Alrededor de 500.000 personas de todas las regiones del país participaron el pasado 13 de agosto en la marcha Ni Una Menos, la más multitudinaria de la historia de Perú.
Texto de Elisa Fuenzalida y Thais Luksic, de Mujeres al Borde de un Ataque Armado / Comando Feminista
El caso de las más de 200.000 campesinas esterilizadas contra su voluntad mediante el Programa de Salud Reproductiva y Planificación Familiar entre 1990 y 2000 ha sido archivado una vez más. La fiscalía no considera que existan suficientes pruebas de que se trata de un crimen de lesa humanidad –a pesar de que fue perpetrado contra un sector específico de la población: mujeres campesinas y de escasos recursos– y niega la autoría directa de Alberto Fujimori y sus ministros de Salud. El pasado 27 de julio, el Ministerio Público, por decisión de la fiscal Marcelita Gutierrez, dio por cerrada la investigación. La misma semana, la justicia peruana se inclinó en favor del agresor de Arlette Contreras, joven que fue estrangulada y arrastrada de los pelos por su novio al grito de "si no eres mía no serás de nadie". A pesar de que el episodio de este culebrón de terror fue registrado en vídeo por una cámara de seguridad, el juzgado ha resuelto que, otra vez, no hay pruebas suficientes.
Al archivo de conocidos casos de agresiones a mujeres en Perú se suman otros en los que son las propias instituciones las que dan el 'tiro de gracia' a las mujeres. Fue el caso de L.C., una adolescente que, al sospechar que estaba embarazada producto de las violaciones sistemáticas que sufría desde los 13 años, intentó suicidarse lanzándose desde el techo de su casa. Sobrevivió, pero con graves lesiones en la columna vertebral que requerían de una intervención quirúrgica urgente para no causar daños irreversibles en la movilidad de su cuerpo. Los médicos encargados decidieron que la vida del feto, según ellos en peligro, era más valiosa que su salud y le negaron la operación. Tres meses después L.C. tuvo un aborto espontáneo y finalmente fue operada, pero ya era tarde. Hoy en día es parapléjica y tras nueve años de batalla legal contra el Estado no ha conseguido una compensación.
Durante los últimos años en Perú, colectivos como Alfombra Roja, Las Insurgentes, Comando Feminista, la Asociación de Mujeres Afectadas por las Esterilizaciones Forzadas, Paremos el Acoso Callejero, Chola Contravisual y diversos colectivos universitarios, han luchado desde distintos frentes contra la violencia machista, doméstica e institucional, recibiendo como respuesta, por parte de la policía, golpes y bombas lacrimógenas, y por parte de la prensa y gran parte de la sociedad civil, condescendencia y desprecio ante sus demandas y protestas.
"¿Dónde? –parecen preguntar los estupefactos rostros de las manifestantes, al llegar a la sede–, ¿dónde está esa justicia?
Alrededor de 500.000 personas de todas las regiones del país participaron el pasado 13 de agosto en la marcha Ni Una Menos, la más multitudinaria de la historia de Perú.Las miles de manifestantes vieron como en la fachada de la sede del Poder Judicial peruano en Lima colgaba una inmensa pancarta en la que se podía leer "El Poder Judicial rechaza la violencia contra la mujer", rematado con la frase "Una justicia con igualdad de género". Entre ellas y la pancarta, un cordón de policías con guantes blancos –en señal de rechazo a la violencia–. Por todo esto es por lo que es imposible no tomarse las palabras que adornan la inmensa pancarta que el Poder Judicial ha colocado en su fachada como una macabra broma, casi una provocación. "¿Dónde? –parecen preguntar los estupefactos rostros de las manifestantes, al llegar a la sede–, ¿dónde está esa justicia?
La absolución de Adriano Pozo de los delitos de violencia sexual y feminicidio contra Arlette Contreras y la suspensión de la sentencia de cárcel de Ronny García, el individuo que dejó desfigurada a base de golpes y mordiscos a Lady Guillén –otro de los casos de violencia machista que saltó a los medios en 2012–, fueron las gotas que colmaron un vaso que parecía no tener fondo. La convocatoria a 'Ni Una Menos. Nos tocan a una. Movilización Nacional Ya' se abrió el 19 de julio como un grupo cerrado en Facebook. La respuesta fue tal que en tres semanas ya había alcanzado casi sesenta mil personas. Las denuncias y los testimonios inundaban el muro, las confesiones de cada una daban valentía a otras más para romper también su silencio e identificar públicamente a su agresor con nombre y apellido, aun cuando se tratase de personajes públicos, como conocidos artistas y activistas.
Pronto la autocompasión dio paso al compañerismo, el compañerismo a la catarsis y la catarsis a la rabia. El objetivo "manifestación" se desdibujó tanto entre las arengas, los llamamientos a la autodefensa, al escrache, al intercambio de recursos e información empoderadora, que se tuvo que crear un nuevo grupo virtual, específico para las cuestiones operativas de la marcha.
Los reclamos identitarios no se hicieron esperar. Un espectro casi kitsch de posturas se abrió como un abanico antes desconocido para las feministas institucionales, incluso para las más combativas, con base en la calle: las pacifistas, las que le tienen terror a la palabra feminista, las fujimoristas, las que reivindican a la mujer en tanto su rol de madre, esposa, hermana o hija; las pro-vida, que claman "Ni una menos desde el vientre"; las que dan me gusta a los testimonios hasta que uno de sus amigos es denunciado; las católicas indignadas ante las cachetadas masculinas, pero indiferentes a las condiciones de horror en las que se practican los cientos de miles de abortos clandestinos en las siniestras 'clínicas de Atrazo Menstrual´ –las calles del centro de Lima están plagadas de flyers y afiches que ofrecen la solución a un embarazo no deseado y en los que la palabra 'atraso' se escribe con z. Se trata de consultorios médicos clandestinos `low cost´ en los que se practican abortos en condiciones de insalubridad e inseguridad que atentan gravemente contra la salud de las pacientes. La inmensa mayoría de mujeres peruanas no puede darse el lujo de pagar entre 600 y 800 dólares en una clínica privada–. A estas se suman los hombres bienintencionados, explicando el camino que debería seguir la lucha feminista, las entusiastas de la pena de muerte para los violadores y un largo etcétera cada día más múltiple y diverso.
De ser una iniciativa considerada graciosa y simpática cuando era sólo una plataforma “contra la violencia de género”, cuando el acoso y la autodefensa entraron en las discusiones 'Ni Una Menos' pasó a ser referida como una "jaula de locas furiosas" y "feminazis fuera de control"
En medio de esta lluvia de información, el fenómeno del 'victim shaming' o culpabilización de la víctima no se hizo esperar. Polémicas en redes, bloqueos, eliminaciones, bandos. De haber empezado como una iniciativa considerada graciosa, simpática y a la que sumarse sin arriesgar mucho cuando era tan sólo una plataforma “contra la violencia de género”, una vez que el acoso, la autodefensa y el debate sobre el consenso empezaron a ser temas comunes en las discusiones 'Ni Una Menos' pasó a ser referida como una "jaula de locas furiosas" y "feminazis fuera de control", especialmente por personajes de las redes sociales como la modelo Adri Vainilla, que utilizaron argumentos como estos para defender a amigos sobre los que pesaban denuncias de acoso.
Así y todo, marcas y empresas de toda ralea, incluyendo a las que no permiten sindicarse a sus trabajadoras o las que no reconocen sus permisos de maternidad, se sumaron a la causa, junto al Poder Judicial y los medios de comunicación más recalcitrantes. La marcha del 13 de agosto sumó, además, 24 ciudades del mundo en acciones simultáneas de apoyo. Medio millón de personas marchando es mucha, muchísima gente. Tanta que, entre ella, para estupefacción de las agredidas, podía encontrarse a sus mismísimos agresores, algunos de ellos operando in situ con tal desparpajo, escudados en su uniforme de policía. Tras la marcha, en efecto, las redes sociales ardieron de denuncias a cerca de los lentos repasos que los efectivos policiales dedicaron con la mirada a las manifestantes, casi siempre acompañados de un “qué rica estás”.
Ni Una Menos consiguió una presencia avasalladora en las calles y en los medios. Y sin embargo las cifras de violencia contra la mujer y feminicidio se han incrementado tras la marcha. Milagros Rumiche, inspirada en el movimiento, decidió denunciar el sistemático abuso que recibía del padre de su hijo. La policía recogió el parte y ni siquiera citó al denunciado para interrogarlo. Hoy Milagros yace desfigurada y entubada en la cama de un hospital, pero la médico forense determina que sólo ha sufrido lesiones leves, siguiendo a pies juntillas la ley que dictamina que sólo si la agresión postra a la víctima durante más de 15 días pasaría a tratarse de lesiones graves. El criminal se encuentra 'no habido' (no localizado).
La hipocresía peruana, herencia de un pasado cortesano y virreinal, empieza a dar señales de haberse tornado en esquizofrenia. Acosadores marchando contra el patriarcado, fiscalías acariciando una causa con la mano y dándole patadas con los pies, empresas imprimiendo camisetas de Ni Una Menos que reparten trabajadoras en regímenes laborales escandalosos. Los primeros ya cuentan con una segunda cita a la que asistir para manifestarse, Ni Uno Menos, el 3 de septiembre. ¿Sus demandas? Las de siempre: que sus novias aprendan a cocinar “como sus viejitas” –un tipo acaba de destrozarle la cara a ladrillazos a su esposa por servirle la comida “muy picante”–, el derecho a propinar una buena golpiza en caso de infidelidad o sospecha de infidelidad y un extravagante “No + mujeres violadoras”, para darle color al asunto. Las feministas, en cambio, lejos de conformarse con no ser golpeadas, parecen haber agudizado su órgano detector de prácticas patriarcales y empiezan a hablar de reinvindicaciones trans, de rebelarse contra el capitalismo y aseguran siempre haber sabido, eso sí, que la Pachamama es feminista.
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