Días sin sol

Texto de Iker Casanova, imputado y preso en Navalcarnero

20/02/06 · 23:23
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Autoritarismo y parcialidad
de los jueces, inverosímiles
acusaciones de
la fiscalía, pruebas que
no aparecen, traducciones inexactas...
que, ya a los pocos días de su
inicio, han transformado lo que el
Estado pretendía que fuera el juicio
semanal contra la insurgencia
de Euskal Herria en una farsa con
ribetes kafkianos. Pero además,
este juicio imposible, desmesurado
en fondo y forma, supone un castigo
añadido que se prolongará durante
meses para unos imputados
que ya han sufrido prisión preventiva,
elevadas fianzas, años de incertidumbre
con altísimas peticiones
fiscales, así como el cierre y la
prohibición de sus medios de comunicación
u organizaciones, entre
otros castigos previos a la existencia
de condena alguna.

Mientras el resto de compañeros
juzgados se enfrentan a una situación
dificilísima en el plano laboral,
económico, familiar, etc. en el
caso de los tres imputados que estamos
en prisión, el juicio supone
paralizar en buena medida la rutina
personal con la que hacemos
frente a la cárcel, además del desgaste
físico y psíquico al que nos
vemos sometidos.

Otro día sin ver la luz del sol
Cada día de juicio nos despertamos
de madrugada. Todavía de noche
atravesamos los helados pasillos
de la prisión de Navalcarnero
rumbo al módulo de ingresos. Tras
un inconsistente desayuno nos llevan
a la entrada de la cárcel donde
la Guardia Civil nos somete a un
riguroso cacheo, en el que nos quitan
la camiseta con la que intentamos
denunciar todo este atropello,
antes de introducirnos en el furgón-
nevera. Esposados a la espalda,
partimos en dirección a la Casa
de Campo. El furgón se abre paso
a golpe de sirena entre el tráfico
imposible, mientras hacemos equilibrios
para no estamparnos contra
las paredes metálicas. Tras 50 minutos
de tumbos llegamos al escenario
del macrojuicio. La Policía
Nacional nos encierra, previo cacheo,
en una desnuda celda de esta
sucursal de la Audiencia Nacional.
Diariamente pasamos al menos
cinco horas en el calabozo, antes,
después y en el descanso de
las sesiones. En el parón del mediodía,
la Policía nos entrega las
bolsas de comida que nos ha preparado
la cárcel: invariablemente
dos bocadillos de pan duro con
mortadela rancia y dos piezas de
fruta en dudoso estado.

Tras la ración diaria de esperpento
pseudojurídico, el ritual de
traslado se repite en dirección contraria:
cacheo, esposas, furgón,
atasco, sirenas, tumbos, y de nuevo
en la cárcel. Es de noche otra
vez. La cena nos espera, fría e incomestible.
Otro día sin ver la luz
del sol. Así es una jornada de juicio.
Así pasaremos tres días a la semana,
al menos durante ocho meses.
La Justicia y el sentido común
también están procesados.

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