El autor, miembro del colectivo Universidade Invisíbel, apunta tres condiciones para que la llamada Syriza galega sea una herramienta útil más allá de las elecciones.
En las elecciones gallegas, junto a las
derechas conservadoras del PP y
UPyD, junto al anunciado
tándem de la derecha liberal
–PSOE– y la izquierda centrista del Bloque, concurre la
coalición formada por IU,
A Nova y Equo, presentándose a sí misma como una
Syriza galega. Quisiera discutir
sus posibilidades volviendo la
vista al 2011. Allí se da un contraste esclarecedor entre el 15M
y las protestas de Geraçao à
Rasca que sacudieron Portugal.
Aunque similares en su composición social, sus políticas en
red, incluso en sus demandas,
existen diferencias.
Primero, geopolíticas. A diferencia de la protesta portuguesa, centrada en su realidad
nacional, la reivindicación en
Sol, de la Qasbah y Tahrir, la
importación del formato de las
acampadas, así como la inmediata proliferación del movimiento a través de la diáspora,
favoreció la extensión de una
lucha que a su vez contribuyó
a la gestación de otros procesos como Ocuppy en el sur de
Manhattan.
Segundo, los partidos. Los
portugueses se habían expresado ‘a la argentina’ –“¡que se
vayan todos!”–, provocando el
rechazo del Partido Comunista Portugués y dejando en
una difícil situación al Bloco
de Esquerda. Por su lado, el 15M convirtió
unas elecciones en las que
muy poco había que ganar
–desde hacía tiempo las encuestas vaticinaban los resultados obtenidos– en un inteligente ataque al “modelo de balanza de élites”, también conocido como “bipartidismo”.
Tercero, la democracia. El
paso de Geraçao à Rasca al
15M es el paso de poder destituyente al poder constituyente. Ya no sólo se trataba de
echar a los gobernantes, luchar contra los recortes y salvar o retornar al welfare. En
lugar de limitarse a contestar
a la rapiña de los acreedores a
la defensiva y en sus propios
términos, lo hizo en el nombre
de la democracia real. O lo que
es lo mismo, una democracia
sin contenidos, que no puede
ser otra cosa que una democracia, política y económica,
por venir. Con lo dicho, de
vuelta a la Syriza galega, su
hipótesis tendrá sentido si
comprende que:
Primero: así como Alemania no es más que un tigre de
papel resistiendo a la desesperada –saquear a los socios
es el último paso antes de
hundirse uno mismo–, las mayorías de la balanza de élites
son poco menos que un simulacro, cada vez menos efectivo. Como en Grecia o Islandia,
como antes en América Latina,
el poder constituyente del
movimiento terminará por reorganizar las opciones de voto.
Syriza entendió que debía
arriesgarse y dar respuesta a
este desplazamiento. No podía gobernar con los partidos
de una balanza que implica
de facto, explícita o implícitamente, un gobierno de concertación antidemocrático, sumiso a la troika.
Segundo: si, por tanto, una
Syriza galega ha de ocupar en
solitario el lugar electoral que
aún está por aparecer, habrá
de llenarlo con algo más que
una alternativa a la austeridad.
Como la política de movimiento, tendrá que dar el paso de
lo destituyente –estilo “hai
que botalos”– a lo constituyente, transformándose a sí
misma al redefinir sus discursos y procedimientos a imagen de los desarrollos actuales de la democracia real.
Por último, más allá del logotipo fusilado de los griegos,
tendrá que saber transitar de
ida y vuelta las fronteras,
insertándose en el flujo de la
geopolítica de los movimientos; traer los contagios desde
el exterior, innovar y crear una
manera de resistir desde la
jurisdicción de un marco autonómico –en atención a una
composición política y territorial tan distinta a la griega– ‘exportable’ a otros espacios.
Tres condiciones, por tanto, para constituir algo así como una Syriza galega. Por
desgracia, dudo que estén
cumpliéndose.
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