Raimundo Viejo Viñas, profesor en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona analiza la evolución
de Saura, el dirigente de la formación IC-V y responsable de Interior de la Generalitat
La reciente polémica sobre
la utilización del ‘kubotán’
ha vuelto a poner en el punto
de mira al Conseller de
Interior i Relacions Institucionals,
Joan Saura. El alineamiento inequívoco
del líder de Iniciativa per
Catalunya-Els Verds con el cuerpo
policial no ha sorprendido. De hecho,
todavía están presentes los ecos
de su papel ante la detención de
Núria Pòrtulas, en prisión estrictamente
por sus ideas políticas.
El nombramiento de Joan Saura,
sin embargo, sí constituyó toda una
sorpresa en su momento. Fruto de
una negociación entre las cúpulas
del tripartito, el ascenso a una cartera
de primera rompió con los que
habían sido hasta entonces ámbitos
preferenciales de intervención de
ICV (políticas sociales y medioambientales).
La promoción de Saura
constituye todo un ejemplo de hipoteca
de los intereses de la organización
a la carrera personal del líder:
comenzando por la carencia de personal
cualificado para el desempeño
de las responsabilidades de gobierno,
el distanciamiento de unas
bases carentes de criterios de enjuiciamiento
de las decisiones del conseller,
etc. Y todo ello en una posición
de partida particularmente favorable
(en el tripartito, sólo ICV
había subido en votos y escaños).
Y es que Joan Saura encaja bien
con un cierto perfil de político que se
ha asentado en las democracias liberales
desde hace algunos años y del
que Joschka Fischer, ex vicecanciller
y ex ministro de Alemania, constituye
su mejor ejemplo. A la manera de
éste, Saura gusta de la Realpolitik,
esto es, de la moderación pragmática
de las propuestas de los movimientos
que aspira a representar, sin
por ello renunciar al mayor margen
de maniobra posible dentro de las lógicas
institucionales del gobierno representativo.
Este primer rasgo del perfil político
de Joan Saura no es concebible
sin la complementariedad existente
entre su biografía y el proyecto sobre
el que se asienta su carrera. Saura es
un ejemplo de político profesional
que ejerce puestos de representación
desde antes de la treintena y que desconoce
prácticamente todo acerca
del activismo en los movimientos.
Más allá de una efímera participación
en los movimientos sindical y
vecinal en los ‘70, la suya ha sido
siempre una actividad centrada entre
el partido, las instituciones y los
medios. Saura ha crecido en la trayectoria
que conduce al PSUC del
eurocomunismo al eco-pacifismo de
ICV, es decir, en la creación de una
organización que rompe con el modelo
del partido-comunidad, característico
del movimiento obrero, para
transformarse en el partido-marca,
propio de la política del espectáculo.
Es un prototipo de la nueva ‘clase’
política que se constituye en la lógica
que configura la tríada partido/instituciones/
medios. Sus éxitos, no menos
que sus fracasos, siempre tendrán
su origen en este particular espacio
de la representación.
Aquí es, precisamente, donde cabría
pensar sus últimas y polémicas
actuaciones, así como los costes que
ya ha comenzado a tener su carrera
política para la organización que le
sostiene. Resulta difícil imaginar que
los meses que lleva Saura en Interior
no hayan tenido su efecto sobre la
candidatura de su compañera, Inma
Mayol, en las municipales. La oposición
de ICV a la ordenanza cívica ha
pesado bien poco en la imagen que
se hubiera querido presentar al electorado.
Las campañas por la liberación
de Núria o contra el ‘kubotán’,
con independencia de los usos partidistas
que se han entrecruzado en el
debate, han incidido sobre un votante
sensible a los derechos y libertades
civiles. A la vista de la situación,
no parece que en los cálculos de
Saura entre actualmente otra relación
con los movimientos. Dispone
para ello de una base electoral autoritaria
criada en la disciplina de la fábrica,
por más que no deje de hipotecar
el futuro de ICV como interfaz
representativo de los movimientos.
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