Una encuesta realizada por la Liga Antidifamación en
Europa evidenciaba el incremento de los tópicos
negativos contra los judíos. ¿Qué papel ha jugado
esta idea y cómo se ha entendido desde las izquierdas?
Aportamos esta respuesta al texto Izquierda y
antisemitismo publicado en el nº 60 de DIAGONAL.
- iSa
La población de Israel, y para
el caso también la de Palestina,
lleva mucho tiempo
absteniéndose de debatir
un tema tan ideológico -tan chic-,
tal vez por tener que atender a otro
tipo de cuestiones como la seguridad,
su impacto económico en la vida
de la gente de Oriente Medio o la
permanencia de la ocupación en
Palestina. Están demasiado ocupados
en sobrevivir como para hablar
sobre ideología, y ésa posiblemente
debiera ser también la forma de actuar
de cualquiera que quiera hacer
algo de utilidad, sea cual sea el lugar
del mundo en donde viva.
Por otra parte, la gente de izquierda
no está libre de sospecha cuando
hablamos de antisemitismo. O no debería
estarlo. El antisemitismo, de
hecho, existe en la izquierda europea
y estadounidense, y a menudo
utiliza la apariencia del antisionismo
para autojustificarse. Sin embargo,
no debemos confundir el antisemitismo
con el antisionismo: no son las
dos caras de una misma moneda y
es un error mezclarlos. Es cierto que
hay quienes, conscientemente o no,
justifican su antisemitismo con un
discurso antisionista. Tras años de
activismo, lamento tener que decir
que mucha gente tiende a ver las cosas
o blancas o negras, cuando la realidad
nunca es así de simple. No me
sorprende -y aún así me decepciona-
que se siga equiparando los conceptos
de ‘israelí’, ‘judío’ y ‘sionista’,
y que además se les meta a los tres
en la categoría de ‘malo’. Esos tres
términos no son intercambiables.
Posiciones críticas
Las críticas contra Israel, y en particular
contra su política de Estado, no
constituyen un ejercicio de antisionismo.
Criticar una estructura con la
capacidad de funcionar como un gobierno
estatal puede tomar formas
diferentes a un llamamiento a su
abolición. En el propio Israel hay
mucha gente con posiciones críticas
ante las distintas políticas de Estado
que se están realizando, como los valores
capitalistas que aparecieron
con la nueva legislación económica
y que significaron el aumento de la
pobreza y el hundimiento de las clases
sociales más bajas; o como las
políticas que discriminan a la población
judía mizrahi (sefardí), sobre
todo en lo tocante al reparto del capital
del Estado. En Israel, la mayor
parte de los activistas que quieren
un cambio social, que critican y a
menudo actúan y oponen resistencia
al Gobierno israelí, son perfectamente
sionistas. La mayoría de la así llamada
‘izquierda israelí’ -y me refiero
a la ‘izquierda mayoritaria’- se
opone a la ocupación de Palestina y
pide una retirada de los territorios
ocupados, y aún así se autodenomina
sionista. De hecho, hacen del sionismo
un elemento central en su
oposición al Gobierno israelí. Desde
esta argumentación, luchan para
mejorar el Estado y la sociedad israelíes,
especialmente al defenderse
de la corrupción de sus gobiernos.
En sus inicios, el sionismo era una
idea amplia en la que convivían diversas
interpretaciones. Algunas,
como la del intelectual y líder judío
Ahad Ha’am, aunque sugerían que
Israel era el hogar del pueblo judío,
rechazaban la idea de un Estado, en
tanto que sería un error fundar un
Estado para judíos en una zona con
tan numerosa población palestina.
Otras basaban el sionismo en puros
valores socialistas democráticos.
Aún así, los años transcurrieron y
mientras el sueño sionista se manifestaba
en su forma actual demostró
ser algo concreto que no coincidía
necesariamente con los planes y anhelos
de quienes en su día lo imaginaron.
Además del racismo implícito
dirigido contra todos los ciudadanos
palestinos que viven en Israel,
dicho país se dedicó a una violenta
ocupación contra una población palestina
sin Estado, extremos que el
sionismo nunca incluyó en su ideario.
Al final, aunque el sionismo pudo
ciertamente parecer una buena
idea cuando se fundó Israel (la II
Guerra Mundial y el Holocausto habían
tenido lugar poco antes), cambió
en su teoría y en su versión práctica
a lo largo de la historia para convertirse
en algo muy alejado de
aquellos altos ideales originarios.
Muchas de las críticas que recibe
hoy el sionismo no se dirigen contra
sus preceptos iniciales, sino contra
su presente aplicación y sus efectos
actuales en Oriente Medio.
Blanco y europeo
En Israel, la retórica antisionista ha
sido adoptada por importantes sectores
de las comunidades sefardíes,
incluyendo a algunas de sus más conocidas
personalidades, denunciando
que el sionismo es un concepto
blanco y europeo cuya puesta en
práctica en un “Estado para todos
los judíos” ha tenido consecuencias
muy opresivas contra la población
judía con orígenes distintos al de los
judíos asquenazíes (del centro y norte
de Europa) por tener identidades
y culturas judías diferentes. En suma,
acusan al sionismo de ser un racismo
entre judíos.
De la misma forma, existen numerosas
personas en todo el mundo que
son antisionistas y no albergan sentimientos
antisemitas, y los judíos de
izquierda radical en Occidente son
un buen ejemplo de ello. Por último,
el antisionismo no es antisemitismo,
porque éste es una forma de racismo
contra un grupo de gente, mientras
que aquél es una forma de resistencia
contra una determinada forma
de Estado. Afirmar que el antisionismo
extendido mundialmente perpetúa
los sentimientos antisemitas contra
los judíos que viven en diversos
países es simplemente una basura.
Los judíos de Israel han de asumir
cierta responsabilidad ante las actuaciones
de su Gobierno, y si es cierto
que no las apoyan, es preciso que hagan
algo y así poder ser juzgados por
sus actos. Y los judíos que viven en la
diáspora deberían ser juzgados por
sus opiniones y sus hechos, y no por
los de un distante Gobierno que lleva
a cabo una política de apartheid, supuestamente
en nombre de todos los
judíos del mundo, los cuales, en realidad,
no tienen nada que ver con eso.
Es cierto, el antisemitismo y la débil
posición de los judíos como grupo
oprimido es algo que merece la preocupación
internacional, como cualquier
otro grupo étnico con probabilidad
de sufrir persecución y discriminación.
Prestemos igual atención
a los refugiados de Darfur, Congo y
Eritrea que se pudren en las prisiones
israelíes a la espera de que se les
deporte a sus países de origen para
enfrentar una muerte segura, tan sólo
porque, al no ser judíos ni blancos,
Israel no reconoce su derecho al asilo
político. Y atendamos también a
los 10.000 presos políticos confinados
en cárceles israelíes que nunca
tendrán un juicio justo, cuyo único
delito es el de ser palestinos que han
vivido bajo la ocupación. Volviendo
al debate sobre las clases sociales, la
idea de la estratificación social se basa
en el hecho de que se puede ocupar
posiciones intermedias: sufrir
opresión en el presente o en el pasado
no significa que no se pueda oprimir
a otros. Y ése es el caso de Israel.
En lo referente a detentar el título de
“grupo oprimido”, los judíos tenemos
la obligación de aprender que
ya es hora de empezar a compartirlo.
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