San Josemaría Escrivá ante el abogado del diablo

Las movilizaciones, hace dos años, de buena parte de
la grey católica contra el matrimonio homosexual o a
favor de la imposición de la enseñanza religiosa, las
multitudinarias concentraciones de fieles en la reciente
visita papal a Valencia o el actual debate sobre el
aborto en Portugal son hechos que nos recuerdan el
peso de uno de los poderes fácticos por excelencia en
nuestro país: la Iglesia católica. Este texto reflexiona
sobre una de sus sectas más oscuras: el Opus Dei.

09/11/06 · 0:00
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/ Isa

El Opus Dei está una vez más
de moda gracias a la novela
El Código da Vinci. Sin embargo,
para muchos de nosotros
esta secta religiosa ultraconservadora,
de recia estirpe española,
y particularmente extendida en los
países hispanos, continúa aún envuelta
por el velo del secreto. Para
entender su lógica de funcionamiento
conviene aproximarse a su génesis,
al proceso de constitución de esta
institución a la vez social y religiosa.
Para ello puede ser útil la biografía
de Escrivá de Balaguer que hace dos
años dio a la luz Jesús Ynfante.

Jesús Ynfante fue uno de los primeros
escritores españoles que reveló
el enigma de la irresistible ascensión
del Opus Dei bajo el palio
protector de la dictadura franquista.
Su primer libro, La prodigiosa aventura
del Opus Dei. Génesis y desarrollo
de la Santa Mafia se publicó en
1970 en París, en la Editorial Ruedo
Ibérico, y aunque su comercialización
estaba prohibida en España durante
el Franquismo, se vendió de
forma clandestina.

Una nueva biografía

En la actualidad, en su último trabajo
titulado El santo fundador del
Opus Dei. Biografía completa de
Josemaría Escrivá de Balaguer, Jesús
Ynfante demuestra que bajo el
olor a santidad con el que los seguidores
de Escrivá han perfumado
todo el proceso de canonización
subyace en realidad un acre olor a
rancio que recorre toda la vida del
Padre Fundador. El autor prolonga
así no sólo su propia trayectoria investigadora,
sino también el esfuerzo
realizado por otros estudiosos
como Luis Carandell, Alberto
Moncada, María Angustias Moreno,
Joan Estruch y otros analistas sociales
que se interesaron por el Opus
Dei en tanto que institución social.
Ynfante, en este estudio biográfico,
nos remite con frecuencia a estos
otros análisis. Como resultado de
sus indagaciones muchas cosas quedan
claras, otras no son de recibo, y,
en fin, no faltan tampoco algunos
misterios por resolver.

Nos presenta la vida de un santo
que fue un niño mimado, empalagoso
y relamido, que se daba aires de
grandeza, y que desde muy joven
adoptó una ideología fascistoide que
nunca abandonó. En realidad la clave
del éxito del Opus es haber prolongado
el fundamentalismo jesuítico
convirtiendo a los laicos en la
nueva caballería ligera de la Iglesia.
Su originalidad radica en haber proporcionado
un nuevo modelo de
apostolado más acorde con las sociedades
en proceso de secularización.
Escrivá dio durante la II República
española una nueva vuelta de tuerca
a la Acción Católica de Propagandistas
mediante la creación de un instituto
secular diseñado a su propia
medida. El principal objetivo explícito
de este proyecto misional, basado
en un clericalismo sin clérigos, era
la recristianización de la sociedad,
pero la principal función latente de
la nueva institución radica en la toma
de poder de las organizaciones
sociales: ministerios, magisterios,
bancos, empresas, instituciones públicas
y privadas, incluida la propia
organización jerárquica de la
Iglesia católica. La vida de Escrivá
está en realidad vertebrada por una
inagotable voluntad de poder, por
la incesante búsqueda de medios
para hacerse con las riendas de la
Iglesia y de las sociedades. Al engranaje
que mueve toda esa maquinaria
lo denomina eufemísticamente
el padre Escrivá “santificación
por el trabajo”, pero en la práctica
no concibe la santidad sin trabajar
para conseguir el poder y desde él
recristianizar a la sociedad.

Lo menos interesante del estudio
de Ynfante, lo que lo convierte en
ocasiones en un panfleto, es su voluntad
de responder a las hagiografías
oficiales, tan prodigadas por los
gerifaltes del Opus, con una especie
de contrabiografía en negativo.
Abundan así las referencias a las
“crisis nerviosas” de Escrivá, a su
“diabetes, déficits cerebrales, cortocircuitos
neurológicos, manías de tipo
obsesivo” y rabietas inesperadas.

Los santos varones

La canonización eclesiástica convierte
la vida de un ser humano, aureolado
por la santidad, en un modelo
a imitar para el resto de los
creyentes. Hasta tiempos recientes
la curia romana, con su proverbial
prudencia diplomática, se guardaba
bien las espaldas a la hora de iniciar
un proceso de beatificación y de canonización.
Queda por tanto por explicar
cómo el espíritu del Opus Dei
se instaló en el Vaticano al más alto
nivel, pues de otro modo la elevación
de este y otros muchos santos a los
altares no se habría producido. El arquitecto
Miguel Fisac, recientemente
fallecido, que durante mucho
tiempo formó parte del reducido grupo
de los pioneros del Opus, y que
convivió durante años con San
Josemaría, dijo de él algo definitivo:
“¡Nunca le oí hablar bien de nadie!”
¿No llegaron estas palabras y otros
testimonios al ‘promotor de la fe’? La
biografía de Ynfante desempeña de
hecho el papel que tradicionalmente
se asignaba en la Iglesia al ‘abogado
del diablo’ en las causas de beatificación
y de canonización. Sin embargo
en este libro la actividad de
Monseñor Escrivá en Roma queda
bastante difuminada, y se echa en
falta un riguroso trabajo de historia
oral a partir de entrevistas con informantes
cualificados. No es una casualidad
que la canonización de
Monseñor Escrivá se haya producido
cuando el cardenal conservador
Joseph Ratzinger, actualmente Pontífice
máximo y portador de la tiara
papal, ocupaba el puesto de Prefecto
de la Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe, cuando el cardenal
Angelo Sodano, que aplaudió el
golpe en Chile del general Augusto
Pinochet contra el Gobierno de
Allende, ejercía el cargo de Secretarío
de Estado del Vaticano, y
cuando otro conocido miembro numerario
del Opus Dei, el español
Joaquín Navarro Vals, actuaba como
portavoz de la oficina de prensa
del Vaticano. En la cima de la pirámide
eclesiástica el Papa polaco
Karol Wojtyla, Juan Pablo II, el vicario
de Cristo en la tierra, era un decidido
simpatizante y valedor de la
Santa Obra. Fue este Papa quien
aprobó, como por casualidad, la reforma
del Código de Derecho Canónico
en la que se ‘simplificaban’
los trámites para las canonizaciones.

“La Iglesia”, escribía Morris West
en El abogado del diablo, “es una teocracia
gobernada por una casta sacerdotal”.
Un pequeño número de
purpurados varones, en ocasiones
poco ilustrados, pero por lo general
bien entrados en años y dotados de
amplios poderes materiales y simbólicos,
se arrogan el don divino de la
infalibilidad, y pastorean sin titubear
rebaños formados por millones de
hombres y de mujeres. Es lógico que
estos pastores de almas sacralicen
a otros pastores para tratar de inmortalizar
así sus vidas por toda la
eternidad. Para el resto de los mortales,
que lamentamos el bochornoso
espectáculo de la elevación a
los altares del nuevo santo de Barbastro,
el problema a resolver es
más bien otro. El verdadero problema
es, como ya señaló en Los
miserables Victor Hugo, “la terquedad
con la que se obstinan en perpetuarse
las instituciones que se
han convertido en obsoletas”.

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