El activista Kimyongür relata en una crónica su detención en Córdoba por un abucheo en el Parlamento Europeo en el año 2000.
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Texto de Bahar Kimyongür, portavoz del Comité contra la Injerencia en Siria y miembro de Attac Bruselas. Traducido por Alex Anfruns
El lunes 17 de julio hacia las 15h45. Aprovechando unos días de vacaciones en Andalucía, me encontraba visitando tranquilamente la mezquita de Córdoba en compañía de mi esposa y de mis dos hijos (3 y 4 años), cuando una decena de policías de paisano se me echaron encima. Fuera, en la calle Torrijos, nos esperaba un convoy de vehículos camuflados. Me metieron en uno de los coches, al lado de tres de mis raptores y del chofer. Mi mujer y mis dos hijos fueron embarcados a bordo del coche que estaba estacionado justo detrás. El convoy, compuesto de cuatro vehículos, se puso en marcha rápidamente bajo la mirada petrificada de los taxistas, los turistas y de algunas familias concentradas a la puerta de la mezquita-catedral.
Unos minutos más tarde, me encontraba en el despacho de una comisaría de la ciudad. Nueve policías de paisano se movían alrededor mío. La voz de mi esposa y la de mis hijos me llegaban a ratos entre el tintineo de los teclados, las preguntas de los detectives, las conversaciones entre agentes y el registro de mis efectos personales. Aunque mis hijos se encontraban en una habitación adyacente, se me prohibió verles y se me obligó a quedarme sentado. Tendría que esperar cinco días y mi vuelta a Bruselas para verles de nuevo, consolarles, tranquilizarles.
El sufrimiento de ver e imaginar a mis hijos soportar tal violencia psicológica y la ira que sentía hacia los actores de esa puesta en escena grotesca me carcomió durante los cuatro días en que fui privado de libertad de forma arbitraria.
Estaba aún mas encolerizado al saber, al instante de mi detención, que todo ese guión de cine se debía a la señal de Interpol lanzada por la Inquisición erdoganiana [Erdogan es el primer ministro de Turquía, n.del E] por mi participación hace trece años a un abucheo en el Parlamento Europeo de Bruselas.
Por menos de lo que valen unas aceitunas
Mientras los detectives me interrogaban sin demasiada convicción, dándose cuenta de que su presa no tenía gran interés, una policía vino a confirmarme que la orden de arresto internacional estaba motivada por mi acción en el Parlamento Europeo. Añadió que había sido reactivada el 28 de mayo de 2013, es decir sólo unos 20 días antes.
Aquella famosa manifestación que tantas miserias nos estaba costando a mí y a mi familia trece años después de su sesión concernía al ministro de asuntos extranjeros de la época, el señor Ismail Cem. Resumiendo, el 28 de noviembre del 2000, el ministro turco llegó a Bruselas para alabar los progresos de su gobierno en materia de derechos humanos, en el mismo instante en que miles de prisioneros políticos llevaban a cabo una huelga de hambre “hasta la muerte” en protesta contra las torturas de las que eran víctimas. El gobierno que representaba el señor Cem se había hecho culpable en especial de las numerosas masacres de detenidos políticos, en Ulucanlar en septiembre de 1999, en Burdur en julio del 2000 y en la operación “Diluvio”(Tufan), el 19 de diciembre del 2000. El contexto político de la época volvía mi acción democrática particularmente legítima. Fue, por cierto, reconocida de esa manera por las autoridades de mi país, Bélgica y por un tribunal holandés.
Notemos igualmente que en la época de aquel abucheo, el Partido de la Justicia y del Desarrollo (AKP) del actual primer ministro Erdogan ni siquiera existía. Respecto al ministro Cem, a quien se dirigía la acción, formaba parte del gobierno de coalición que precedió la llegada del AKP al poder.
Durante aquella acción perfectamente banal, ni siquiera pude dirigirme al ministro Ismail Cem. Efectivamente, me contenté con lanzar algunas octavillas y gritar unos eslóganes en dirección del público que había venido a escucharle. Otro detalle de importancia: el servicio de seguridad del Parlamento Europeo me condujo amablemente a la salida, al igual que a la joven que participó en la acción a mi lado, sin que hayamos sido detenidos, maltratados ni entregados a la policía.
Conviene igualmente precisar que entre el 28 de noviembre del 2000 y el 24 de enero de 2007, la fecha de su defunción, el señor Cem nunca interpuso una denuncia personalmente contra mí. Sin embargo, a pesar de la antigüedad, la legitimidad y la ligereza de mi acción, todavía corro el riesgo de ser condenado a 15 años de prisión, a los malos tratos y a la tortura en caso de extradición hacia Turquía.
En cambio, los medios turcos progubernamentales se lanzaron en aquella época a una verdadera campaña de linchamiento hacia la joven activista y hacia mi persona: “queremos sus nombres” titulaba el periódico Star al día siguiente de la acción. “Ese hombre que vomita su odio contra nuestro Estado, ahí lo tienen”, se entusiasmaba el diario Hurriyet, apoyándose en una foto.
Trece años más tarde, habiendo sido absuelto en Bélgica y Holanda por hechos que consistían únicamente en un abucheo inofensivo y un militantismo de buen gusto, me encontré una vez más como rehén de la justicia turca, y esta vez en España. Por mucho que quise explicar a los agentes españoles el carácter ilegitimo, infundado, abusivo y absurdo de mi detención teniendo en cuenta el principio jurídico universal del “ne bis in idem” que prohíbe abrir diligencias por hechos ya juzgados, tuve que someterme y pasar obligatoriamente por todas las etapas legales del procedimiento: extracción de huellas digitales, interrogatorio, detención preventiva, registros, esposas, comparecencia ante un juez de instrucción, traslado en furgonetas, esperas en la celda, encarcelamiento, aislamiento…
Tras cuatro días y tres noches de detención, respectivamente en los calabozos de la comisaria de Córdoba y de Moraleja en Madrid, luego en la prisión de Soto del Real cerca de la capital española, fui finalmente liberado por medio del pago de una fianza de 10.000 euros. Esa suma pudo reunirse gracias a la solidaridad y al sacrificio de padres, amigos, colegas, camaradas y de innumerables luchadores desconocidos.
Que estas líneas sirvan de agradecimiento.
Ahora, estoy obligado a responder favorablemente a cada invitación de la Audiencia Nacional. Deberé estar presente obligatoriamente a todas mis audiencias, o de lo contrario la fianza de 10.000 euros sería embargada al instante y una orden de captura sería tramitado contra mí.
Resumiendo, una suma colosal está en juego por un asunto cuyo valor no es mayor que el de unas aceitunas…
¿Por qué en España?
Si la sola mención de la palabra terrorismo suscita fantasmas y crispaciones en un país marcado por la lucha armada independentista y la violencia de estado, me costaba entender por qué la demanda de extradición del gobierno turco había sido tomada en serio por las autoridades españolas a pesar de la vacuidad evidente de mi dossier. Más aún cuando, entre el 28 de mayo y el 17 de junio, visité cinco países además de Bélgica y España, sin que por ello los servicios de policía de esos países me hubiesen acosado.
El 3 de junio visité a Nezif Eski, un detenido político en la prisión de Fleury-Mérogis en Francia. ¿Por qué no se me detuvo entonces en territorio francés, o mejor aún, en el recinto penitenciario? De esa manera podrían haberles evitado a mis hijos sufrimientos crueles e inútiles. El estado francés, además, lleva a cabo una represión judicial por lo menos igual de salvaje que el régimen de Ankara, hacia los militantes sospechosos de pertenecer al DHKP-C [Partido Revolucionario de Liberación Nacional-Frente, considerada una organización terrorista según EE UU y UE, n. del E]. Tomemos el ejemplo de Nezif Eski. Está afectado por un trastorno nervioso incurable y mortal llamado algia vascular facial. Lo único que Nezif hizo fue asistir a conciertos, montar algún stand de información y organizar manifestaciones autorizadas. La justicia francesa no le acusa de ningún acto violento o reprensible como tal. En el pasado diciembre, fue condenado por su supuesta pertenencia al movimiento revolucionario de Anatolia, a cuatro años de prisión de los cuales tres años de prisión firme. De naturaleza diplomático y pacifico, Nezif Eski prefirió dirigirse a la prisión por su propio pie. La semana pasada, Nezif fue padre por segunda vez. Sin embargo, los jueces acaban de rechazar su demanda de puesta en libertad provisional a la espera de su proceso de apelación. Además, ya que sus conversaciones tienen lugar tras una vitrina, se le prohíbe llevar en brazos o besar a su recién nacido o a su hija de tres anos. Nezif, quien aún no ha podido ver a su hijo, se enfrenta pues al sadismo en estado puro.
La policía del estado francés, sin embargo, ha evitado acosarme durante mis estancias repetidas en el país. El viernes 7 de junio, me encontraba en la sede de las Naciones Unidas en Ginebra para asistir a una conferencia sobre Siria, con la intervención de Navy Pillay, la alta comisaria de los derechos humanos de la ONU. Al margen de esa conferencia, me entrevisté con embajadores de la paz sobre la repatriación de los jóvenes europeos enrolados por sectas racistas y takfiristas en el conflicto sirio. La policía helvética también se abstuvo de detenerme en virtud de la orden de arresto lanzada por la justicia de Ankara.
El sábado 8 de junio, me dirigí a Oberhausen en autocar para asistir al concierto del grupo musical turco Yorum en Alemania, pasando por los Países Bajos. Las policías holandesa y alemana visiblemente rechazaron lanzarse a las hostilidades contra mí. El sábado 15 de junio, el avión que me llevó de vacaciones con mi familia aterrizó en Faro en el Algarve. De ese modo pude pasar un tiempo en Portugal sin el menor problema. Al día siguiente, la policía portuguesa me dejó partir hacia España. Teniendo en cuenta todos esos elementos, varios días después de mi puesta en libertad bajo fianza por el juez madrileño Bermúdez, mi arresto en Andalucía sigue siendo todavía un enigma para mí.
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