Resistencias feministas

En las jornadas feministas de diciembre de 2009, en Granada, se evidenció la
riqueza de debates y retos en los feminismos independientes del Estado español.
Identidades y cuerpos políticos, articulación de las luchas, acción ante la
crisis de los cuidados… Abrimos una propuesta de cartografía y de espacio de
reflexión sobre estos temas, abordando la diversidad de dicho movimiento.

08/06/10 · 7:50

 

Entre las variadas expresiones que adopta el sexismo y las resistencias feministas que provoca, nos encontramos con las mujeres que se rebelan contra la violencia de quienes decían amarlas, enfrentándose así al poder de los hombres; mujeres que cuidan y son cuidadas y apuntan la imposibilidad de ajustar cuentas con el sistema y sus crisis sin abordar la reorganización social de los cuidados; mujeres que exigen ser reconocidas como trabajadoras, en este caso, del sexo, y cuestionan ‘la protección’ de quienes les niegan la palabra y sus derechos; las que con la decisión de cubrirse la cabeza con un pañuelo, desvelan el etnocentrismo de la sociedad que ‘las acoge’; quienes reclaman la despatologización de la transexualidad y cuestionan la tranquilizadora división binaria de mujeres y hombres.

Todas ellas y muchas más de la extensa lista que se podría elaborar afirman su capacidad y derecho a expresar con voz propia sus experiencias y exigencias, su agencia, y así lo vienen haciendo públicamente.

Sin embargo, en muchos casos estas voces no encuentran un lugar en los discursos y agendas del feminismo oficial e institucional, el que se sitúa próximo al poder. No sólo no encuentran lugar sino que las invisibiliza, puesto que dichos planteamientos se basan, o bien en una representación de las mujeres como colectivo homogéneo presuponiendo la uniformidad de sus necesidades, o bien en privilegiar el punto de vista y experiencias de algunas mujeres que a continuación hacen extensivas al resto.

De una u otra forma, en la práctica supone que se dejan fuera, se relegan a los márgenes, las propuestas de quienes no encajan en esas representaciones cerradas o sesgadas de las mujeres. La forma en que se elaboran y expresan las representaciones de las mujeres da lugar a distintas teorías, estrategias y políticas feministas. Y hace ya tiempo que desde el feminismo crítico o radical, como prefiramos llamarlo, se ha planteado que el hecho de vivir en una sociedad donde la opresión patriarcal es sistémica no significa que todas las mujeres experimentemos las mismas manifestaciones sexistas, ni sintamos los límites de la autonomía y libertad de la misma manera, así como que también sean muy diversas las formas en que nos enfrentamos a las múltiples formas de subordinación.

Pluralidad de contextos

Las resistencias feministas no dejan lugar a duda, reflejan que las identidades son diversas y complejas porque todas interactuamos en una pluralidad de contextos sociales: nadie es sólo mujer por más que serlo pueda determinar gran parte de nuestra vida. ¿Quién construye su identidad, sus deseos y percepción de la realidad sólo a partir del hecho de nacer mujer? No resulta verosímil que en la subjetividad, las experiencias y vivencias no reflejan las implicaciones que tiene la pertenencia a las categorías sociales establecidas por el color de la piel, la clase, la sexualidad, el cuerpo, la edad y muchas otras.

Nada es tan sencillo como parece, y dar significación política a las diferencias y a las similitudes entre las mujeres es una tensión en la que nos movemos, evitando caer en el efecto pendular que lleva del esencialismo al relativismo, extremos que dificultan la expresión de las luchas feministas.

La pertenencia de las mujeres a un género, asignado socialmente, se ve atravesada e interpelada por todas ellas, determinando la forma y el alcance del sexismo. El interés por tanto se centra ahora en visibilizar las intersecciones de los distintos sistemas de poder: patriarcal, heterosexista, racista y clasista. Se manifiesta por ejemplo, en la lucha de las empleadas de hogar, donde el género, la clase y la condición de inmigrantes explica las condiciones extremas de ese ‘nicho’ laboral y su reivindicación de integración en el régimen general de la Seguridad Social.

También lo hace en la intersección entre género y sexo, en la lucha contra las sexualidades normativas. No es nuevo, en la genealogía feminista encontramos antecedentes en la articulación entre clase y género, allá por los ‘70, y que derivó en el desarrollo de las teorías de los sistemas duales de opresión; y a inicios de los ‘80 la articulación entre género y sexualidad, de la mano de las feministas lesbianas. Ahora el impulso ha venido de los activismos antirracistas, anticapitalistas, queer y de los feminismos disidentes protagonizados por mujeres del ‘Sur’.

Se reclama la descolonización del feminismo occidental, de su etnocentrismo que lleva a representaciones victimizantes de ‘las otras’, que les priva de la palabra y por lo tanto hacen imposible el necesario diálogo. El tratamiento que desde algunos ámbitos se da al uso del hiyab por parte de algunas mujeres resulta un buen ejemplo, pues a estas mujeres no se le aplica lo que es un criterio común a la propuesta emancipadora que representa el feminismo: el reconocimiento de la autonomía.

Por otro lado, las feministas antirracistas llaman la atención sobre el racismo del feminismo blanco y reivindican sus identidades fronterizas. Y por último, el neoliberalismo galopante y la crisis económica, ecológica, de cuidados y ética, resitúa el componente anticapitalista de la lucha feminista que, en su articulación con el patriarcado, también amenaza con la reprivatización de las necesidades y la renaturalización de las mujeres –un análisis de lo que sucede con la ley de dependencia resultaría muy ilustrativo en este sentido–.

Recuperar las categorías de “raza”, etnia, clase, sexualidad y sexo para el análisis y práctica política resulta fundamental para un feminismo inclusivo y radical, porque no hay forma de abrir puertas de igualdad, libertad y autonomía para las mujeres y tratar de poner patas arriba las estructuras sociales y económicas, los sistemas culturales y simbólicos si se prescinde de la forma en que interactúa el sistema patriarcal, con el racismo, heterosexismo, o las diferencias de clase en la vida de las mujeres.

Si se acepta la multiplicidad de sistemas de opresión, no como una suma lineal de elementos sino en su articulación, el urgente y apasionante desafío que representa, lo es sin duda para el movimiento feminista, pero creo que también para todas las teorías y movimientos de resistencia, ¿cómo si no establecer las alianzas y relaciones? La búsqueda de alianzas entre las distintas expresiones feministas resulta imprescindible para, a partir de las prácticas políticas concretas, articular los discursos y agendas, ir forjando esa confluencia de resistencias tan necesaria para dar una proyección política a las exigencias y lograr cambios en nuestras vidas y un cambio radical de la sociedad.

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