Simplezas radicales



Instalado el PSOE por segunda
vez consecutiva en el ejecutivo
español, es hora de que recapitulemos
desde un prisma transformador
y movilizatorio sobre cuáles
han sido los ejes sobre los que ha
girado su primer mandato y qué resquicios
se nos avecinan en nuestros
más inmediatos tiempos.

01/05/08 · 23:43
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Instalado el PSOE por segunda
vez consecutiva en el ejecutivo
español, es hora de que recapitulemos
desde un prisma transformador
y movilizatorio sobre cuáles
han sido los ejes sobre los que ha
girado su primer mandato y qué resquicios
se nos avecinan en nuestros
más inmediatos tiempos.
Además de rentabilizar el realismo
pacato que ha posibilitado la renovación
de mandato socialista contemplado
socialmente como mal menor,
el Gobierno se ha beneficiado
también de la falta de ambición de
los sectores en oposición. Al PSOE,
a diferencia de su primer ascenso
municipal en 1979 o estatal en el ‘82,
no le ha sido siquiera necesaria la
cooptación de cuadros izquierdistas,
puesto que la cultura política de “influenciar”
se ha generalizado: ya no
se aspira a intentar disputar la gobernabilidad
sino únicamente a modificarla
en mayor o menor grado.

Salvo la implementación de escasos
lobbies en el nuevo Gobierno –como
ejemplo, los relacionados con la
“nueva cultura del agua”–, éste ha
podido prescindir incluso de la vía
de la integración.
A esto se une que la retórica alrededor
de la extensión del concepto
de ciudadanía, como avance hacia
una radicalización de la democracia,
no se ha visto reflejada en ningún
adelanto palpable, mientras que
las ilegalizaciones de formaciones
políticas y los cercenamientos de
derechos –despiadados sobre todo
en lo penitenciario– sí han sido un
hecho en la pasada legislatura. Así
el eslogan de “democracia participativa”
se puede calificar ya como un
aval a una socialdemocracia cautiva.
Esta debacle ciudadanista se ve
favorecida por su actual orfandad
de alianzas, abandonados ya por la
vieja izquierda revolucionaria que,
nostálgica de modelos, aplaude el
ciclo populista que se abre en gran
parte de América Latina.

Por lo demás, y si durante estos
años hemos podido caracterizar los
esfuerzos de la izquierda social en
dos ejes en principio contradictorios,
el eje que se centraba en reivindicar
una política de protección social ampliada
apoyada en las garantías del
Estado del bienestar –salario universal…–,
frente a quienes practicaban
una retórica de máximos centrados
en derechos tan inmateriales como
etéreos –copyleft, deconstrucción
queer de identidades–, ambos ejes,
aun valorando sus aportaciones, se
han estancado en su propuesta e invalidado
como alternativa de avance.
En estos últimos cuatro años, algunos
nuevos movimientos sociales
han surgido como respuesta a las incumplidas
promesas de calentón
neorrepublicano, como el remozado
eje de la memoria histórica, mientras
que otros emergen como expresión
directa del malestar general en este
ciclo, como ha sido la marea por una
vivienda digna, movimiento emblemático
de este período que, no obstante,
no ha conseguido engarzar
con movimientos pretéritos –como el
de okupación– ni ha sabido dotarse
de objetivos inmediatos propios.

Tras una primera mirada benevolente,
dos años después de aquella eclosión,
contemplaremos el rosario de
juicios a estos movimientos.
En este sentido, la desobediencia
civil, vía inmaculada aireada en cualquier
propuesta posterior a los atentados
del 11-M, ha sido reventada como
tal tras las implacables condenas
de la Audiencia Nacional en los sumarios
contra los entornos militantes
de la izquierda abertzale vasca
que, junto con los procesamientos a
los estallidos de la vivienda y otros
surgidos a partir de 2006, cuestionan
severamente las posibilidades de
transformación social desde un empuje
exclusivamente no violento.
Y así, en esta política de explicitación
de topes en lo movilizatorio, debemos
constatar los frenazos institucionales
y judiciales como el realizado
al avance estatutario en Catalunya.

O el veto al referéndum sobre
autodeterminación vasco. O la judicialización
de las actividades que relativizaban
la persistencia de la monarquía
borbónica.
… Para seguir hacia delante
Frente a la falta de ambición de la izquierda
y las insuficiencias propias
de cada ensayo, los nuevos tiempos
nos brindan nuevas ocasiones.
Contando con que la persistencia
de los viejos movimientos –laboral,
vecinal– junto a los surgidos en pasadas
décadas les llevará a seguir
previsiblemente con una lógica defensiva
–que no por ello ha de pecar
de modestia–; para los viejos “nuevos
movimientos” –la tríada pacifismo,
ecologismo y feminismo–, tras
haber pasado ya más de una década
de aval ético institucional y haberse
constatado internamente que
esta lógica les ha desactivado como
tales movimientos, se abre la posibilidad
de incidir en sus propuestas
fundacionales. Así el debate antinuclear
fundacional del ecologismo
puede ser uno de los ejes si se trabajara
con el cuestionamiento de un
modelo energético en débito con el
presente modelo social. La represión
antiabortista junto con la persistencia
de los malos tratos y la actual
y universal guerra imperialista
coloca al feminismo y al pacifismo
en iguales tesituras y les conmina a
una severa autocrítica, pero también
les brinda una oportunidad de
actualización.

La llegada del enfriamiento del
sector de la construcción supondrá
agravar la situación de los sectores
sociales más frágiles –léase inmigrantes–
y que éstos carguen con las
cuotas de desempleo mientras carecen
de mecanismos de protección social.
Así, el necesario paso del
asistencialismo a una reivindicación
anticapitalista que tenga en cuenta
su situación económica y también represiva
–los CIE...– por encima de
una integración imposible, podría
darse la mano con los nuevos ecologismos
e internacionalismos que
centran su actividad en revelar el papel
de las transnacionales españolas
y sus implicaciones en el modelo desarrollista
en suelo patrio y en el colonizado.
Por último, y frente a la desaceleración
económica, las políticas públicas
siempre dispuestas a poner en
marcha un new deal al socorro de la
iniciativa privada, supondrán un espaldarazo
a la construcción de nuevas
infraestructuras y modificarán
las prioridades políticas ante los movimientos
de rechazo a las mismas,
como ocurrirá con la extensión de
las líneas de Alta Velocidad ferroviaria
en suelo vasco. No obstante,
también este enfriamiento pesará
cuando los rechazos públicos o los
estragos nocturnos a estos planes
infraestructurales tengan que ser
valorados en los balances internos
de las empresas privadas concesionarias
de los citados proyectos.

En este presente de crisis energética
que nos devuelve a nuestra materialidad
más básica, cuando los agrocombustibles
hay ya que cultivarlos
en competencia con unos suministros
básicos encarecidos, es el momento
de volver a pensar y actuar
desde lo más básico. Así el grano como
suministro primario, junto con el
agua como principio vital –ahora en
el corazón del debate entre sostenibilidad
y supervivencia– devuelve al
debate a una simpleza radical.
Ante tan básico dilema, propuestas
que trencen la actividad
política y la construcción personal,
como aquellas que aspiran a
construir un movimiento agroecológico,
pueden generar cualitativamente
movimientos de lo social,
si saben constituirse como un desafío
y huir de la tentación de ejercer
de recambios de las rutinas
movimentistas.

La vía radical sigue abierta:
acorde con los tiempos, participar
de los malestares sociales y profundizar
en nuestra radical apuesta,
sin atrincherarse en la superioridad
de las vanguardias políticas
ni acomodarse en el distanciamiento
de la lírica insurreccional.

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