La ocupación iraquí por EE UU es vista por sectores gays occidentales como algo positivo para las libertades sexuales en el país. Los homosexuales de Bagdad se ríen de esta percepción y, aunque el régimen baazista tenía muchos defectos en ese sentido, sostienen que ahora su situación es peor.
- Francesc Poblet
- SITUACIÓN MÁS DIFICIL. Que un hombre mantenga su mirada a otro hombre en Iraq se ha convertido en algo sospechoso tras la invasión norteamericana.
Según el estereotipo que circula en EE UU y Europa, la aventura bélica de Bush en Iraq ha contribuido a mejorar la situación de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales (LGTB), en tanto que se han ‘exportado’ a Iraq las libertades sexuales. La tesis es mantenida incluso por ciertos sectores gays occidentales, como la asociación londinense Outrage, que abogó por mantener las tropas de la coalición en Iraq para preservar los derechos de la población LGTB. Los homosexuales de Bagdad, ciudad donde vivió en el siglo VIII el poeta Abu Nawas -amante del vino, la buena vida y los muchachos, todo un símbolo del epicureísmo y la homosexualidad en la cultura árabe- se ríen de tal percepción y añoran tiempos mejores: la invasión estadounidense ha empeorado notablemente su situación.
En palabras de Adrian Gillan, periodista gay destinado en Bagdad, en el Iraq anterior a la invasión la vida no era fácil para las personas LGTB, pero su situación “no era el infierno gay que alguna gente podría estar interesada en pintar”. En el régimen de Saddam Hussein no existían ‘leyes de sodomía’; el Gobierno no mantenía ninguna simpatía por la comunidad LGTB, pero la represión se focalizaba en la oposición política. Las dificultades provenían más bien de la tradición y del control social, fuertemente opuestos a comportamientos contrarios a las normas sexuales mayoritarias. El carácter laico del régimen baazista no hacía de la homosexualidad un casus belli: “se daba una atmósfera compleja, represiva, en la cual las acusaciones homófobas iban más dirigidas a los disidentes que a las personas LGTB propiamente dichas”. Gillan no logró documentar ningún abuso homófobo durante su estancia en el país.
Sin embargo, sí hubo una vuelta de tuerca en la última etapa de Saddam: en noviembre de 2001, el Consejo Revolucionario (poder ejecutivo baazista) aprobó un decreto según el cual se castigaba con pena de muerte la prostitución, la homosexualidad, el incesto y la violación -una medida que numerosos observadores interpretaron como un intento de atraerse las simpatías de los sectores integristas, de creciente influencia, frente a un inminente ataque estadounidense ante el cual era necesario tejer alianzas desesperadas. Pero la medida homófoba no fue aplicada en ninguna ocasión.
La Constitución y Abu Ghraib
El contraste con la situación actual es drástico, en especial en lo que se refiere a la homosexualidad masculina: “Antes de la invasión, las cafeterías, los zocos y ciertas calles servían de lugares habituales de encuentro para hombres”, declaraba un gay iraquí a un medio LGTB en enero del 2005. “Durante la invasión, todo eso se acabó: mantener la mirada de otro hombre -la forma habitual de ligar entre gays- es ahora algo sospechoso ante los soldados estadounidenses y ante las milicias: te confunden con un miembro de la resistencia o con un espía pro-occidental”. Una confusión que supone un enorme peligro y que se evita a toda costa. “Mucho me temo que con la victoria de los partidos religiosos en las elecciones la situación va a empeorar aún más”. El abando
- Francesc Poblet
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no del laicismo se ha consagrado con la nueva Constitución, impuesta por EE UU, que señala al Islam como fuente de Derecho: la legislación sobre sexualidad, matrimonio, divorcio y derechos de las mujeres se regirá según principios religiosos, mermando las libertades en estos ámbitos. La aparición de leyes que penalicen la homosexualidad es algo que todo el mundo da por hecho.
Pero fue la publicación de las fotos de las torturas y humillaciones de la cárcel de Abu Ghraib la que supuso una verdadera crisis para la población LGTB iraquí. Irónicamente, la homofobia del Ejército estadounidense fue interpretada por la opinión pública iraquí como una promoción de la homosexualidad, dentro de la confusa noción del ‘estilo de vida occidental’ que se tiene en los países de la zona. La sociedad árabe, ya de antemano opuesta a la homosexualidad, la asociaba ahora a los abusos y a las profanaciones de la coalición invasora. Las imágenes de prisioneros árabes desnudos simulando felaciones y penetraciones anales desencadenaron un rechazo aún mayor hacia la homosexualidad, percibida como una imposición por parte de las tropas estadounidenses. En Egipto, grupos religiosos se manifestaron con consignas contra la “sodomía occidental”. En Iraq se reaccionó con aún más furia, y los gays iraquíes se convirtieron de la noche a la mañana en objetivo de la resistencia, en tanto que “aliados” de los “extranjeros pro-homosexuales”. En los sectores más opuestos, a cualquier tipo de influencia occidental se hicieron llamamientos a la “caza del marica”, práctica que no se había dado en los años de dictadura baazista. El clima de terror entre la población gay llevó a muchos a encerrarse en sus casas o huir de sus ciudades. Tal vez, grupos occidentales como Outrage deban reformular por completo sus “propuestas de defensa” de la población LGTB iraquí.
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