Sumisión ciudadana

Crisis energética, inmobiliaria, financiera y bursátil, cambio
climático... Un escenario de colapso sistémico que movimientos
sociales de base y propuestas transformadoras
enfrentan justo cuando no parecen lograr salir del bache.
¿Cómo analizar la situación?

15/04/09 · 14:00
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Estamos en plena crisis.
Los titulares hablan del
Gobierno, de los bancos
centrales y no centrales,
del préstamo y no préstamo, de
quiebras, despidos, desahucios y
paro... Se habla menos de una progresiva
irrupción de la miseria, que
ya antes se sabía abrumadora al
otro lado de los cayucos. Apenas
se osa nombrar lo más temido, el
peligro de una ‘desestabilización’.
Y cuando se habla, mucho, de la
salida de la crisis, no se quiere contar
con que la luz del sol, tras salir
del túnel, sea más turbia.

Los media nos presentan una crisis
‘en el’ capitalismo, no una crisis
‘del’ capitalismo; a lo sumo se habla
de algunas reformas legales, que
nadie cree que puedan llegar a ser
profundas. La arrogancia de los poderosos
en su momento de máxima
exposición lo escenifica ostentosamente.
Y no sólo estamos pagando
su crisis, sino que la aprovechan para
ponernos en fila e invadir descaradamente
cada vez más espacios.
El rechazo del capitalismo ahora
parece un tema tabú, como si sólo
se tratara de un mal gobierno económico
en manos de los neo-cons;
en el fondo, una fatalidad y una fatalidad
pasajera, pero que nos obliga
a más disciplina, más sacrificio.
¿Será el miedo, que paraliza el cerebro?
¿Es que quienes estábamos
contra el capitalismo ahora pensamos
que puede ofrecernos un
rostro más humano? ¿Que algún
salvador Obama puede disponer
los mecanismos de corrección implícitos
en el mismo capitalismo, o
al menos compatibles con él en una
nueva figuración? Porque nuestra
crítica del capitalismo fue antes
tan global como ideológica y vaga,
sobre todo en la supuesta incontaminación
del sujeto crítico
por su supuesto objeto; como si
no estuviéramos encantados de
chupar un poco de su cuerno de
la abundancia.

Se ha acabado la era de la ‘crítica’
y de las buenas voluntades ‘sociales’,
pagadas a precio carísimo
por los terceros mundos periféricos...
y metropolitanos. Tampoco
es que se trate de un hundimiento
total y simultáneo. La casa está cediendo
por partes, como si se estuviera
abriendo una inmensa tijera;
y sólo aspiramos a mantenernos
aferrados en la parte de arriba.


Realismo

La izquierda se ha convertido a la
democracia, olvidando que ésta es
la forma política de la dominación
capitalista. Se ha instalado en la esperanza,
o la ilusión, de una progresiva
socialidad y ha acabado en
un “esto es lo que hay” junto con
“soy izquierdista, pero no gilipollas”.
La falta de un modelo visible
al que poder engancharse excusa la
complicidad con “lo que hay” por
horrible e intolerable que sea. Más
aún, también nuestra izquierda oficial
ha aceptado la doctrina ‘técnica’
de que cada ámbito –especialmente
el económico–, tiene sus propias
leyes, en las que nada ‘externo’
debe interferir. Con esa compartimentación
ha olvidado algo esencial:
que la economía es por de
pronto política y lucha de clases,
desde arriba por supuesto. Y que la
teoría de la pauperización de Marx
no sólo se muestra real en el Tercer
Mundo, sino que en lo político todos
somos hace mucho pauperes.
A fin de cuentas los mismos telediarios,
con su extrema estilización y
reducción de la realidad (como la
telenovela escenificada por la política
española), son un factor tranquilizador
frente a la propia indignidad
política. Hasta el punto de
que nos falta hasta la capacidad de
imaginarnos un mundo no capitalista.
La caverna nos ha tragado.
Nuestra imaginación nos traiciona
cuando nos creemos externos al capitalismo
y capaces de ver sin sus
gafas; en realidad ya ni tenemos
otros ojos que los suyos.

No es en la ideología, sino en la
respuesta a las situaciones, donde
debería ir surgiendo en pequeño, a
nuestra medida, el reconocimiento
de la realidad vampírica de la que
formamos parte y nuestra reacción
constructiva. No es la minoría culpable
de la razón, como quería
Kant, la causa de nuestra miseria
personal y colectiva, sino más bien
la minoría culpable de nuestra información;
marginamos, minimizamos,
contextualizamos en el aluvión
publicitario lo que debería servirnos
de base para emprender una
rebelión lúcida, inexcusable. No
una rebelión de grandes gestos, que

sólo puede ser general y siempre
precaria, sino por de pronto la de
una imaginación política sin necesidad
de perspectivas de “lucha final”.
Porque nos toca estar hegemonizados
por poderes inmensos, pero lábiles,
que nunca contarán con nuestro
apoyo total, aunque vivan de
nuestras complicidades ya por el
mero hecho inexcusable de que trabajemos
bajo y por tanto para ellos.

No se trata de acabar con el capitalismo,
sino, primero, de ir saliendo,
nosotros, de su caverna.
Él ya nos está echando... hacia el
fondo, encadenados en sumisión
‘ciudadana’.

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