A vueltas con las formas, pero ¿y el fondo?

En la película de Woody Allen La última noche de Boris Grushenko (1975), hay una escena en la que combaten las fuerzas napoleónicas francesas contra el ejército ruso del zar. En el fragor de la batalla el soldado ruso Boris, interpretado por el conocido director de cine neoyorquino, reflexiona sobre la diferente visión que tienen de la guerra los soldados y los que les mandan. Mientras que los primeros ven en directo el miedo y la sangre desde lo alto de las colinas, Alejandro I y Napoleón Bonaparte sólo ven corderos corriendo por laderas de un lado a otro.

14/05/12 · 12:47

En la película de Woody Allen La última noche de Boris Grushenko (1975), hay una escena en la que combaten las fuerzas napoleónicas francesas contra el ejército ruso del zar. En el fragor de la batalla el soldado ruso Boris, interpretado por el conocido director de cine neoyorquino, reflexiona sobre la diferente visión que tienen de la guerra los soldados y los que les mandan. Mientras que los primeros ven en directo el miedo y la sangre desde lo alto de las colinas, Alejandro I y Napoleón Bonaparte sólo ven corderos corriendo por laderas de un lado a otro. El ejército que menos ‘corderos’ pierda en la contienda será el vencedor. Una escena que trata de evidenciar las miserias de las guerras y la indecencia de los que las ordenan.

Si hay algo que ha puesto de manifiesto el movimiento surgido tras el 15 de mayo de 2011 es que hacían falta unos nuevos lenguajes desde los que expresar las disidencias si éstas querían ser realmente representativas del descontento social.

La riqueza productiva del encuentro de ciudadanos indignados con la situación política y económica puso en valor cuestiones olvidadas –si no rechazadas– por buena parte de los colectivos y grupos de la izquierda.

El lenguaje de signos que rompió con las habituales sinergias plomizas del modelo asamblea vino acompañado por conceptos como la voluntad de nuevos modos de relación o nuevos lugares desde los que reivindicarse. Es cierto que esas potencialidades se han apagado en parte, y que ya no brillan como en los primeros tiempos de lo que se llamó, con exceso de fervor e ingenuidad, pero con inusitada voluntad de ser real, la Spanish Revolution.

Pasado casi un año, ni el movimiento muestra la frescura de los primeros días –en las grandes fotografías– ni las administraciones parecen tan desorientadas a la hora de responder a la toma de las calles y plazas.

Voluntad de conflicto

La cuestión de cómo afrontar la ola represiva que se está produciendo al hilo de la situación actual con el gobierno del Partido Popular no debe perder de vista la perspectiva de la estrategia a usar para transformar el estado presente de las cosas, voluntad declarada del conflicto con el que el mismísimo Marx se frotaría emocionado las barbas.

En ese sentido, de las nuevas estrategias y de las posibilidades de cortocircuitar las respuestas gubernamentales, no parece que las lógicas que se están usando sean las más adecuadas en las actuales circunstancias. Ni por parte de aquellos que creen que hay que cortar las calles con contenedores y piedras con vestidos folclóricos, ni por aquellos que opinan que hay que poner los cuerpos como parte de una línea de ‘resistencia pacífica noviolenta’.

Tengo la sensación de que pasados los primeros meses del estallido social del 15M y sus nuevas riquezas protagónicas, algunas de las literaturas disidentes han vuelto progresivamente a ser las mismas de siempre.

Es cierto que no se puede generalizar y que la situación actual en los distintos barrios y ciudades es lo suficientemente diversa como para no hacer valoraciones absolutas. Pero sí que se ve cómo, poco a poco, ha vuelto a ocupar un lugar importante en el escenario del conflicto una literatura codificada por los lenguajes militantes, las banderas identitarias, las siglas de letraset y la soberbia de la razón explicada a gritos. Craso error cuando el movimiento del 15M partía de la reivindicación del compromiso desde la humildad y los lugares comunes.

Aprovechando esa transición hacia lo malo conocido –parcial en su presencia y acompañada en paralelo por una auténtica descarga de recortes y abusos desde el poder– las administraciones han aprovechado para engrasar su batería militar, en forma de represión y restricciones de las libertades ciudadanas, algo que parece va en aumento cada día que pasa y que amenaza con la consolidación de un Estado policial al más puro estilo dictatorial.

Y es que aun siendo imprescindible la protesta, no parece que sea por ahí por donde hay que centrar las energías, una vez que se pone de manifiesto que es el lugar en el que más cómodo se sienten los gobernantes y donde son capaces de justificar todo tipo de tropelías, sino en la gobernabilidad de lo cotidiano.

Desde lo cotidiano

No me refiero a la toma del poder –asunto que merecería un capítulo aparte– sino en la gestión del descontento ciudadano desde procesos cotidianos de autoorganización, cuestión mucho más compleja, y por tanto apasionante, donde será mucho más difícil la intervención de ejércitos policiales o de exhibicionistas políticos. No hay que ser pesimistas. Ese proceso se está dando ya en muchas plazas y se materializa desde algunas asambleas y grupos de trabajo. Se vive también en lugares informales de relación como puedan ser asociaciones de madres y padres de alumnos o asociaciones deportivas, y forman una deconstrucción progresiva de los estadios de gestión habituales donde un policía, con uniforme o sin él, no sabría qué hacer.

Sólo a partir de esos procesos de empoderamiento es posible romper las lógicas regresivas del movimiento y represivas del gobierno, porque el debate no es entre el modelo de Gandhi o el de Pier Luigi Bellini –el partisano que lideró la captura y ejecución de Mussolini–, sino sobre la forma de constituir una fuerza ciudadana de liberación desde la que conquistar, en el día a día, la colina desde la que observan los acontecimientos Napoleón y Alejandro. Desde la que conquistar, en el día a día, las grandes alamedas. Algo que pasó de ser un sueño a rozarse con los dedos.

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Isa
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