En los casi tres años de gestión
progresista, surgen
signos inequívocos de revitalización
de los movimientos
sociales luego de la larga década
neoliberal. En contra de las previsiones
basadas en la actividad de los
movimientos sociales desde el fin de
la dictadura militar (1985), los movimientos
uruguayos viven un tiempo
nuevo, marcado por un mayor protagonismo
en el escenario nacional y
señales de renovación generacional.
El conjunto del movimiento está experimentando
En los casi tres años de gestión
progresista, surgen
signos inequívocos de revitalización
de los movimientos
sociales luego de la larga década
neoliberal. En contra de las previsiones
basadas en la actividad de los
movimientos sociales desde el fin de
la dictadura militar (1985), los movimientos
uruguayos viven un tiempo
nuevo, marcado por un mayor protagonismo
en el escenario nacional y
señales de renovación generacional.
El conjunto del movimiento está experimentando
un crecimiento cuantitativo -mayor número de afiliados
y simpatizantes- y cualitativo -consolidando
la autonomía y la independencia-
y comenzando a tallar nuevos
temas en las agendas colectivas.
Independencia sindical
Uruguay no se caracterizó por desbordes
sociales como los de los
otros países de la región durante la
primera oleada neoliberal de los ‘90,
sino que logró frenar el proceso de
privatizaciones a través de plebiscitos.
Quizás por eso la llegada del
Gobierno progresista no provocó
tampoco grandes cimbronazos entre
las organizaciones sociales. La
impresión dominante -aunque debidamente
matizada- es que los
movimientos ganaron fuerza, legitimidad
y presencia durante la gestión
de Tabaré Vázquez.
El nuevo clima social del que forma
parte el Gobierno progresista facilitó
la creación de sindicatos allí
donde la actividad era sinónimo de
despidos y sanciones. Las cifras de
la afiliación sindical hablan por sí
solas: en dos años y medio el PITCNT
duplica sus efectivos, que ya
alcanzan los 250.000 afiliados. Pero
además se crearon nuevas organizaciones
sindicales en sectores como
los call center [teleoperadores] o
los cuidadores de coches.
Pero el tema central es que el movimiento
sindical mantuvo su independencia
respecto del Gobierno y
del Frente Amplio, gracias a que viene
procesando debates desde el VIII
Congreso, celebrado en 2003, que
evitan confusiones de roles. En paralelo,
no debe desestimarse la larga
trayectoria de independencia que
presenta el movimiento sindical,
que ha convertido la delimitación
entre los roles de movimiento y partido
en una suerte de sentido común
que no se discute.
Integrantes de Ovejas Negras, colectivo
por la diversidad sexual, señalan
que los movimientos se han
fortalecido pero “no por la acción directa
del Gobierno sino por un contexto
en el que los fundamentalismos
son mal vistos y entonces encontramos
más espacios, incluso en las instituciones”.
De alguna manera, estamos
transitando por un cambio en la
actitud de nuestra sociedad que “no
puede atribuirse a un Gobierno sino
a un contexto. Aunque ahora existen
limitantes, los gobiernos de la derecha
nos limitaban muchísimo más”,
dicen en Ovejas Negras.
Nunca más
Uno de los mejores ejemplos de la
fuerza que están adquiriendo los
movimientos fue el debate nacional
suscitado a raíz de la propuesta del
presidente Vázquez de institucionalizar
el día del “Nunca Más”, como
forma de reconciliación con los militares
que violaron los derechos humanos.
Vázquez debió dar marcha
atrás ya que buena parte de la sociedad
y los principales movimientos le
dieron la espalda. En esta ocasión
fue el sindicato de maestros el que
jugó un papel relevante. Una amplia
consulta democrática a las bases tuvo
un resultado contundente: el 90%
del magisterio se opuso a participar
en el desfile cívico-militar que el presidente
había convocado para sellar
la reconciliación.
El 29 de mayo pasado la central
sindical PIT-CNT acompañó un paro
nacional de 24 horas de todas las
ramas de la enseñanza en reclamo
de que se cumplan las promesas
electorales de aumentar el presupuesto
educativo. Ese mismo día miles
de trabajadores reclamaron por
salarios y por “Nunca más” terrorismo
de Estado. El 20 de mayo, fecha
en que se conmemora el asesinato
de cuatro uruguayos en Buenos
Aires en 1976 (el senador Zelmar
Michelini, el diputado Héctor Gutiérrez
Ruiz y dos militantes tupamaros),
asesinados por militares
uruguayos con apoyo de la dictadura
de Videla, más de 50.000 personas
expresaron su rechazo a la reconciliación
anunciada por Vázquez.
El presidente no tenía otra salida que
dar marcha atrás o arriesgarse a una
crisis en su fuerza política.
En paralelo, el Gobierno está sufriendo
una fuerte derrota en su intento
por evitar que el Parlamento
apruebe una ley de despenalización
del aborto. La presión social, la
alianza entre el movimiento de mujeres
y las parlamentarias para impulsar
cambios en la legislación, han
dado sus frutos cuando a fines de
octubre el Senado aprobó por mayoría
una ley que Vázquez anunció
que sería vetada.
Un antes y después
Por último, los movimientos están
promoviendo el II Congreso del Pueblo,
una suerte de reedición del gran
encuentro de todos los movimientos
y organizaciones que se realizó hace
42 años. En aquel momento, el
Congreso del Pueblo marcó un antes
y después ya que los movimientos
enarbolaron un programa de
cambios que se instaló de modo tan
potente en el imaginario social, que
tuvo que ser recogido íntegramente
por quienes seis años después crearon
el Frente Amplio. Salvando las
distancias, ahora se trata de dar un
paso similar: instalar en los sueños
colectivos un proyecto de país que
deba ser tenido en cuenta por los políticos
y quienes están en el Gobierno.
Más que un programa, “un nuevo
entretejido social”, como señala
el coordinador del PIT-CNT Juan
Castillo, capaz de sostener e impulsar
los cambios en la dirección de
un desarrollo endógeno, al servicio
de los sectores populares y no de los
mercados globales.
Los movimientos se están planteando
estos objetivos en la medida
que han salido de un largo período
de repliegue que tuvo síntomas
de descomposición. En términos
clásicos, sería tanto como decir
que hoy existe una relación de
fuerzas más favorable. Luego de
casi tres años de Gobierno progresista
los movimientos viven una situación
más favorable porque hay
más espacios de difusión, ya que
antes sólo los movimientos institucionalizados
contaban con posibilidades
de expresión.
De alguna manera, apuntan hacia
una doble realidad: el contexto
nacional ha mejorado para todos los
movimientos, pero en su interior
ahora se expresa de modo más
abierta una diversidad societal que
ha venido creciendo al calor de las
expansión de nuevas formas de vivir
y de pensar. Esa diversidad es
hoy uno de los desafíos más profundos
que tiene planteado el movimiento
social. Todo indica que si es
capaz de asimilar las diferencias,
estará en condiciones de crecer y
abrir las puertas para un nuevo ciclo
de protesta, que puede sentar
las bases de un Uruguay diferente
al hegemónico. En este cambio de
época, es probable que sean los colectivos
‘minoritarios’ -integrados
por jóvenes socializados por fuera
de las instituciones del movimiento
social- capaces de encarnar la innovación
y el desafío los que jueguen
un papel protagónico.
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