Sospechas

Los autores reflexionan sobre la islamofobia subyacente en diversos medios de comunicación, a menudo oculta entre líneas bajo términos tan vagamente definidos como «libertad», «democracia», «sociedad secular» o «estado de derecho».

24/04/15 · 8:00

Escribimos estas líneas en relación con el tratamiento que diversos medios de comunicación están dispensando las últimas semanas a las comunidades musulmanas españolas. Desde los asesinatos en París de varios trabajadores del semanario Charlie Hebdo, el derecho a la libertad de expresión se ha convertido en uno de los temas estrella en buena parte de la prensa escrita española. No nos interesa aquí ahondar en los hechos que abordan esos artículos. Más bien, pretendemos interrogarnos sobre el modo en que varios medios de comunicación destacan –una vez más, de forma unánime y condenatoria– la intolerancia de los musulmanes hacia los valores que definen eso que habitualmente llamamos ‘Occidente’. Nos inquieta, en particular, que buena parte de esos comentarios en prensa se escriban en términos parecidos a los discursos de los partidos de una renacida ultraderecha en Europa, muchos de los cuales incurren en una islamofobia más o menos explícita. Más aún: esa islamofobia permanece a menudo peligrosamente oculta entre líneas, bajo términos tan vagamente definidos como «libertad», «democracia», «sociedad secular» o «estado de derecho».

La libertad de expresión es un derecho que debemos salvaguardar. No tenemos dudas al respecto. No obstante, la banalidad con la que varios medios de comunicación defienden ese derecho nos lleva a pensar que no se pretende más que vulgarizar su dimensión crítica, arrebatando toda la profundidad que posee, como si se tratase de una invocación retórica. Por tópico que parezca, la libertad de expresión es un derecho adquirido que debe estar, y de hecho está, sometido a límites. Las injurias o la vulneración de los derechos de propiedad intelectual, por ejemplo, son figuras tipificadas en la mayor parte de códigos penales modernos. En el caso que nos ocupa, el de los comentarios de distinto signo vertidos sobre ciertas confesiones religiosas, no es tanto un problema de censura como de responsabilidad. Nos referimos a la responsabilidad de contribuir al entendimiento y a la consolidación de un debate público en igualdad de condiciones entre las diversas confesiones religiosas que coexisten en el estado español. Una igualdad que, más allá de los marcos jurídicos vigentes, está en la práctica ausente, y que nos debe obligar a reflexionar sobre el sentido contextual que toman nuestras intervenciones. ¿Acaso es lo mismo la mofa dirigida hacia la Iglesia católica que la burla vertida contra una minoría que sufre desigualdades sociales en España y otros países de Europa? Quién, y cómo, es blanco de nuestras críticas no es algo que pueda zanjarse con una simple invocación al ejercicio abstracto de un derecho. 
 
En relación con la necesaria reforma interna que muchos exigen a las comunidades musulmanas, es importante denunciar el silencio que padecen quienes critican los términos generales en que se ha establecido ese debate, la obligación que se impone a dichas comunidades para ajustarse a una estructura del campo religioso europeo percibida como “buena”, “civilizada” o “tolerante”. Nos parece improcedente que esas exigencias se destinen únicamente a las comunidades musulmanas, y que “Occidente” quede libre de toda reflexión crítica en torno a la gestión política de la diversidad religiosa. También nos parece injusto que, tras la alargada sombra condenatoria que afecta a los musulmanes europeos, sometidos a un retrato simplista, a menudo tendencioso, no se plantee nunca un debate sobre el papel activo que las antiguas metrópolis europeas han ejercido en la elaboración de todos esos nuevos discursos sobre el islam. ¿Cuál es la responsabilidad de Francia, España o Gran Bretaña, por ejemplo, en el alumbramiento de las perspectivas fundamentalistas en el mundo musulmán? A tenor de las alusiones incluidas en los principales medios de comunicación, ninguna. Creemos que esas elipsis deberían intrigarnos tanto como la unanimidad con la que aparecen representados los musulmanes. 
 
Asimismo, nos resulta sospechoso que, a pesar de las relaciones históricas de poder, dominación, violencia en que se basó la experiencia colonial europea sobre los países del “Oriente”, “Occidente” persista en definirse a sí mismo como el opuesto ilustrado a la barbarie fanática de nuestros vecinos del sur. En este terreno resulta necesaria una pedagogía mucho más decidida, y no podemos sino lamentar su ausencia, no sólo en los medios de comunicación, sino igualmente en las propias ciencias sociales que se producen en el estado español y en los restantes socios europeos. Nos equivocamos –y con ello asumimos importantes riesgos– si tomamos los llamados discursos radicales del islam como el objetivo a combatir, en lugar de entender y contrarrestar las condiciones de vida que hacen a muchos musulmanes -y no musulmanes-receptivos al carácter reactivo de ciertos discursos. Pero todo eso parece no importar demasiado a buena parte de los medios y de sus audiencias. Al fin y al cabo, el musulmán es, a priori, sospechoso. Eso nos recuerda a una España de hace varios siglos.
 
Por desgracia, las cuestiones sobre las que nos preguntamos aquí son habitualmente silenciadas. Opinólogos profesionales, cuyo conocimiento y formación en la materia que aquí abordamos es a menudo dudoso, acusan de tibieza a los sectores que somos críticos con la campaña de islamofobia que se ha desatado. Consideran que formamos parte de una izquierda buenista y deslavada. Por nuestra parte, creemos que la cuestión que está en juego es mucho más básica y fundamental. No se trata de suscitar una vez más un debate sobre el futuro del multiculturalismo o de los posibles escenarios para una sociedad plural. Se trata, en realidad, de llevar a cabo una reflexión profunda sobre la historia y la formación de nuestros razonamientos políticos. Finalmente, la campaña islamófoba que nos envuelve tiene menos que ver con el encaje de las comunidades musulmanas en Europa y más, en cambio, con las complejas relaciones trenzadas entre las antiguas metrópolis y colonias. Tenemos la convicción de que ese pánico moral que se masca en el ambiente nos obliga a plantear una interrogación crítica en torno a eso que llamamos Europa, y en particular en torno a los recursos pedagógicos que podríamos emplear caso de tener el apoyo político necesario, y que brilla por su ausencia. Esos olvidos y ausencias son los que verdaderamente suscitan nuestras sospechas.
 
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