El autor, miembro de la Comissió Antirepressiva de
Sants, repasa el período en el que los policías ‘secretas’
del Grupo VI actuaban a su antojo en Catalunya.
- INFILTRADOS. El Grupo VI participaba
en acciones para detener a activistas / Mireia Comas
En una gris mañana de
otoño, una noticia vuela
entre los ambientes alternativos
barceloneses: “Bolan
ha muerto!”. Jorge Bolancel,
‘Bolan’, de 18 años, se tiró a la vía
del tren en Cornellà el 23 de octubre
de 1997 tras pasar por la comisaría
de policía dos veces en dos días.
Aquella tarde, 2.000 jóvenes se manifiestan
y se producen fuertes disturbios
en los que se apedrea la comisaría.
¿Qué pasó? Tras una ocupación
de la sede de la patronal comarcal
en protesta por la precariedad
laboral, Bolancel había sido
detenido. A la mañana siguiente, policías
de paisano fueron a buscarle y
fue sometido a duros interrogatorios.
Al salir, se suicidó. Entonces no
se sabía, pero Jorge Bolancel se convirtió
en la primera víctima, ésta,
mortal, del Grupo VI de la Brigada
de Información de la Provincia de
Barcelona de la Policía Nacional.
La llegada del primer Gobierno del
PP coincidió en Catalunya con un
fuerte ciclo de movilizaciones autónomas.
En un momento de ‘paz social’
e izquierda desorientada, una
nueva generación salió a las calles a
gritar lo que no andaba bien del liberalismo
triunfante. Sin casi experiencia,
infraestructura ni base social,
grupos de jóvenes se organizaron,
espontáneos, por barrios y pueblos
del Área Metropolitana. Se okuparon
casas, se abrieron centros sociales
y se rompieron cristales. No mucho
más, no fue una revolución, quedó
lejos hasta de una revuelta. Pero
tuvo un impacto mediático importante
y motivó la solidaridad y comprensión
del tejido asociativo y de
parte de la sociedad.
La respuesta llegó en forma de lo
que aún se conoce como ‘Doctrina
Valdecasas’, aplicada a conciencia
por el Grupo VI. Sus métodos: casi
todo el manual de contrainsurgencia.
Identificaciones masivas, detenciones,
torturas, montajes, invención
de pruebas, infiltraciones, provocaciones,
escuchas, tráfico de drogas,
comunicados de prensa anónimos y
amenazas. Entre su anecdotario más
destacado se puede recordar la carga,
pistola en mano, contra una manifestación
en el barrio barcelonés
de Sants en enero de 1998, o la
creación del único grupo armado
en Catalunya desde la disolución
de Terra Lliure: Acció Radical
Catalana, inventado por un infiltrado
en Terrassa. Y cuando no coló,
se cambió la estrategia y se empezaron
a diseñar las conexiones con
ETA. El Grupo VI fue entusiasta de
la teoría del “todo es ETA”.
Pero su descripción más exacta no
sale de la literatura política. “Sus informes
parecen redactados por la
afortunadamente extinta Brigada
Político-Social del Franquismo”, sentenció
el juez titular del Penal 4 de
Barcelona en 1999. Y también se
puede decir en cifras: en enero de
2001, el movimiento antirrepresivo
cifró en 700 las detenciones de la era
Valdecasas.
Pasados ya 12 años desde su creación,
muchas cosas han cambiado:
Valdecasas babea víctima del alzheimer,
el PSOE gobierna y los Mossos
d’Esquadra se encargan de continuar
con los palos. Mientras, la cúpula
del Grupo VI –que no se desarticuló
ni con el cambio de Gobierno ni
con el despliegue de la policía autonómica–
enfrenta un juicio por torturas,
después de decenas de casos archivados
o no investigados.
Y aquellos jóvenes que entonces
se abrían paso a pedradas también
siguen. No todos, pero sí muchos,
más de los que ellos desearían. Han
cambiado de tácticas, en parte por la
represión, en parte por buscar más
incidencia social. Los movimientos
sociales han cambiado mucho y hay
gente que piensa que para peor. Pero
lo cierto es que ahora hay en Catalunya
movimientos que no existían
hace 12 años. Sin el Grupo VI aún
habría más, pero a pesar de ellos aún
somos los que somos.
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