El terrorismo neofascista en Europa fue parte de un diseño más amplio: debilitar los movimientos sociales e impulsar un cambio reaccionario.
La huella que el terrorismo neofascista
dejó en Europa, en particular
en Italia, tiene un marco de referencia:
la “estrategia de la tensión”. Esta
expresión se refiere al conjunto de
atentados neofascistas que ensangrentaron
el país a partir del 1969,
cuyas consecuencias han tenido repercusiones
en todo el continente.
La estrategia de la tensión fue un
proyecto a largo plazo, un conjunto
de acciones, realizadas por diferentes
grupos, que buscaban al mismo
resultado: aumentar el terror y la
alarma en la opinión pública. El fin
último era crear un Estado policial y
poner las instituciones democráticas
bajo la tutela de los militares, como
ya había pasado en Grecia con el golpe
de los coroneles en 1967.
Lo que surge de las investigaciones
judiciales sobre este periodo es
una red de conexiones entre los grupos
terroristas de extrema derecha y
aparatos de seguridad de los Estados
de la OTAN, cuyo mismo fin era
combatir el “peligro comunista”.
Piazza Fontana
Durante la Guerra Fría, Italia era un país de equilibrios precarios. En una época de fuertes movimientos sociales (1968-1978), estaba creciendo la influencia del Partido Comunista Italiano, que llegó en 1976 a ser casi el primer partido del país con el 34% de los sufragios. La reacción por parte de la extrema derecha y de los aparatos del Estado fue muy dura. La estrategia de la tensión se inauguró con la bomba en Piazza Fontana en Milán el 12 diciembre de 1969: el explosivo mató a 16 personas que se encontraban en un banco. Las primeras investigaciones se dirigieron contra los anarquistas. Éste era otro objetivo de la estrategia: echarle la culpa a los adversarios políticos, deslegitimando los movimientos.
El rastro de sangre continuó con
varios atentados entre los que destacan
los dos de 1974. Durante una
manifestación sindical en Brescia,
en el norte del país, explotó una
bomba que causó la muerte de ocho
personas, y dos meses más tarde
un atentado contra un tren mató a
12 pasajeros. Pero el episodio más
sangriento fue, sin duda, el atentado
de Bolonia en 1980, donde estalló
la sala de espera de la estación
de tren, causando 85 muertos.
Los grupos neofascistas que hicieron
esos atentados pertenecían
a la organización Ordine Nuovo
(“nuevo orden”), cuyos miembros
operaron infiltrándose en aparatos
del Estado y en movimientos
sociales. Este grupo tenía el apoyo
logístico y la protección de los
servicios secretos italianos y de algunos
aparatos militares. En las
investigaciones aparecen contactos
con la CIA, que financiaba y
coordinaba operaciones contra el
“peligro rojo”. La estrategia llevó
a la creación de estructuras paramilitares,
que se conocen como
Gladio, basadas en los grupos neofascistas,
que se entrenaban para
enfrentarse a una invasión soviética
o a una guerra civil contra
los comunistas.
Hasta ahora, las investigaciones
sobre la complicidad en estos hechos
de altos cargos del Estado italiano
han sido obstaculizadas por
diversas razones. De hecho, sectores
del Gobierno italiano de la época,
pusieron la democracia entre
paréntesis, valorando más la fidelidad
al pacto atlántico que la vida
de cientos de sus ciudadanos.
Ordine Nuovo no operó sólo en
Italia, sino que tuvo un papel en atentados
en toda Europa. La organización
participaba a una red internacional
de grupos neofascistas que,
bajo la cobertura de la falsa agencia
de prensa Aginter Press, tenía conexiones
con las formaciones paramilitares
francesas que operaban en
contra de la independencia de Argelia.
La red crecía al amparo de los
servicios de seguridad de las dictaduras
de Portugal y España. Aquí
muchos neofascistas italianos establecieron
su base operativa cuando
la situación en Italia se puso menos
favorable, y aquí volvieron a usar las
armas. La participación de neofascistas
italianos en atentados en la península
contra opositores políticos o
miembros de ETA, demuestran la dimensión
europea de la estrategia de
la tensión y su diseño global más amplio:
una guerra de baja intensidad
en el marco de la Guerra Fría.
La internacional del ‘terrorismo negro’
En los años ‘70 la red internacional de neofascistas tenía su punto de referencia europeo en la agencia de prensa Aginter Press, una cobertura para el reclutamiento de mercenarios fascistas en correlación con la estructura anticomunista de la OTAN, la red “stay behind” Gladio. Su finalidad era infiltrar
miembros en los movimientos de la izquierda europea y en las fuerzas de liberación de los países africanos.
Aginter Press era dirigida
por Yves Guerin Serac,
ex soldado de la fuerzas
especiales francesas y combatiente
de la OAS (Organisation
de l’armée secrète), una
organización que operaba en
contra de la liberación de
Argelia. La falsa agencia de
prensa operó en Portugal,
bajo la protección de la policía
salazarista hasta 1974.
Con la revolución de los claveles
el centro operativo se
desplazó en Madrid. Allí los
neofascistas se pusieron al
servicio de las fuerzas de
seguridad del Estado español
y actuaron durante la Transición
realizando operaciones
militares contra opositores
políticos y militantes de ETA.
Montejurra: complicidad armada
En Montejurra, el 9 de mayo de 1976 tuvo lugar un atentado contra una manifestación del Partido Carlista. En la romería anual, que desde
los años ‘40 del siglo XX los carlistas seguidores de Javier de Borbón-Parma realizaban en el monte navarro, participaban ese año también una veintena de partidos y organizaciones políticas de la izquierda. El atentado, según diversas investigaciones, parte de un diseño de los servicios secretos del Estado para contrarrestar a los carlistas progresistas durante la Transición. Un grupo de neofascistas disparó con una ametralladora sobre la gente que subía al monte. Según las investigaciones del fiscal italiano Guido Salvini, en el atentado participó un grupo de neofascistas italianos. Uno de ellos, Gaetano Orlando, aseguró en un interrogatorio que en Montejurra estaba presente un oficial militar italiano, enviado para “coordinar la operación”. Orlando declaró también ver una furgoneta de la Guardia Civil, mientras descargaba armas y se las entregaba al grupo de fascistas.
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