Transformemos la crisis en una oportunidad de cambio social



05/02/09 · 0:00
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Cuando les comenté a unas
amigas que tenía que escribir
un artículo sobre la crisis,
me miraron con gesto
de desesperación: “estamos hartas
de tanta crisis, sobre todo porque nosotras
ya llevamos años viviendo en
la crisis, somos precarias desde hace
mucho. ¡Dejadnos en paz!”.

Ésa parece ser la convicción de
mucha gente joven, que está viviendo
con cotas de precariedad alta desde
hace decenios. Para ellas el llamamiento
al consumo suena como una
burla, como engancharse de nuevo a
un tipo de vida de la que debieron
deshacerse hace ya tiempo.

Remedios

Porque uno de los remedios de la crisis,
en boca de los políticos y economistas
oficiales, es el aumento del
consumo. Dado que el capitalismo
contemporáneo no produce para
vender, sino que re-produce lo que
vende para seguir vendiendo, la caída
del consumo conlleva el declive
de la producción-reproducción y
pone en entredicho la lógica de la
acumulación. Si la rueda se para, los
primeros perjudicados seréis los asalariados:
estancamiento de las empresas,
desempleo masivo… Las
esperanzas en una “pronta recuperación”
–es decir, que se recuperen
altos niveles de consumo y por ende
de producción– supone soldar de
nuevo a todo el mundo a la rueda del
consumo, relanzando el círculo venenoso
de acumulación-inversión-
(re)producción-venta-consumo.

Por el contrario la crisis ofrece, en
mi opinión, una oportunidad para
profundizar los cortes y las rupturas
de ese ciclo infernal; para reorientar
la producción, favoreciendo la satisfacción
de las necesidades sociales
antes que el desaforado consumo
privado; para introducir aquellas
perspectivas ecológicas y sociales
que hasta ahora no han sido escuchadas.
Transformar la crisis en
oportunidad significa poner en primer
término esas soluciones y obligar
a los poderes públicos a suscribirlas
y apoyarlas. Sobre todo porque
el aumento del consumo privado
de los últimos decenios ha ido acompañado
de un fuerte endeudamiento,
lo que en la jerga de los economistas
se conoce como financiarización.
¿Cómo sostener altos niveles de consumo
de masas en sistemas productivos
con bajos salarios cuando una
gran parte de las rentas proviene del
salario? El acceso al crédito ha permitido
comprar bienes que se van pagando
cuota a cuota. Nadie paga nada
al contado desde hace años y la
población acumula una deuda sobre
otra. Una deuda es eslabón de la siguiente
en la esperanza, irrisoria, de
que algún día acabaremos de pagar.

Sin olvidar que la inversión financiera
en productos diversos, como
acciones de Bolsa, fondos de inversión,
pensiones, etc., ha elevado el
nivel de renta, permitiendo suplir carencias
en los salarios. La sustitución
parcial de las jubilaciones por los
fondos de pensiones que en su momento,
hará ya más de diez años, se
presentaron como el modo de que
uno mismo se garantizara su pensión
constituyendo su propio capital,
han derivado en una gigantesca bolsa
financiera con caídas sucesivas de
rentabilidad. Mucha gente ha perdido
su dinero en vez de asegurar su
jubilación. Pero esas medidas nunca
hubieran conocido tal éxito, si no hubieran
contado con un fuerte apoyo
por parte de los poderes públicos: las
cotizaciones en los fondos de pensiones
desgravan en el impuesto sobre
la renta, de modo que son muchos
los que prefieren acumular en dichos
fondos a incrementar sus impuestos.
A su vez, esta práctica ha aumentado
exponencialmente los recursos disponibles
para las entidades financieras,
cuya tentación para los especuladores
internacionales es difícil de
evitar. Y al tiempo los fondos sociales
se adelgazan. De modo que la
privatización a ultranza de lo económico,
es decir el potenciamiento
de formas privadísimas de capitalización
en sociedades con una
producción extraordinariamente
socializada, ha resultado ser un problema
y no una solución.

Por eso tenemos que ser capaces
de imponer formas adecuadas de
gestión social. Especialmente cuando
la crisis financiera, el colapso
inmobiliario y la incipiente recesión
amenazan todavía más el tejido
social. ¿Porqué ha habido, hasta el
momento, tan poca respuesta social?
Algunas respuestas. Primero,
me digo, porque la crisis sigue percibiéndose
con escepticismo. A muchos
trabajadores con empleos más
o menos garantizados, la crisis sigue
sonándoles como algo repetido
incesantemente por los medios de
comunicación pero con poca incidencia
en su vida personal. Su respuesta
es por ello temerosa y escéptica,
con algún apunte crítico: ¿nos
hablarán tanto de crisis para asustarnos?,
¿se tratará de crear temor
como forma de gestión social?

¿Qué medidas adoptar ante eso
desde una perspectiva anti-capitalista?
Ésa es la pregunta más difícil,
por lo que sólo esbozaré algunas
respuestas: no deberíamos aceptar
un apaciguamiento de la crisis con
dinero público sino exigir responsabilidades.
Hay que clarificar la
situación de las empresas y entidades
antes de darles dinero.

Debemos poner de manifiesto que
“la crisis no la pagaremos nosotros/
as”, no estamos dispuestos/as a
aceptar recortes en ningún sector
social. Hay que atender de forma
prioritaria al mantenimiento de las
personas, exijamos garantías para
que todos los desempleados, del tipo
que sean, puedan tener un seguro de
desempleo y/o una renta social suficiente
para mantenerse en tanto dure
la crisis. El que las personas
desempleadas puedan seguir viviendo
en condiciones dignas es cosa de
todos/as, eso es lo prioritario.

Hay que garantizar además que
las personas desempleadas o con
rentas muy bajas que tengan deudas
hipotecarias no van a ver embargados
sus bienes. Resulta inaceptable
que las entidades reciban un dinero
para mejorar sus cuentas de resultados
y pagar a sus accionistas o inversores,
y que a la vez embarguen a la
gente que no puede pagar sus hipotecas
y que no sólo no tienen salario
ni renta alguna sino que tampoco
reciben ayuda económica del Estado.
Ése es el momento de poner en marcha
proyectos autogestionados, apoyados
con dinero público y que potencien
actividades productivas solidarias
y ecológicamente sostenibles.

A nivel discursivo debemos resistirnos
al lenguaje de que todos/as debemos
implicarnos en la salida de
una crisis que se presenta como una
‘responsabilidad colectiva’, a no ser
que haya un cambio radical de perspectiva
y se tengan en cuenta nuestras
soluciones. Lo contrario es
reforzar la soga que nos ata a unos
negocios en gran parte especulativos
que no controlamos. A nivel social
tenemos ya una experiencia acumulada
que nos permite plantear alternativas,
siempre que seamos capaces
de poner en juego esas experiencias
y enlazarlas unas con otras.

¿Y quién puede imponer todo eso?
La crisis golpea, y con dureza, a sectores
sociales ya precarizados, en especial
a trabajadores migrantes y en
la construcción, a trabajadoras de los
servicios personales y en el servicio
doméstico, a trabajadores a tiempo
parcial, a temporeros, a obreros de
pequeñas fábricas subsidiarias de las
grandes corporaciones, a empresas
de trabajo dependientes de los Ayuntamientos,
a todos los sectores precarios
que se han ido constituyendo
en el ámbito del trabajo dependiente
en los últimos años. Son estas fuerzas
y sus incipientes organizaciones
las que pueden transformar la crisis
en una oportunidad para un cambio
profundo de la realidad social.

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