Ojalá me equivoque y las candidaturas encabezadas por las compañeras de Podemos no se limiten a poner un nombre de mujer a las políticas habituales dando una envoltura de género a las peleas internas habituales en todo grupo político.
Qué duda cabe de que las mujeres estamos entrando con fuerza en la política. De ser una minoría imperceptible, pasamos a ver mujeres encabezando candidaturas, postulándose como primeras damas y ocupando sillones en los organismos internacionales. Simultáneamente los movimientos feministas se han vuelto más críticos frente a esa irrupción de cuerpos femeninos en las instancias de gobierno.
Sabemos que tener un cuerpo de mujer no implica en absoluto tener convicciones feministas. Hay muchas mujeres que alardean de no ser feministas, porque entienden que politizar las condiciones materiales y simbólicas de vida dificulta aquellas estrategias pragmáticas de supervivencia habituales entre las poblaciones subalternizadas. Al visibilizarse los problemas, se exige tomar posturas más radicales que entrañan un peligro. Por ello algunas mujeres nos ven como una amenaza y no como aliadas que defienden los intereses de todas.
El relativo triunfo de las luchas de las mujeres en todo el mundo hace, sin embargo, que esta posición se esté debilitando. Surge ahora otra forma un tanto capciosa: aprovechar el tirón de mujeres jóvenes y emancipadas para un feminismo de gestos que resulte políticamente útil.
Hace años era habitual señalar que, cuando un proyecto se está debilitando, se da paso a las mujeres por si ellas fueran capaces de reflotarlo. Quizás algo de eso esté pasando en Podemos. La troika masculina de los primeros tiempos, sólo aligerada por la presencia de Carolina Bescansa, está siendo emplazada por las candidaturas de mujeres como Rita Maestre y Tania Sanchez: ¿suponen un giro hacia una política más atenta a los problemas de las mujeres?, ¿es simplemente un recambio de género de cara a la galería?, ¿es un gesto más en una política marcada por ellos?
Me temo que el reclamo feminista de Podemos no vaya más allá de un recambio de género poco productivo
Mucho tendríamos que discutir sobre qué significa eso de “feminizar la política”. Ya hemos dicho que un cuerpo de mujer no implica de por sí una política feminista. Lo mismo puede decirse de una mente femenina: somos capaces de las intrigas más perversas y los oportunismos más viles como cualquier persona.
Lo que da una impronta feminista a una política es otra cosa: es poner en primer plano la agencia de los y las afectados y afectadas, en primer lugar las mujeres. Es tratar de que las condiciones de vida que condenan a millones de personas a la pobreza y la discriminación, en lugar predominante a las mujeres, sean consideradas un problema político que hay que ayudar a resolver reconociendo en las personas afectadas a sujetos de su propia vida. Es preocuparse por debilitar aquellas estructuras que constriñen las posibilidades de vida llevando a las personas a situaciones de marginación. En último término es desarrollar una política de cuidar el vivir tanto de las mujeres como de los hombres.
Esa política puede incluir gestos espectaculares que visibilicen las relaciones opresivas que bloquean las vidas de las mujeres y hagan emerger la impronta misógina de las instituciones. A pesar de su virulencia esos gestos son compatibles con un feminismo descafeinado que hace del gesto el sustituto de la acción efectiva. Pero dado que la práctica feminista no se juega sólo en el ámbito de la comunicación entiendo que el feminismo de gestos puede convertirse en una forma sutil y posmoderna de ocultar aquellas políticas de mayor enjundia que, atravesando el tejido social, cambian realmente las condiciones de existencia.
Lo mismo que el feminismo de la igualdad de los 80 chocó con la perseverancia tozuda de unas relaciones socio-económicas que hacían imposible la igualdad real, me temo que el reclamo feminista de Podemos no vaya más allá de un recambio de género poco productivo.
Ojalá me equivoque y las candidaturas encabezadas por estas compañeras no se limiten a poner un nombre de mujer a las políticas habituales dando una envoltura de género a las peleas internas habituales en todo grupo político. Si así fuera, no representaría ninguna victoria para los movimientos feministas, que seguirán estando vigilantes. Ni representaría tampoco ninguna ventaja. En las condiciones políticas actuales el aura de un cuerpo de mujer en las instituciones se está desvaneciendo a ojos vista.
Hay que ser muy poco crítico para que después de Thatcher, Merkel, Clinton y viendo a Ana Pastor en el Congreso se pueda seguir pensando que un cuerpo de mujer en las instituciones significa algo más allá de su aura simbólica..
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