Hablamos con Raúl Serrano, director de 'Así crecen los enanos', un proyecto de documental en el que se retrata el sistema de protección de menores y la vida en los centros tutelados.
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Raúl Serrano pasó 15 años de su vida en centros de menores. Hoy ha decidido plasmar en un documental cómo vive un niño tutelado. El documental Así crecen los enanos cuenta con la participación del filósofo y pedagogo Enrique Martínez Reguera y con el testimonio de varias personas que han sido tutelados por la Administración. Para hacerlo realidad han lanzado una campaña de micromecenazgo.
Tú has sido un niño tutelado, ¿cómo fue tu experiencia?
Estuve casi quince años en centros de menores, casi toda la vida, desde bien pequeñito hasta que cumplí los 18 años en 1999. Yo entré porque en mi casa había violencia doméstica, no de género. En mi familia había poligamia, mi padre vivía con dos mujeres que se odiaban. Eso, sumado a una situación económica bastante grave, llevó a que yo acabara en un centro de menores. En realidad se llaman centros de tutela o tutelados, aunque muchas veces se les cambia la denominación por residencias infantiles, centros de acogida, etc. Se le busca la vuelta para que suene menos fuerte de lo que realmente es, para esconder un poco la realidad.
¿Qué es lo que viviste en este tipo de centros?
El tiempo que estuve en centros tutelados, yo viví dos cosas: una, cómo los chavales entrábamos en los centros casi por cualquier cosa… Cualquier problema económico... al centro; cualquier problema de otro tipo... al centro. Era bastante frecuente que un chaval entrara en un centro siendo de según qué clase. Luego, los centros estaban masificados, había ciento y pico de personas, y no había ningún tipo de corte según la problemática interna de los chavales, más allá de la situación por la que estaban en el centro. Si el menor era autista o tenía una deficiencia, daba igual, estábamos todos en el mismo saco. Ahora ya no es así, ha cambiado. Otra cosa que yo viví fue la creación de pisos a pie de calle en donde muchos chavales pasaban los últimos dos años antes de cumplir los 18 años para huir de la sobreprotección de los centros masificados. En los centros te cocinan, te cosen la ropa... te hacen absolutamente todo, y un chaval sale de allí a los 18 años sin tener ni idea absolutamente de nada, ni de dónde se compra ni de cómo hacer unos espaguetis. Nada. En estos centros no se les da a los menores las herramientas para valerse por sí mismos que van a necesitar sí o sí, porque a los 18 se van a la calle, y como no sepas dónde se saca la tarjeta sanitaria, cómo buscar trabajo, cómo hacer la compra, pagar la luz o empadronarte… Estás perdidísimo, y ya sin hablar del tema emocional o de la proyección del futuro.
Estar en un centro tiene muchas carencias. Es verdad que la razón inicial por la que se mete a un chaval en un centro es buena, hasta ahí no se puede decir nada, porque si hay una situación compleja en un entorno que es negativo para ese chaval e incluso perjudicial, está bien que ahí se ponga un límite. Pero a partir de ahí es cuando todo empieza a ser complejo y cuando el río sigue cauces que llevan a lugares a donde no se debería ir. No se trabaja con las familias biológicas para resolver los problemas por los cuales el chaval ha sido internado. Nunca. Entonces, ¿para qué le internas? ¿para que a los 18 vuelva ahí, que es lo que suele pasar en un porcentaje alto? Porque cuando salen del centro, o van a la calle o ¿donde van a ir? pues a su casa. La segunda cosa que se hace mal es que no se trabaja un proyecto vital para esa persona y se demoniza a las familias desde todas la instituciones haciéndolas culpables de los problemas que están padeciendo. Es decir, en vez de intentar de manera objetiva que los chavales comprendan cómo se ha llegado a esa situación –que es difícil pero se puede intentar– y trabajar para que esos padres arreglen sus problemas, el chaval vive todo lo contrario, y se siente culpable por ello. Y como no se trabaja un proyecto vital, no llega a ningún sitio. Hay un 90% de fracaso escolar en los chavales que salen de centros, en el sentido de que no llegan ni a la ESO, y eso es terrible. No puedes dejar a un chaval, con un 43% de paro juvenil, sin la ESO en la calle. ¿Qué has hecho con esos chavales todo el tiempo?
En tu caso no fue así. ¿Cómo fue tu salida del centro?
Yo tengo que reconocer que soy una excepción en estos términos, porque yo estudiaba y trabajaba, le vi las orejas al lobo. Es verdad que tenía una situación en mi casa bastante compleja. Yo trabajaba desde los 16 años, a través de una convenio que tenía la asociación con la que trabajaba, Mensajeros de la Paz, con una empresa. Y como estudiaba y trabajaba no tenía tiempo para nada. Cuando llegué a los 18 seguí con mi dinámica. Además, yo pasé de un centro a un piso a pie de calle, donde hay menos gente –diez o quince chavales– en el que estuve muy poco tiempo. Como tenía buen comportamiento, Mensajeros de la Paz me envió a un apartamento que ellos tenían, ya sin ningún tipo de educadores. Seguía tutelado, pero como prueba de buen comportamiento y para alejarme un poco de los entornos complejos en los que estaba, me mandaron allí. Yo ya con 16 años y pico vivía solo. Cuando cumplí los 18 años vi que quería estudiar, y me fui a Alemania, donde viví cuatro años.
En ocasiones, los niños son derivados a familias de acogida, en otras se quedan en estos centros. ¿Qué vías se establecen para los niños tutelados? ¿cómo fue en tu caso?
En mi caso la tutela era compartida. Existen varios procesos a través de los cuales puede pasar un chaval. Uno, que la tutela la tenga sólo la comunidad y que los padres no tengan ni siquiera permiso de vacaciones y fines de semana, y sólo puedan visitarle una vez cada cierto tiempo. Dos, que no tengan ni eso. También puede ser que la tutela la tenga la comunidad autónoma, pero que los padres biológicos tengan permisos de fines de semana y vacaciones; están los permisos de acogida y de guarda, en los que el menor se va con una familia el tiempo que se estime y después vuelve con la familia biológica. Y luego la adopción, en la que se pierde el contacto con la familia biológica. Se supone que se hace para proteger al menor, pero tengo mis reticencias porque, a no ser que sea un caso claro de abandono o que los padres hayan fallecido y no quede nadie en la familia que pueda hacerse cargo del chaval, no creo que haya ningún padre que no quiera mantener un vínculo con su hijo. Al final, como dice Enrique Martínez Reguera, lo más valioso que tiene alguien con descendencia es precisamente su descendencia. Ahora suele haber casos con negligencias bastante fuertes, como ha pasado con Walter o el niño de María José, una chica que se quedó embarazada estando ella dentro de un centro de menores. Le quitaron el niño y ahora, al salir, lo acaba de recuperar. Ella es una de las protagonistas del documental.
De los 40.000 menores que hay tutelados en la actualidad, la mitad están en centros de tutela, y la otra mitad están en guarda o en familias de acogida, o esperando a ser adoptado.
Nosotros pensamos que lo más positivo son las familias de acogida. Nuestra apuesta es que el menor pase el mínimo tiempo posible en centros de menores y que las instituciones sean un mero puente entre la familia biológica y de acogida, y que éstas trabajen juntas en la crianza del menor. No que el menor pierda su familia biológica, sino que adquiera una familia más, y que las instituciones trabajen con las familias biológicas para intentar superar el trastorno por el que su retoño no está con él. Pero es necesario que haya una voluntad por parte de las instituciones de remar en esa dirección de unir a las familias biológicas y de acogida, y ser ellos los que estén el menor tiempo posible con el menor.
Y ahora ya, hablemos sobre tu documental. ¿Es tu primer trabajo? ¿cómo surgió hacerlo?
Sí, es el primer documental que hago. Una vez que terminé de estudiar cine, tenía una espina clava con este mundo que me ha tocado vivir e intenté llevar a cabo el proyecto de documental con la Comunidad de Madrid, pero no hubo manera. La idea era ir de la mano de la Comunidad, grabar cómo se llega a un centro, cómo se vive allí, y cómo se sale. Fueron pasando los años y me di cuenta de que no iban a ceder jamás. Después de eso fuimos al tema de subvenciones, de televisiones, pero el tema de los centros de menores es muy complejo, muy oscuro, del que no se sabe prácticamente nada. Hablábamos de niños, de tutela, y se echaban a temblar. Así que decidimos hacer este crowdfunding y a ver que tal sale. Está complicado, pero la idea del equipo, con Volando, que me acompaña y la productora Lunatic Visual Studio, es hacerlo sí a sí, con o sin el crowdfunding, aunque lo tengamos que hacer de otras forma, con otros medios.
¿Cómo está planteado el documental?
El eje central son ocho protagonistas: dos personas que acaban de salir hace apenas unos meses de centros; otras dos o tres personas que tienen 20 y tantos años y una experiencia; ya han pagado de alguna forma por todos los errores que pudieron cometer al salir del centro, porque uno sale del centro, tiene 18 años y toma decisiones según puede, porque necesita dinero, un lugar donde vivir, etc, y hay gente que delinca, que comete errores, pero ya a los 20 y tantos estás de vuelta de esos primeros encontronazos con la vida. Y luego, la última parte somos dos personas que ya llevamos más tiempo fuera del centro, e incluso tenemos hijos y entendemos muy bien aquellas cosas de las que nosotros carecimos. A esos ocho protagonistas les rodean los mejores expertos que hemos podido encontrar sobre el tema, como Amnistía Internacional, la Fundación Raíces, Enrique Martínez Reguera, que es uno de los pioneros de la acogida de chavales en su casa como alternativa a los centros; educadores, algunos en activo todavía; políticos, más de izquierdas que de derechas, como es el caso de Isabel Serra, cuyo trabajo es muy loable. Como peculiaridad, el tema principal de la banda sonora, si conseguimos la financiación, la hará el Chojín, que nos ha ayudado mucho.
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