Hoy, dentro de sectores de
la izquierda, asistimos a
un intenso debate sobre
los liderazgos, el populismo
y la democracia. Por ejemplo, el
encuentro, en junio, de unos 30 intelectuales
revolucionarios en Venezuela,
abordó el tema. Y como, a veces,
a partir de algunos presupuestos
y antinomias teóricas, suelen presentarse
estos tres conceptos como antagónicos,
creemos que podemos
aportar algunas ideas que tensionen
estas interpretaciones.
Hoy, dentro de sectores de
la izquierda, asistimos a
un intenso debate sobre
los liderazgos, el populismo
y la democracia. Por ejemplo, el
encuentro, en junio, de unos 30 intelectuales
revolucionarios en Venezuela,
abordó el tema. Y como, a veces,
a partir de algunos presupuestos
y antinomias teóricas, suelen presentarse
estos tres conceptos como antagónicos,
creemos que podemos
aportar algunas ideas que tensionen
estas interpretaciones.
Producto genuino
Los liderazgos no son una ‘anomalía
salvaje’ de la política ni de los sistemas
políticos en América Latina y
mucho menos de los regímenes democráticos.
Sus estilos políticos no
sólo deben buscarse en las formas
en que se constituyeron los liderazgos
a partir de los ensayos de autogobierno
hacia 1812 y, luego, durante
luchas independentistas a principios
del siglo XIX, sino que ‘se generan’
en los contextos en que se desarrollan
hoy las contiendas políticas
en nuestros países: no son un residuo
del pasado.
Por lo tanto, los liderazgos
son una forma de ejercer el
poder político que no proviene de
ningún ‘mundo externo’. En vez de
‘aparecer’ como tales, son producto
de transformaciones del conflicto político,
de y en condiciones concretas:
cuando y donde se producen una significativa
reconfiguración o fragmentación
de lealtades y adhesiones
políticas tradicionales paralelamente
a un empeoramiento de las desigualdades
sociales y económicas; por
ejemplo, la crisis de la IV República
en Venezuela y el surgimiento del
chavismo.
Los liderazgos son el resultado y
representación de aquellas mayorías
y actores políticos que los acompañan.
Por lo tanto, no existe un líder
en absoluta autonomía y soberanía
en la toma de decisiones. Suponer
tal cosa es negar la sustancia política
de los actores sociales y de los movimientos
populares.
Contienda social
Los obstáculos y las potencias de la
transformación social son propios,
inherentes a las formas que asume,
en cada caso, la disputa política y,
por consiguiente, la configuración
de fuerzas sociales. El ‘avance’ o el
‘retroceso’ político no son una condición
intrínseca del liderazgo. Tampoco
lo es un supuesto carisma que
se utilizaría para engañar a algunos
y congraciarse con otros.
Tanto las formas de la identificación
establecidas en los procesos de
conflicto, como los lenguajes políticos
utilizados, se construyen en relación
a las expectativas de reparación
y justicia social generadas en los sectores
populares y a las memorias sociales
de los pueblos. En relación a
las líneas que siguen, estos liderazgos
igualitaristas y bienestaristas ‘hacen
política’ con otros actores hasta
ese momento ‘acallados’. Y para
transformar sus sociedades, para
construir sus decisiones, se instalan
ellos mismos en un campo político
complejo: la frontera donde se tensiona
lo instituido y lo instituyente.
En esa frontera conflictiva es que los
liderazgos se inscriben en esa ‘razón
populista’ que divide la sociedad. Es
ahí donde se instituyen como liderazgos
y se vuelven representantes
de las expectativas populares. Es su
propia presencia en una disputa con
adversarios identificados como oligarquía,
grupos económicos, poderosos,
etc., la que establece una dinámica
política donde se desarrolla una
compleja dialéctica entre el líder y
los actores sociales.
Republicanismo
Los líderes que están inscritos en una
lógica política –la que divide a la sociedad
al buscar realizar las expectativas
populares de justicia social– no
son contrarios a cierta tradición del
republicanismo. Su preocupación
por la realización del bien común los
emparenta con la razón populista.
Esta lógica política que divide la sociedad
–la realización de los intereses
populares supone como mínimo
rediscutir, poner en duda, los privilegios
de las élites– se emparenta con
un proyecto que persigue la supremacía
del bien común sobre los intereses
individuales.
A veces, liderazgos,
populismos y republicanismos
se articulan y entrelazan en una lógica
y un lenguaje político común. Esto
se da de bruces con las perspectivas
que construyen una antinomia entre
populismo y república.
Democracia
Estos liderazgos llevan adelante procesos
constituyentes y reformas
constitucionales o legales apelando a
la soberanía popular como la única y
genuina fuente de poder político.
Además, logran a posteriori estructurar
representaciones a través de parlamentos.
Lo que nos habla a las claras
de que estos liderazgos pueden
articularse con el parlamentarismo.
Es paradójico, pero en ocasiones estos
liderazgos –donde el decisionismo
es una de sus características–, logran
fortalecer experiencias parlamentarias
y congresos nacionales.
Populismos, liderazgos y democracia
constituyen una ‘fórmula política’
posible para la enunciación y desarrollo
de transformaciones sociales, lo que es muy importante después
de los padecimientos sociales y
políticos provocados por órdenes sociales
tan excluyentes como el neoliberalismo.
Más allá
Muchas de las políticas realizadas
en estos procesos revisten un carácter
iconoclasta. Las expectativas
de reparación y justicia social, expresada por estos liderazgos,
conducen los procesos a poner en
cuestión lo que había sedimentado
en la historia política de nuestros
países.
Muchos de estos procesos
han ‘implosionado’ las férreas
estratificaciones sociales,
han impulsado reformulaciones
culturales y discursivas que parecían
indiscutibles y han intentando
convertir a las ciudades en espacios
más democráticos e igualitarios; pero, fundamentalmente,
han promovido la presencia y la
palabra de nuevos actores políticos
–los indígenas en Bolivia y
Ecuador, las afrodescendientes en
Venezuela y Brasil…–.
Estos procesos
incorporan a vastos sectores
políticos en la escena política
y producen ‘fisuras’ sociales. Reivindicaciones
y experiencias de
lucha que persistirán más allá de
los propios liderazgos.
Liderazgos sometidos
En los procesos actuales, como en
otras experiencias anteriores, podemos
observar una compleja dialéctica
entre líderes y sujetos colectivos.
Este vínculo va configurando
una dinámica política particular
donde la sustancia de la misma
no puede explicarse sólo a
partir de los gestos u obrares políticos
del líder. Por ello no existen
‘maxi’ o ‘mini’ liderazgos sino liderazgos
sometidos a los destinos y a
los tiempos de realización de las
expectativas populares.
Politización
Según la particularidad de estos
procesos nacionales, estos líderes
articulan lenguajes políticos
que anudan las tradiciones
emancipadoras, ‘bienestaristas’ e
igualitaristas. E inevitablemente
construyen escenarios que desvelan
que el conflicto es inherente
a la política y no un atributo
externo que se introduce en una
sociedad.
Por lo tanto, debemos
resaltar que estos liderazgos politizan
a las sociedades y ponen
de manifiesto que la intervención
en los asuntos públicos es la más
propicia de las actividades para
exigir y resolver las necesidades
sociales.
Otras raíces
Estos liderazgos ‘vuelven a la historia’
de sus países o regiones para
recrear los fundamentos de sus
políticas. Del legado histórico son
recuperados líderes indígenas,
independentistas, republicanos y
federales pero, a diferencia de
otras recuperaciones históricas,
éstas prescinden de cualquier
perspectiva esencialista de la nación.
Así, no sólo se produce una
vinculación de estos procesos con
los legados históricos, sino que
inevitablemente se historizan las
sociedades.
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