Pensándolo fríamente

LEGITIMIDAD, ESTADO Y VIOLENCIA
Son muchas las voces que denuncian que una de
las derivas del actual sistema es la propagación
del capitalismo punitivo: desde los menores en
peligro hasta la inmigración, pasando por un abanico
de prácticas disidentes. ¿Qué espacio queda
para la política por parte de los y las excluidas?

19/02/09 · 12:55
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ETA es criminal, terrorista,
sanguinaria, cínica, cobarde,
inmoral, una calamidad
con la que hay que
acabar por el bien de todos, indigna
de un país civilizado… se nos dice
todos los días. ¿Demasiadas veces?
Es para sospechar tanta invocación
ética… sobre todo cuando procede
de un Estado.

De sospechar es también que ese
Estado sufra desde hace más de 30
años –ETA acaba de cumplir medio
siglo– un rechazo violento y continuado
–endémico, habría que decir–
de su legitimidad, justificado
por una supuesta falta de legitimidad
de la legítima violencia del
Estado. ¿Y no será precisamente
eso lo que un Estado no puede tolerar?
Las mafias, el blanqueo de dinero
y aun cosas peores pueden llegar
a coexistir con el Estado. Pero
eso, no. Porque además hay peligro
de que la deslegitimación del
Estado se extienda; por ejemplo, de
la ‘kale borroka’ juvenil a la juventud
‘antisistema’ (y no le faltan razones
para serlo).

El Estado reacciona entonces expulsando
de la política a quienes
no tomen expresamente partido
contra sus enemigos en los términos
que él mismo dicta; y los entrega
a la inquisición policial. Pero
con ello rompe el principio de representatividad,
en el que supuestamente
se basa su propia legitimidad;
de modo que la violencia insurgente
logra que el Estado se
deslegitime por sí mismo frente a
ella. Sin embargo ella misma no se
legitima por ello, porque, para poder
convertirse en ‘contra-violencia’
legítima, le haría falta a su vez
una garantía de representatividad,
cuando de hecho la contra-violencia
misma ha roto la masa de apoyo
que tuvo, se dice pronto, hace
medio siglo. El resultado es una
violencia de Estado que se deslegitima
por sí misma, a la vez que la
contra-violencia carece de legitimidad
representativa. En el medio no
queda una posible ‘tercera vía’, sino
la vía muerta de quienes están
excluidos por ambas violencias.

¿Dónde queda la política? Los
partidos que pasan de la “resistencia”
a integrarse en el juego político
permitido engrosan la legitimidad
del Estado; pero con ello se contaminan
fatalmente de su ilegitimidad.
Por la otra parte, quienes se
mantienen sin reconocer esa legitimidad,
ven reducido su caudal de
representatividad y sufren una persecución
que les induce al aislamiento,
a la vez que, por otra parte, acentúan tanto su resistencia como
la ilegitimidad difusa del
Estado. Esto no ocurre en todo
él; pero lo envenena entero con
toda clase de efectos no queridos,
“perversos” los llama la teoría
de juegos. El Estado se cierra
a cualquier cambio; pero con
ello cambia en el peor de los sentidos,
pues, ateniéndose a una
situación de hecho, vacía si es
preciso de contenido el derecho
con el único fin de mantener su
vigencia. La contra-violencia se
debilita; pero sus efectos destructivos
se multiplican en el
Estado. Un resultado previsible
es no la liquidación de ese
Estado, sino a la vez el doble
efecto perverso de su consolidación
como mera fachada: el
fachismo español.

¿Pesimismo total? Tal vez no.
Por de pronto habrá que recordar
que toda iniciativa o incluso
cualquier éxito parcial sólo tiene
dimensión política, si dispone de
un horizonte propio. Y sobre todo
¿cómo hacerse fuerte frente
al Estado? Seguramente donde
él no lo es. Es para pensárselo.

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