Cuando se cumplen 30 años del desastre en la central nuclear rusa, entrevistamos a una de los supervivientes.

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Con la energía y la pasión de quien ha tenido que vivir siempre como si fuera el último día, Svitlana Shmagailo ha venido a España invitada por Greenpeace para mostrar la cara más dura de la energía nuclear y explicar la situación de las víctimas, cuando se cumple el trigésimo aniversario del peor accidente nuclear de la historia.
Es una de las supervivientes del desastre de Chernóbil y hoy lucha por mejorar la calidad de vida de familias y niños de su entorno y por el respeto al medio ambiente. Colabora con Chernobil Elkartea, una asociación del País Vasco que trae a niños de la zona contaminada a Euskadi para que pasen el verano fortaleciendo su salud. Aunque han pasado 30 años desde aquel trágico 26 de abril de 1986, Svitlana recuerda con mucha claridad cómo ella y su familia vivieron aquellos días y los años posteriores.
¿Qué recuerdas del accidente?
Yo tenía doce años. Recuerdo muy bien ese 26 de abril porque por la noche oí un gran estruendo de coches por la carretera que lleva a Chernóbil. Durante la mañana siguiente, continuaron circulando vehículos: eran militares y todos estaban preocupados. Cuando preguntamos qué ocurría, nadie lo sabía ni nos decía nada, comentaron que a lo mejor se trataba de un incendio. Yo pasé el resto del día con mi madre trabajando en el campo, como un día normal.
¿Cuándo empezáis a conocer lo que realmente sucedió?
No es hasta unos días después, el 1 de mayo, cuando los militares empiezan a recomendarnos una serie de medidas básicas de precaución: cerrar las ventanas, no salir a la calle sin necesidad, limpiar las frutas, ducharse cada día, proteger la comida local... Ahí entendimos que se trataba de algo serio, pero pasamos muchos más días sin saber lo que era la radiación. El 9 de mayo nos lo comunicaron, pero nadie nos informó de cuánta era, cómo de nociva o qué efectos podía tener.
¿Vuestro pueblo estaba muy contaminado por la radiación?
Nuestro pueblo, Orane, está a 35 km de Chernóbil. Tuvimos la suerte de que el viento mantuvo dirección norte durante unos días. Aun así, la aldea también estaba muy contaminada, y los propios militares y liquidadores traían la radiación cuando venían a descansar. Nos dijeron que no nos preocupáramos porque el pueblo estaba limpio y había poca radiación, pero que debíamos ser cuidadosos y tomar medidas por si acaso.
¿Cómo se vivió esta situación en Orane?
Estábamos todos muy nerviosos. Yo vi a mi madre muy preocupada y, aunque yo era muy pequeña, sabía que ocurría algo grave. Nos dieron yodo para tomar, pero no todo el mundo pensaba que era importante para la salud; no nos explicaron absolutamente nada sobre la radiación. Nos dieron medicina asegurando que era profiláctica. Finalmente, no tuvimos que evacuar el pueblo y llegamos a vivir durante unos años con normalidad, con radiación, pero sin ver sus efectos. Al principio, todo el mundo era muy cuidadoso con las medidas de precaución. Pero con el paso del tiempo, la gente empezó a descuidarlas. Al fin y al cabo, aunque los productos locales podían estar contaminados, la gente necesitaba comer, y nadie tenía ningún medidor de radiación que le indicara si podía o no consumir sus patatas.
¿Qué medidas se tomaban en tu familia?
Nosotros hacíamos todo lo que mandaba nuestra madre. No nos daba de tomar leche porque decía que contenía mucha radiación. Nos duchábamos todas las noches pero no teníamos ducha en casa, era una bañera y usábamos cubos de agua. Recuerdo que nos daba de tomar yodo y compraba solo productos que se podían comer porque no entraba mucha radiación en el cuerpo, como los plátanos. Recuerdo que en la escuela nos decían que solo podríamos vivir dos años más con la radiación. Yo pasaba mucho tiempo angustiada preguntándome y planeando cómo iba a vivir esos dos años. No me imaginaba cómo podía ser el día que yo muriera. ¿Cómo iba a continuar mi madre sin mí? Y con el tiempo, empezaron a notarse las consecuencias.
Quince años después, comenzaron a surgir enfermedades muy serias. El cáncer es la primera enfermedad, muchísima gente ha muerto. Vivimos como si la vida fuera un día porque no sabemos qué esperar. Allí el cáncer es como un catarro. Estamos acostumbrados a esta enfermedad, a sentir pena. En cada casa todos tienen parientes o vecinos muertos o enfermos de cáncer. Cuando vas a una clínica de oncología, no te puedes ni imaginar la cola que hay. Además, muchos vecinos no tenían suficiente dinero para comprar medicinas.
¿Crees que se puede prescindir de la energía nuclear?
Han pasado 30 años y este problema es cada vez peor. Todavía no sabemos qué efectos seguirá teniendo. Si vuelve a ocurrir una desgracia como esta, los políticos y la gente importante se librarán, pero nosotros, las personas normales, seremos las que lo suframos. Yo no quiero esta energía nuclear, podemos vivir sin ella y sería mejor así. Nadie puede asegurar que aquí no sucederá algún día lo que ocurrió en Chernóbil.
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