Tomar la calle, transformar el barrio

Cuando las desigualdades sociales se evidencian con mayor crudeza y los presupuestos sociales de la Administración se ven mermados, ¿cuál es el papel de los y las trabajadoras sociales? ¿Ponen paños calientes o hacen efectivos derechos básicos? ¿Es un empleo con mayores implicaciones?
¿Hay margen de maniobra para una labor crítica?
ISABEL VÁZQUEZ y ELBA GONZÁLEZ // Educadoras en el barrio de Palomeras Bajas (Vallecas, Madrid)

02/01/10 · 20:50

La reflexión que nos llevó a este artículo a cuatro manos surgió de un día de charla, lo cual parece bastante apropiado, estando toda educación y transformación social ligada a los actos de comunicar y compartir.

En la charla confluían dos visiones que nos pareció curioso conjuntar. La de quien lleva ya unos años como educadora/ maestra en un barrio al que llegó ya con esta perspectiva. Y la visión de quien se ha criado en dicho barrio y por lo tanto ha compartido espacios, inquietudes, ocio y amistad con las personas con las que interviene como educadora desde los programas de educación compensatoria o tiempo libre. Para nosotras, el hecho de ver los mismos episodios, incluso a la misma gente, desde estos dos puntos de vista, resultó esclarecedor. Nos referimos en este texto a nuestra visión de la educación en tiempo libre en contextos de desigualdad social, educación de calle y educación compensatoria principalmente.

El efecto transformador del trabajo social depende en primer lugar de la intención. Vemos claramente que la pobreza y la exclusión también son un nicho de mercado, que atenderlas genera muchos puestos de trabajo y que estos se orientan muchas veces no a intentar que desaparezcan dichos problemas, sino a tratar de aminorarlos.

Pero, ¿qué sucede cuando las intenciones y la visión de quienes abordan estas situaciones van un poco más allá del alivio o la propia jornada laboral? ¿Qué ocurre cuando se desea producir un cambio profundo, cuando se quiere promover la autonomía, potenciar la visión crítica y favorecer la organización?

En nuestro primer acercamiento al tema, nuestra visión como educadoras era bastante pesimista, era un “queremos, lo intentamos, pero en realidad luego la transformación no se produce”. Sin embargo, desde el punto de vista de la antigua chavala, sí había habido importantes procesos de transformación personal. De manera indirecta, la presencia de esos nuevos discursos y maneras de hacer en la vida cotidiana del barrio marcaba una diferencia y finalmente, un discurso de solidaridad, autogestión, respeto o crítica se hacía presente, no tanto por la insistencia de los educadores, externos a fin de cuentas, sino porque había trascendido en las vidas de personas que sí pertenecen al barrio y significan algo en el mapa del mismo.

Partiendo de lo cercano y concreto, nos parece que los procesos de transformación se producen cuando además del trabajo social ha habido una implicación de la persona, no sólo la educación opera cambios. En este sentido, las dos resaltábamos la importancia de los grupos interclase, donde conviven personas de diferente extracción social. No sólo por la diversidad y riqueza que la diferencia aporta a cualquier grupo. Además, para las personas con trayectorias vitales más duras los grupos interclase pueden suponer la oportunidad de convivir cotidianamente con valores, reflexiones o recursos que su propia experiencia no les ha ofrecido. Y para los demás el grupo puede suponer una oportunidad de ‘pensar el barrio’ desde una perspectiva más profunda, de reflexionar sobre la equidad social como un tema más cercano. Cuando se forman vínculos de amistad y respeto que trascienden los condicionantes de clase social, rol, procedencia, estatus económico… estos vínculos pueden llegar a ser para los protagonistas realmente liberadores. Y esta relación liberadora, si ha sido elegida a su vez libremente –aunque haya habido un esfuerzo consciente por parte de los educadores de crear un marco que la hiciera posible– puede seguir desarrollándose más allá de una actividad o un espacio concreto, acompañando a las personas hasta donde ellas elijan. En esa línea, una de nosotras recordaba relaciones de este tipo que de una manera u otra aún se siguen manteniendo o que, aunque se desvanecieron, tuvieron una importancia decisiva para quienes las vivieron.

Al final, la relación con el educador o educadora siempre tiene un componente de asimetría de poder que no existe en las relaciones que se establecen con el grupo de amistad, en tanto relaciones entre iguales. Por eso, es el grupo de iguales el lugar donde la transmisión de valores a través de la interacción adquiere verdadera profundidad transformando a sus integrantes. Y es que si hay algo que enseña el profundo sentido de la solidaridad eso es querer a alguien diferente.

¿Hay algo más?

También resaltábamos la importancia que tenían aquellas ocasiones en que jóvenes se incorporaron a los intentos de intervención social en su propio barrio, colaborando con asociaciones o como educadores o educadoras. Estas incorporaciones sugieren que se están generando dinámicas de autogestión y autorresolución desde dentro del propio barrio. Sin embargo, dichas incorporaciones son todavía poco frecuentes. La observación de quien ha vivido de cerca estos procesos es que se producen si y sólo si previamente se ha trascendido la relación educador/educando, cuando hay ‘algo más ahí’.

Programa mínimo

Desde una perspectiva un poco más general, parece difícil –al menos en el ámbito que conocemos más de cerca– que la educación compensatoria y la educación de calle vayan a poder cumplir sus objetivos, entre ellos, uno principal: que desaparezcan las condiciones que las hacen necesarias. Es responsabilidad de los poderes políticos el desmantelamiento de lo público, cuestión que incide de manera especialmente dura sobre las personas más vulnerables. Con el ataque directo a la educación pública se estrangula uno de los pocos espacios que aún quedan, una vez secuestrada la calle por coches y miedos varios. La recuperación de la calle como espacio de convivencia y relación parece un proyecto cada vez más difícil cuando los proyectos de educación de calle han ido desapareciendo o se han visto reducidos sistemáticamente. Además, el progresivo deterioro de las condiciones de vida de las familias –disminución de la cuantía de las becas, privatización y precarización del sistema de sanidad público, etc.– incide directamente en los niños, niñas y jóvenes, en sus expectativas de futuro y en su visión del mundo.

Ante este panorama nosotras seguimos creyendo en la posibilidad de transformación, aunque sólo sea porque seguir intentándolo nos motiva lo suficiente. Defender lo público, mantener la conciencia crítica, seguir cuestionándonos, hablar, compartir, ocupar la calle y tener confianza en los niños, niñas y jóvenes, en sus expectativas de futuro y en su visión del mundo

Ante este panorama nosotras seguimos creyendo en la posibilidad de transformación, aunque sólo sea porque seguir intentándolo nos motiva lo suficiente. Defender lo público, mantener la conciencia crítica, seguir cuestionándonos, hablar, compartir, ocupar la calle y tener confianza en los niños, niñas y jóvenes nos sirve como programa mínimo elemental a partir del cual ir caminando.

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[Más allá de las buenas intenciones->
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[¿Por qué trabajar en intervención social?->http://www.diagonalperiodico.net/Por-que-trabajar-en-intervencion.html]
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[Depende de quién te toque->http://www.diagonalperiodico.net/Depende-de-quien-te-toque.html]
_ Por Las Tejedoras, Colectivo feminista

[De todos, de pocos y en el medio->http://www.diagonalperiodico.net/De-todos-de-pocos-y-en-el-medio.html?id...
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