Con más de seis millones de personas sin empleo, la respuesta -por ahora- de los sindicatos de concertación pasa por la renovación del pacto social, y la de los alternativos por la movilización y la huelga general... ¿No queda otra, “con la que está cayendo”, que pedir empleo a los empresarios? Abrimos el debate.
En el capitalismo, los procesos de creación de riqueza se efectúan mediante la movilización y uso de poblaciones jurídicamente libres: ciudadanos que pueden abandonar sus ocupaciones y empleadores a la búsqueda de mejores condiciones de vida y trabajo. La contrapartida, sin embargo, es que el empleo también puede abandonar a los trabajadores, desde entonces prescindibles e intercambiables. El vínculo del trabajador asalariado con su puesto de trabajo se convierte así en un vínculo inestable y precario por definición. ¿Cómo construir ahí una identidad estable?
La crítica de movimientos cuyas demandas no se veían recogidas en el supuesto ‘universalismo’ del movimiento obrero o la transformación permanente de los procesos productivos, fueron aniquilando a las figuras supuestamente representativas de la totalidad La movilización social, política y sindical que acompañó al proceso de consolidación e institucionalización de las relaciones laborales contemporáneas, se efectuó, sin embargo, a partir de la movilización y visibilización de determinadas figuras, identidades y categorías de trabajadores que estaban lejos de representar al conjunto de la población asalariada. Cada una de estas “condiciones obreras” particulares actuaron como un catalizador para la movilización, como un referente metonímico de un conjunto de población más amplio. No obstante, las derrotas experimentadas; la crítica de movimientos –feministas, ecologistas, sindicalismo alternativo, de parados...– cuyas demandas no se veían recogidas en el supuesto ‘universalismo’ del movimiento obrero; o la transformación permanente de los procesos productivos, fueron aniquilando –simbólica, política y sociológicamente–, una a una, estas figuras supuestamente representativas de la totalidad. The working dead.
Asistimos así a la crisis y muerte del trabajo, de la clase obrera, del socialismo, de la historia, de la política. Paradójicamente, este debate surge en un momento histórico en el que el grueso de las sociedades han pasado a estar mayoritariamente integradas por poblaciones cuya reproducción depende, cada vez más, de las rentas y recursos generados por el trabajo asalariado, ya sea como salario directo o como prestaciones, servicios, instituciones y transferencias del Estado que se financian –vía impuestos o cotizaciones– a partir de esas mismas rentas salariales. Justo cuando las instituciones del ‘salariado’ más se han extendido, menos capaces somos de identificarlas –de atribuirles una identidad–. Parece que la cosa va de fantasmas: ¿sociedades salariales sin trabajo ni asalariados? Pero, ¿y si el proceso general de desvinculación de poblaciones y actividades propio del capitalismo volviera inútil toda pretensión de identificar el movimiento de los asalariados con una “condición obrera” o “composición de clase” particular? El grueso de las sociedades han pasado a estar integradas por poblaciones cuya reproducción depende, cada vez más, de las rentas y recursos generados por el trabajo asalariado
Emanciparse del trabajo
Habiendo constatado ya las limitaciones de los mecanismos de movilización del viejo movimiento obrero, ¿por qué reproducirlas bajo un nuevo lenguaje? ¿Qué ventajas tendría reemplazar a los trabajadores ‘fordistas’ por el nuevo ‘cognitariado’ o colocar en el pedestal de la “vieja clase obrera” a un sujeto de comportamientos, características y estructuras organizativas supuestamente novedosas: el ‘precariado’? ¿Se trata de reivindicar la nueva hegemonía de actividades y figuras antes desconsideradas: trabajadores precarios, inmateriales, empresariado político, cadenas de cuidado? Mientras que no hagamos nuestro ese movimiento de fondo que atraviesa el capitalismo –la desvinculación creciente de la evolución de las poblaciones y de las actividades–, estaremos condenados a vivir en una especie de noria política y emocional en la que una y otra vez descubriremos que la enésima figura subversiva ha terminado, como tantas otras, en la papelera de la historia.
Emanciparnos ‘del’ trabajo y pensar desde ahí en otros modelos de participación, creación, reparto y disfrute del tiempo, actividades y riqueza. Más que buscar nuevas subjetividades y cristalizaciones productivas que sustituirían a las ya periclitadas –the working dead– ¿por qué no asumir que el salariado constituye una identidad imposible y que, más que frenar su movimiento constitutivo –devolviendo al trabajador su vínculo estable e identidad con el trabajo–, de lo que se trata es de radicalizar dicho movimiento? ¡Recojamos el guante del desafío abierto ante nosotros! ¡Vosotros lo habéis querido! Nuestro proyecto político no aspirará ya a emanciparnos a través del trabajo, sino a emanciparnos precisamente ‘del’ trabajo y pensar desde ahí en otros modelos de participación, creación, reparto y disfrute del tiempo, actividades y riqueza.
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