Sobre trabajos, sudores y panes: la centralidad social del trabajo

TRABAJO ¿QUÉ ES ESO?
La reciente directiva europea que permite ampliar la
semana laboral hasta las 65 horas nos recuerda
que las relaciones laborales se pueden desregular
mucho más. Entre deslocalizaciones, ERE y amenazas
de desempleo masivo, aportamos dos visiones
contrapuestas de lo que se entiende por trabajo.

15/10/08 · 23:55
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Voy a empezar con lo que
puede parecer una obviedad:
toda sociedad humana
para resultar viable necesita
de trabajo(s). Esta afirmación
no representa necesariamente la forma
histórica que la organización de
ese ‘trabajo socialmente necesario’
adopte y, en este sentido, no implica
tener que aceptar la forma capitalista
de organización del trabajo (su
venta a cambio del salario). Lo que sí
implica es una definición del trabajo
en sentido amplio, como actividad
humana indispensable para el sostenimiento
y desarrollo de la vida.

Elemento central

Es obvio, como decía. Pero hay que
diferenciar cuándo se habla de trabajo
en sentido capitalista, como
mercancía vendida a precio de salario,
y cuándo lo hacemos como actividades
socialmente útiles. El primero
describe las condiciones en que
ese trabajo se desarrolla, y sus consecuencias
para la organización social
y las condiciones de vida de la
clase trabajadora. El segundo implica
aceptar una condición ontológica
del ser social humano, una característica
natural mediante la cual se satisfacen
colectivamente las necesidades
sociales, y que nos puede servir
de pista, de orientación, para conocer
cómo podría ser el trabajo: ¿Hay
otras formas de trabajar?, ¿las ha habido?,
¿las puede haber?, ¿hay sociedades
sin trabajo(s)?... Creo que una
crítica del trabajo hoy debe partir de
la relación del primer concepto con
el segundo, y por tanto hay algunos
aspectos que habría que matizar.

Por un lado, deberíamos descartar
la idea del ‘fin del trabajo’ –y de la
clase trabajadora–, tan repetida durante
los últimos 30 años por parte
de algunos autores desde sus tribunas
tanto de carácter neoliberal,
como tecnocrático o posmoderno.
Como demuestran innumerables
estudios, datos y evidencias, durante
estos años el trabajo en el
mundo no ha hecho más que aumentar
(incremento global de producción,
incremento del número de
trabajadores/as, industrialización de
nuevos espacios...). Aunque nuestro
entorno inmediato esté sufriendo un
proceso de reestructuración industrial/
empresarial y de recomposición
de los trabajos, no existe una sociedad
ideal donde los bienes que consumimos
crecen en los árboles. Lo
que sí existe es la división social, sexual
e internacional del trabajo.

En segundo lugar, se afirma muchas
veces que el trabajo ya no es un
elemento central en la vida de las
personas, que nuestra identidad y
nuestra realización personal se encuentra
en otros aspectos de la existencia.
Este hecho puede ser cierto
en términos generales, pero no lo es
en sentido cuantitativo. Actualmente,
más de 20,5 millones de habitantes
del Estado español se encuentran
ocupados y ocupadas laboralmente,
sin contar la economía sumergida o
el trabajo no remunerado como el
doméstico o los cuidados. De estas,
casi 17 millones perciben un salario
a final de mes. Además es en el
Estado español, en el contexto de la
UE, donde más horas se dedican al
trabajo. Por tanto, si bien puede ser
cierto que ya no es tanto fuente de
identidad y realización personal, sí
que es un elemento central por la
cantidad de tiempo y energía que le
dedicamos la mayoría de personas.

Perspectiva económica

En tercer lugar, es evidente la crisis
y declive del movimiento obrero
después de la catarsis de los años
‘60 y ‘70. La cuestión obrera como
fuente de asociación y acción ya no
tiene un papel central en el conflicto
social capitalista. A partir de la crisis
de los años ‘70, se consolidan los que
se han venido a llamar ‘nuevos movimientos
sociales’, en parte surgidos
de la crítica a la integración del
obrerismo por la vía del Estado de
bienestar, así como por la reestructuración
capitalista. Las siguientes
décadas estarán caracterizadas por
la hegemonía del neoliberalismo, en
especial en el ámbito del mercado
(nueva gestión empresarial, flexibilización
de mercados, reducción de
gasto público, individualización de
las relaciones laborales…). Mientras,
los movimientos sociales, la
nueva izquierda y la crítica cultural
al capitalismo parten de otras dimensiones
y análisis para atacar el
sistema: ecologismo(s), feminismo(
s), nacionalismo(s), minorías étnicas
y culturales, liberación(es) sexual(
es)… Como argumenta S. Zizek,
la reacción de los movimientos
sociales críticos y radicales, frente a
la ofensiva neoliberal y su hegemonía
en el mundo académico y en el
pensamiento económico, ha sido refugiarse
en estos aspectos parciales
o sectoriales de la lucha social, renunciando
a la perspectiva económica
del conflicto como un terreno
en el que se reconoce la “autoridad”
de la doctrina neoliberal, del pensamiento
único. El inmediatismo, el
vitalismo, el hedonismo, la liberación
sexual, que caracterizan la praxis
de los ‘60, se canalizan por parte
del capitalismo reestructurado a través
de la sociedad del consumo masivo,
agudizando la esclavitud asalariada
a cambio de un consumismo
inmediato y compulsivo.

En buena parte, el neoliberalismo
introduce la idea de la no centralidad
social del trabajo para flexibilizar
e individualizar el mercado,
impulsando el consumo y el endeudamiento,
y desarmando a la clase
obrera y su acción política e histórica.
La individualización de las relaciones
laborales implica la ‘desubjetivización’,
la pérdida de identidad
en el entorno de trabajo, la fragmentación
de itinerarios laborales,
la intermitencia, el desarraigo y la
inseguridad social. A pesar de que
el salario sigue siendo el mecanismo
básico e imprescindible para la
subsistencia, y que el trabajo continúa
ocupando la mayor parte de
nuestro tiempo, la crítica al capitalismo
se sitúa muchas veces en
otros parámetros, en ocasiones en
contra de la realidad evidente.

Trabajo liberado

Finalmente, creo que es bueno no
confundir, en nuestros análisis de la
situación social, lo que es con lo que
‘debería ser’. Si bien es posible y
muy deseable desde una perspectiva
anticapitalista la desvinculación
del trabajo respecto del salario, la
abolición de la relación salarial, no
hay que olvidar que esta acción se
ha de impulsar partiendo de la propia
relación salarial, de su análisis y
su crítica. En este sentido, no hay
que olvidar tampoco que ya no son
efectivas las viejas fórmulas, que ya
no existe el proletariado clásico de
hace un siglo, como tampoco existe
aquel modelo de capitalismo. Lo
que sí puede seguir existiendo, y debe
trabajarse de forma crítica y realista
para que sea viable, es la idea
de un trabajo liberado, creativo,
asociativo y útil a la sociedad. No
condicionado a la relación salarial
de explotación, basado en la organización
y confianza de los y las trabajadoras,
y que demuestre la viabilidad
de otras formas de creación y
reparto de la riqueza a escala humana
y no mercantil.

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