Venezuela vista desde la “otra política”

En las elecciones legislativas venezolanas del 26 de septiembre, la oposición ha logrado acortar la distancia en votos con el chavismo, evidenciando una erosión del apoyo popular al proceso bolivariano. En Ecuador, la asonada policial ha hecho tambalearse la “revolución ciudadana”. Estos hechos, ¿son preludio de un cambio de ciclo?

25/10/10 · 10:46
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Salimos de unas elecciones donde hay cosas que, al parecer, no gustan ser reconocidas. La mirada ve en primer lugar lo que interesa y lo declara, después las sombras rebotan y amplían verdades más dolorosas que la mayoría de las veces ni siquiera son reconocidas. No entremos en detalles funcionales al orden representativo mismo sino a una mirada desde la opción de “otra política”. Recordemos lo siguiente: la revolución no se mide en votos sino en la sobrevivencia de pasiones rebeldes y libertarias regadas entre ese inmenso ‘nosotros’ que llamamos pueblo y en la voluntad colectiva de materializarlas.

Por ese lado hay heridas duras, debilitamientos importantes, claro que sí. No es para menos el trabajito de saboteo que ha hecho durante años la arrogancia burocrática y su proyecto corporativo de Estado, pero esto sigue muy vivo y con la posibilidad, ahora sí, de un despertar bolivariano “desde abajo y a la izquierda” que reviente los sostenes de dicha arrogancia. Un ejemplo de que esto sigue vivo es que mientras esta cúpula arrogante acaba de perder más de un millón de votos –después de haber perdido otro tanto en las elecciones regionales–, sólo una mínima parte de esos votos se han volteado hacia la derecha. Un 10% como mucho: la derecha sube en porcentajes pero es mínimo lo que aumenta en votos. Lo demás no vota, algo que alegra profundamente y nos deja incluso ante la posibilidad de mirar esto como una victoria popular, aunque sea simbólica.

 
Los discursos oficiales se regodean en su triunfo al obtener una mayoría parlamentaria importante, pero eso no evita el desarrollo progresivo de una crisis interna. Crisis que irá profundizándose en la medida en que choquen criterios de gobernabilidad que favorezcan el acuerdo ‘democrático’ con una derecha reinstalada en el Estado, y criterios que reafirmen la línea ya tradicional de “acabar con los agentes de la IV República”. Las derechas, que se afirman triunfantes por haber recibido más de lo que esperaban, aumentarán el saboteo legal e institucional y los odios creados. Buscan cómo acelerar el debilitamiento de la figura de Chávez, garantizando su derrocamiento legal o electoral en 2012.

No sería malo sugerirle al Gobierno, o a lo mejor que queda en él, que mire bien dónde están sus puntos de alianza y proyección revolucionaria en la situación post 26-S. Por ejemplo, por tomar un caso archisensible: si se está con el cacique Sabino Romero, encarcelado, símbolo hermoso de muchas luchas y de lo indígena, o se opta por los intereses que se mueven alrededor de los ministros del Interior y Asuntos Indígenas, agentes clave en la represión y división de la resistencia indígena. Las elecciones del 26 de septiembre corresponden a un momento clave: marcan el regreso momentáneo del bipartidismo, favorecido por una ley lectoral de 2009 que obliga prácticamente a la formación de bloques de alianzas y deja fuera toda minoría que no entre dentro de los polos mayoritarios, convirtiendo en un absurdo las opciones no polares tipo PPT.

Se trata de un bipartidismo donde se confrontan dos polos electorales. Uno de ellos supone un proyecto liberal- oligárquico aliado de EE UU, mientras el otro está atravesado en su interior por la hegemonía de un proyecto cada vez más burocrático y corporativo. Polo renuente a toda otra alternativa ‘socialista’ que no sea la de succionar los espacios del poder popular. Polo asentado en el control y tutelaje del Estado, y en general en la imposición de un capitalismo de Estado aliado a muchos intereses transnacionales y a la burguesía que lo acompaña. Pero este polo, a su vez, es presionado, desde una base cada vez más crítica, por un proyecto revolucionario. Proyecto vivo en la calle, que busca quebrar los órdenes de dominio. Que busca hacer surgir y expandir un piso material de autogobierno real desde los espacios comunales, como los espacios productivos.

Un socialismo marcadamente antiestatista y antiburocrático, ‘nuestramericano’. La ‘polaridad’ electoral es por tanto solo una de las facetas, quizás la menos clara en el fondo, desde donde se puede evidenciar la existencia de una tensión revolucionaria en Venezuela.

De todas formas el problema real e inmediato que tenemos enfrente, independientemente de las apreciaciones e interpretaciones políticas que se hagan de los resultados electorales en sí, es que llegamos a un momento en el que se consolida momentáneamente un equilibrio electoral y representativo entre los polos derechista y bolivariano. Lo que hace es anunciar un desenlace inevitable y no muy lejano que oscila entre el fracaso definitivo o el brinco cualitativo de la revolución bolivariana.

Visto nuevamente desde la perspectiva de “otra política”, hay dos problemas básicos. Por un lado, saber si el ciclo insurgente de masas, o el tiempo de la revolución social real, puede de ahora en adelante acelerarse lo suficiente como para superar en velocidad al tiempo de deterioro de la legitimidad del mando burocrático confirmado en estas elecciones. Problema básico para hacernos constatar a nosotros mismos si somos capaces de hacer sobrevivir y profundizar el proceso revolucionario. O si definitivamente a éste se lo llevó el diablo gracias a la efectiva y destructiva labor de la arrogancia concentrada en el “mal gobierno”, y a nuestra propia incapacidad de incendiarla por completo.

Pero a su vez esta aceleración insurgente no es suficiente por sí misma porque necesita, aunque parezca paradójico decirlo, de un aporte de Gobierno. Sigue dependiendo mucho de las decisiones políticas del propio presidente Chávez. Existe ya a estas alturas, un problema ‘maquínico’ de la revolución. La economía y la mentalidad burocrática y rentista son cada vez más insuficientes para mantener los equilibrios sociales mínimos. Y mucho menos son capaces de desarrollar un contexto productivo básico sin el cual este país se hunde en la inflación, la sobreacumulación de deudas y una importación cada vez más impagable. La revolución, el mantener viva esa tensión revolucionaria creadora, necesita prosperidad para partir de algo.

De lo contrario se ahoga en ella misma, favoreciendo las condiciones ya no de un simple aumento de votación hacia la derecha sino de una situación que nos puede llevar a que se justifique un golpe fascista. La aceleración de los tiempos de la revolución social necesita por tanto de un quiebre interno de la inercia corrupta y rentista que se ha incubado dentro del Gobierno. Depende mucho de sus criterios de alianza, de la capacidad de revolucionar por completo el mismo Gobierno y de las políticas concretas que adopte directamente el presidente, favoreciendo por supuesto el desarrollo rápido de la pequeña y mediana empresa, sobre todo de los tejidos productivos autogestionarios, a gran escala. Ojalá no sea muy tarde. Si no hay algo en este sentido, mejor dejemos de hablar de la existencia de un Gobierno revolucionario. Lo que ha pasado el 26-S es incluso útil para un proceso por sí mismo más que complejo. En este sentido, las elecciones a esta bendita asamblea que ya no se sabe ni qué representa, las ganamos por completo.

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