Allá por 1848, en vísperas
de la revolución, Tocqueville
advertía a la Asamblea
Nacional: “Creo que
nos estamos durmiendo sobre un
volcán”. La advertencia de un político
liberal, moderado en extremo y
demócrata de convicción parecía
una exageración propia de la retórica
parlamentaria de la época. No
lo era y los acontecimientos posteriores
demostrarían lo que es un
lugar común de la politología: el
estallido del contencioso social
Allá por 1848, en vísperas
de la revolución, Tocqueville
advertía a la Asamblea
Nacional: “Creo que
nos estamos durmiendo sobre un
volcán”. La advertencia de un político
liberal, moderado en extremo y
demócrata de convicción parecía
una exageración propia de la retórica
parlamentaria de la época. No
lo era y los acontecimientos posteriores
demostrarían lo que es un
lugar común de la politología: el
estallido del contencioso social
siempre es imprevisible, siempre
acecha a quien gobierna y no se
expresa (necesariamente) por los
cauces institucionales previstos. Y
para ejemplos: la revuelta griega o
la revolución árabe.
Sin embargo, aquí entre nosotros,
la pregunta siempre implícita, aunque
de más difícil respuesta, es si la
aparente paz social suscrita por los
“agentes sociales” es un volcán dormido.
La pregunta se desdobla según
el ángulo desde el que se afronta.
Arriba y a la derecha la pregunta
es si existe margen de maniobra para
el giro antisocial y si, en su defecto,
la alternancia del centroderecha
puede asegurar la implementación
del proyecto neoliberal sin una “helenización”
de la política (ni qué decir
una “arabización”).
Esta ha sido y es la apuesta de
Zapatero y este es el proyecto que
cada día cobra más fuerza en el seno
del PSOE bajo el liderazgo de relevo
que encabeza Rubalcaba. La
idea de esperar a que los indicadores
socioeconómicos comiencen a
apuntar el final de la crisis y de rentabilizar
el éxito (ajeno) de la paz
en Euskal Herria, confía el proyecto
neoliberal a la capacidad del ejecutivo
para construir el consenso
social y ver fructificar sus resultados
antes de las generales (las municipales
y autonómicas se dan ya
por perdidas).
El péndulo de la alternancia propio
de la democracia liberal, dispone
no obstante de una segunda opción,
más amenazante y marcada
por un escenario de mayor tensión
social. La política catalana se ha
convertido en este sentido en un laboratorio
neoliberal para el conjunto
del Estado.
La fórmula es de
sobra conocida: por una parte, se
intensifican los recortes en servicios
sociales; por la otra, se avanzan
nuevas privatizaciones y se refuerzan
las políticas represivas.
Queda por saber si este giro es posible
en el más amplio marco de una
aplicación de esta estrategia al conjunto
del Estado (bajo un Gobierno
del PP) o si la estrategia de las derechas
no podría evitar, por el contrario,
la guerra social (requisito imprescindible,
visto desde arriba a la
derecha, para atraer la inversión).
Abajo a la izquierda, la respuesta
parece tan evidente como compleja:
evidente ya que el volcán dormido
es cosa de todos los días y, por consiguiente,
nadie duda de su existencia;
compleja, pues nadie sabe por
dónde podría estallar y menos aún
cómo hacerlo estallar. Al contrario,
ya sea por la vía sindical (CCOO y
UGT), ya sea por la vía parlamentaria
(IU, ICV, Esquerra, BNG, etc.),
los interfaces de la izquierda no parecen
capaces de invertir la situación
y lejos de invocar a la multitud
parecen contentarse con gestos que
rentabilizar electoralmente.
No de otro modo se pueden entender
las políticas de gesto para la
galería que se observan en el parlamento.
Un ejemplo bien ilustrativo
se puede ver en el afán con el que
estas izquierdas se han aplicado a
apropiarse de las soluciones a los
desahucios propuestas por la Plataforma
de Afectados por la Hipoteca.
¿Dónde estaban cuando gobernaban?
¿Dónde el puño en la
mesa cuando, además de necesario,
habría sido útil?
No será la primera
ni la última vez que veremos
a estas izquierdas, liberadas de
las obligaciones pendulares de la
subalternidad para con los socialistas,
presentarse con iniciativas
tardías, aunque necesarias.
¿Y qué decir de las convergencias
por las uniones de la izquierda
que se promueven desde IU? ¿Acaso
no demuestran una retórica de
la movilización sin antagonismo satisfecha
con multiplicar sus diputados
hasta una irrisoria media docena
gracias al voto socialista?
¿Cómo no suscribir lo escrito en el
anterior número de DIAGONAL
por Carlos Taibo? La izquierda
parlamentaria, como en tiempos
de Tocqueville, parece hoy confundir
el origen del calor del suelo sobre
el que se está durmiendo.
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