuntamiento”. La única posibilidad
que les queda de participar
es a través de las Comisiones
de Seguimiento formadas por el
distrito y entidades afines donde
ya se han consensuado el tipo de
equipamientos (pista deportiva,
huertos, juegos infantiles) pero no
su ubicación concreta ni su gestión.
El Colectivo El Forat ha redactado
una denuncia administrativa
por cómo se ha llevado este
proceso, en su opinión “no son las
plantas individuales en su ubicación
concreta lo que queremos
salvar, sino este estilo de plaza
central de pueblo, un sitio para la
convivencia de la gente que hay
ahora y no diseñada para una economía
basada en obras especulativas
y pensada para un turismo
constante”.

En poco tiempo empezarán las
obras en las calles cercanas. Con la
excusa de “reformas necesarias”, el
Ayuntamiento de Barcelona pretende
retomar el control de un espacio
que cuestiona los modelos de ordenación
y gestión urbanos. El comunicado
del Colectivo El Forat finaliza:
“Queremos que se respete lo que
existe, en vez de imponer otro modelo
de ciudad encima, olvidando la
vida de nuestro barrio”.

Donan árboles desde Sicilia

El sábado 1 de julio doce fresnos
completaron la vegetación que ya
existía en El Forat como fruto del
trabajo vecinal. Los árboles procedían
de una donación de la localidad
de Castelbuono, en Sicilia.
«Un arquitecto de allí descubrió El
Forat por casualidad, se interesó
por lo que hacíamos y propuso a
su alcalde la donación», explica
Mateo, del colectivo vecinal que
organizó la plantación.
Castelbuono simbolizaba así su
apoyo al espíritu del proyecto
defendido con uñas y dientes en el
forat. «No se trata simplemente de
crear una plaza para que la gente
pasee», asegura Mateo. Se trata,
sobre todo, de crear vínculos entre
el vecindario. Por ejemplo, el contacto
entre generaciones: la gente
mayor procedente del campo
puede enseñar a los más jóvenes
qué es un huerto o los usos de la
madera. Un valor añadido, como lo
define Mateo, que el colectivo de El
Forat quiere ver incluido en el proyecto
de reforma. «Nuestro problema
de comunicación con el Ayuntamiento
es que le cuesta entender
esta dimensión participativa, ellos
se creen que queremos dejar todo
como está», señala.

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