El 15M es también una paradoja y una contradicción: es decir «personas» y decir «común», es decir «somos únicas» y a la vez «somos iguales».

¿Es justo decir que lo que sucedió en España a partir del 15 de mayo de 2011 nos salvó como sociedad? Quizás es exagerado, pero a la vez es justo. Es justo decir que en esas plazas se visibilizó una sociedad que estaba rota, aislada, triste. ¿Es justo decir que esas plazas fueron un puente entre dos momentos, entre dos generaciones?
El 15M se protegió sabiamente de los partidos políticos y de la lucha electoral. Se defendió de esa velocidad en la que estamos ahora metidas
Escribimos este artículo pensando en dos generaciones. La de quienes lucharon por la democracia y la de aquéllos a los que la democracia por la que se luchó ya no nos estaba dando nada. La de quienes forjaron eso que se llamó Cultura de la Transición y la de quienes nos sentimos ajenos a dicha cultura porque nos expulsa generacional y económicamente de la política. En esas plazas transitamos, nos vimos, nos encontramos. Hubo quienes sentimos en esas plazas que las ciudades en las que vivíamos podían ser nuestras de nuevo. No 'nuestras' de una parte de la sociedad, de un partido, de un grupito: nuestras de la ciudadanía al completo. Porque sentíamos que nuestras ciudades no nos pertenecían, pertenecían a los políticos y a los banqueros que nos quieren convertir en mercancía. También nos encontramos con quienes fueron avisados por sus hijos y sus nietas de que estaba pasando algo que, aunque muy distinto, recordaba a un anhelo común de libertad y democracia.
Nos preguntan estos días por el 15M y nos preguntan a nosotros y nosotras, que estamos embarcadas en una campaña electoral y una candidatura como la de Ahora Madrid y decimos: "no preguntéis qué fue del 15M, y no nos lo preguntéis a nosotros". El 15M está siendo. En muchas partes, de muchas formas, más organizadas y menos. El 15M se protegió sabiamente de los partidos políticos y de la lucha electoral. Se defendió de esa velocidad en la que estamos ahora metidas. Se defendió de esa escasez en la que compiten unos con otros. Se defendió, insistimos, con buen criterio. «Formad partidos», dijeron desde el poder y nosotras, que ahora nos presentamos a las elecciones, intuíamos que había buenos motivos para no hacerlo: que era muy inteligente resistirse a ello.
Y gracias a esto, a no aceptar la imposición de ese ritmo frenético, nacieron miles de asambleas de barrio, grupos de apoyo, iniciativas, colectivos, etc. Gracias a esa lentitud nacieron mareas que empezaron a redefinir la forma del sindicalismo y de la huelga. Gracias a esta resistencia se inició una crisis de sentido que hoy se expresa cuantitativamente en el desplome del bipartidismo y cualitativamente al ver una campaña en la que democracia, participación, transparencia, parecen ser la bandera en la que se envuelve todo el mundo para conseguir votos. Pero esos conceptos no los pusieron en boga los partidos políticos ni las elecciones. Lo hizo la gente imaginando, reclamando y proponiendo.
El 15M es también una paradoja y una contradicción: es decir «personas» y decir «común», es decir «somos únicas» y a la vez «somos iguales». Ni siquiera tiene una sola lectura del todo compartida ni uniforme. Ayer mismo nos preguntaban por manifestarse en la jornada de reflexión y respondíamos, en direcciones opuestas, gentes que estamos dentro de la misma candidatura. ¿Toca desobedecer? ¿Toca votar? Creemos que el tiempo de las preguntas excluyentes se puso en crisis el 15 de mayo de 2011. Hay muchas formas de hacer política y casi siempre habitan a la vez en una misma persona. No hay un camino, hay miles. No hay una respuesta: hay miles.
Creemos que el 15M, que cambió para siempre nuestras vidas, es una llave que también abrió muchas puertas que parecían cerradas y construyó un puente que nos permitió encontrarnos y reconocernos a partir de nuestras diferencias. Aún hoy, aprendemos del 15M cada día e intentamos estar a la altura de lo que para nosotras significa. Vamos a entrar en el Ayuntamiento con una llave y vamos a construir un puente. Si somos capaces, creemos que van a pasar muchas cosas buenas. Si no lo somos, sabemos que hay una sociedad preparada, imaginativa, curiosa, que no va a volverse a casa porque, eso también lo aprendimos en esas plazas, nos va la vida en ello y quizás conviene recordar que puede ser que no haya casa a la que volver. La recuperaremos, claro, de una forma u otra. Nos lo dijimos una y mil veces y nos lo seguimos diciendo, no nos cansamos: Sí se puede.
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