¿Retorno al pasado o viaje al futuro? Neoliberalismo y extrema derecha

FERRAN GALLEGO, Profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de Una patria imaginaria. La extrema derecha en España, 1973-2005

 

16/10/06 · 19:48
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FERRAN GALLEGO, Profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de Una patria imaginaria. La extrema derecha en España, 1973-2005

 

Uno de los elementos que
acompañaron el gran
cambio de ciclo social,
político y cultural iniciado
en los ‘70 fue la aparición de una
extrema derecha con base electoral
de masas, disponiendo sobre el tapete
de los hábitos de convivencia
de la democracia de la posguerra
un repertorio de denuncia de problemas
que parecía incapaz de digerir
el sistema construido tras la
derrota del fascismo.
La anomalía permanente

 

Lo que se había presentado como
anomalía pasaba a constituir una
parte sustancial del paisaje político
francés, que acabaría provocando el
estupor de los analistas y la masiva
reacción de la ciudadanía cuando, en
abril del año 2002, un Jean Marie Le
Pen que ni siquiera había logrado las
firmas suficientes para presentarse a
las elecciones de 1981 lograba superar
a Jospin y colocarse como candidato
a la Presidencia de la República
en la segunda vuelta. En la izquierda
se pulverizaba un mito consumido
en esos confortables espacios insonorizados
en los que nada obliga a
pensar ni, menos aún, a refundar
movimientos y propuestas: que sólo
en las posiciones de transformación
socialista se encontraba la posibilidad
de una convocatoria popular amplia
de respuesta al sistema. Para mayor
desolación de todos, los estudios
de una refinada sociología electoral
vinieron a mostrar el carácter de un
voto que había logrado franquear su
etapa de protesta para consolidarse
al margen del sistema, tomando conciencia
de una orgullosa marginalidad,
de una comunidad de excluidos
capaces de asumir la vertiente más
radical del populismo. El nacionalpopulismo
como respuesta había dejado
de ser un simple ejercicio en el
área de entrenamientos para convertirse
en una verdadera alternativa,
construyendo sus propios esquemas
de interpretación de los conflictos, y
capaz de realizar lo más difícil: relacionar
el sufrimiento de los ciudadanos
en áreas concretas de su experiencia
social con una realidad más
amplia, en la que el populismo podía
ser la respuesta a la falsificación de
la democracia representativa, mientras
que el nacionalismo excluyente
podía adquirir la forma de una sólida
resistencia frente a la globalización.

Si el cambio de ciclo fue posible en
sus aspectos culturales, se debió en
buena medida a la pérdida de sustancia
política del antifascismo. El
antifascismo cambió de grado y de
lugar. De grado, porque nunca fue
una simple reacción, en el momento
de construir democracias que surgían
de la derrota del esfuerzo de organización
del capitalismo que la utopía
fascista había significado. La cultura
antifascista pasó a incorporar al
concepto mismo de democracia los
elementos sociales y culturales sin
los que ésta carecía de sentido.

Cambió de lugar, porque el antifascismo
pasó a ser materia de
estudio del pasado, renunciando a
su actualización política como un
eje moral que preservara la conciencia
de una victoria obtenida
sólo a medias en 1945.

Neopopulismo

La irrupción de un nuevo populismo
que acompaña a la expansión
del liberalismo económico y a la
“emergencia de la sociedad contra
el Estado” (para utilizar el lenguaje
propio de Berlusconi) tiene dispositivos
de convocatoria social que
proceden de diversas zonas. Por un
lado, del estrépito que aún resuena
en el fracaso del sistema soviético
sobre el conjunto de la izquierda.
De otro, la devaluación de la política
que ha seguido a una obscena
exhibición de su mezcla de autoritarismo
frente al débil e impotencia
frente a los poderes ‘reales’, situados
en espacios invisibles y, en todo
caso, de no elección popular.

Finalmente, de una polisémica ‘inseguridad’,
que se refiere a todas
las condiciones posibles de pérdida
de significado, de lugar en la sociedad,
de adquisición de futuro, de
amenazas de liquidación de un
mundo reconocible sobre el que
sembrar los proyectos propios, así
como la liquidación de los marcos
de sociabilidad construidos por la
sociedad industrial.

A esa mezcla de pérdida de una vigorosa
actualidad de lo que, en su
momento, fue la cultura democrática
de origen antifascista, con lo evidente
de un ciclo de condiciones sociales
que ya no es congruente con
el sistema político construido en la
posguerra, se debe la aparición de
un discurso y una movilización de
masas que pretende establecer, precisamente,
una nueva congruencia.

El nuevo nacional-populismo que representa
el asentamiento del Frente
Nacional en Francia, o la asombrosa
duración de la coalición de La Casa
de las Libertades en Italia, responde
a una relación orgánica entre clase y
representación que se está construyendo.
Esa relación se basa en el programa
de superación de la democracia
de la posguerra de una vez por
todas, cerrando el ciclo de transición
abierto en los ‘70, determinando valores,
legislación, organización del
poder público, etc., como hemos visto
en los intentos chauvinistas de la
Liga del Norte recientemente o en la
“abolición de la política” que propone
Berlusconi. Se basa, además, en
la dolorosa vigencia de un ‘reconocimiento’
de representación, de una
legitimidad otorgada por el apoyo
social de unas masas que ya no protestan,
sino que afirman, sintiéndose
vinculadas a quienes parecen representar
al ‘pueblo’, en una operación
que tiene ribetes de nostalgia y, al
mismo tiempo, las fórmulas implacables
de una modernización. Esa
base de apoyo no ha descubierto
aún que el nuevo populismo no le
ofrece soluciones reales, pero parece
ofrecerle el vigor de una creencia
en los malos tiempos para la lírica
y la épica de las convicciones
de la izquierda europea en cualquiera
de sus versiones.

Anticipación

Si lo que está sucediendo no es una
mera resonancia del pasado, sino
una anticipación de aquello en lo
que puede convertirse la base de
masas de una degradación de la política
hasta afirmar como valores de
la libertad los que son opuestos a la
democracia, no puede extrañarnos
lo que fue más obvio en la reciente
experiencia italiana: ver la agrupación
de un voto de protesta en el centro-
izquierda variopinto, mientras
en la derecha y la extrema derecha
se aseguraba un proyecto de sociedad
al que media Italia prestó su
apoyo. Una vez más como advertencia,
como denuncia de la incapacidad
para responder a exigencias sociales
desde valores y propuestas de
la izquierda que sean creíbles, este
nuevo populismo, mezcla de nacionalismo
excluyente, de neoliberalismo
radical, de defensa del mito de la
sociedad civil frente al Estado y de
capacidad de movilización contra
las líneas de demarcación moral y
política de la izquierda socialista,
asoma en horizontes nada lejanos.
La izquierda tiene la palabra.

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