El peligro es la guerra (infinita), y el fanatismo

En el DIAGONAL nº35 (pág. 5), publicábamos
“Israel es el peligro” de Santiago Alba Rico. Este
autor afirmaba que “desde hace 60 años, Occidente
viene haciendo un esfuerzo (...) para ocultar dos
ideas: (...) que Palestina constituye la grieta moral
del mundo globalizado. La segunda es que Israel
constituye la máxima amenaza para cualquier
esperanza de paz y estabilidad en nuestro planeta”.
Aportamos ahora una respuesta a dicho texto.

, Miembro de la Universidad Nómada
08/10/06 · 22:32

Quisiera ir al grano directamente,
pese a la dificultad
de la cuestión: la
tesis de Santiago Alba
Rico, expuesta en el título
y remachada a lo largo del texto,
nos es conocida, porque forma parte
de la guerra de enunciados que
acompaña desde principios del siglo
XX la disputa territorial entre
árabes palestinos y judíos (desde
1948 israelíes), pero lo inquietante
es que la contribución de un occidental,
simpatizante de la causa palestina
(y, por lo tanto, panarabista),
no sólo no aporte ideas, argumentos,
propuestas, nuevas exposiciones
de problemas, sino que
contribuya, más aún si cabe, a consolidar,
en nuestras disposiciones
éticas, en nuestra indignación ante
la guerra infinita en la que hoy se
inserta el conflicto palestino-israelí,
y en nuestra desesperación ante
el continuo sufrimiento de la población
de Oriente Medio, el odio y el
fanatismo que habrán de impedirnos
decir, hacer algo valioso como
“occidentales”, algo distinto de sumar
nuestra ansia de venganza y
nuestra obcecación a un conflicto
que hace mucho tiempo dejó de
ser un conflicto regional y que, como
justamente señala Alba Rico,
se encamina a pasos de gigante hacia
una catástrofe que destruye
nuestra capacidad de resistencia
racional y colectiva -y que, dicho
sea de paso, difícilmente nos evitará
nuestra cuota de horror y
muerte. Sin embargo, para la brújula
enloquecida de este “antiimperialismo”
parece haber unas catástrofes
más aceptables que otras.

Comparaciones

No escatima Alba Rico en su alegato
recursos retóricos para ahondar en
la llaga del sufrimiento y convertirla
en acicate del furor antiisraelí. Sin
embargo, sólo en los textos revisionistas
habíamos encontrado las virtudes
heurísticas de la comparación
llevada al extremo, por ejemplo, de
sopesar las respectivas capacidades
de albergar prisioneros de Gaza y...
Auschwitz -y por supuesto el primer
“campo” es mucho peor. Sin detenernos
en que podría pensar al respecto
el célebre revisionista militante
Mahmoud Ahmadinejad, preguntémonos
lo siguiente: ¿qué puede
haber llevado a escritores de izquierda
a semejante desprecio del
significado histórico y ético de la
Shoah, y de la invención humana
llamada Vernichtungslager, campo
de exterminio? ¿A semejante e indigna
contabilidad comparada, que
es lo contrario del ejercicio de la memoria
y el pensamiento de lo más
terrible de nuestra historia contemporánea?

De aquello que, como escribiera
Primo Levi, nos ha impreso
indeleblemente en la piel “la vergüenza
de ser hombres”. Una parte
de la izquierda occidental, que se
considera “antiimperialista”, ha enfermado
de fanatismo y de impostura
ante una realidad que ya no comprende
y se aferra a unos mitos que
ya no reciben refrendo de los seres
humanos reales ni de (las causas de)
su sufrimiento inconmensurable.

Una nueva exposición

Nada impedirá que los (muchos) halcones
israelíes lleven a su país al desastre,
ni que los apóstoles de la yihad
de varias confesiones hundan
para siempre la causa y la existencia
del pueblo palestino en tanto que sujeto
colectivo si no somos capaces,
de entrada, de hacer un da capo, una
nueva exposición del problema de
Oriente Medio y del conflicto palestino-
israelí que nos permita pensar y
practicar una resistencia que conduzca
a la paz en la región (y, un poco
más cerca, en el mundo) y a una
justicia que no pase por la aniquilación
del enemigo, del otro radical.

Para ello es preciso someter a crítica
todos los relatos que fijan los términos
de una guerra entre pueblos y
estados. No puede haber justificación
histórica ni de la conquista, el
“gran Israel”, ni de la “gran venganza”,
que se cifra, desde la fundación
del Estado de Israel en el lema de
“echar a los judíos al mar”.

Nacionalismos

Para ello es preciso el rigor, la inversión
y perversión de la perspectiva,
esa Umkehrung en la que el mejor
Nietzsche cifrara su batalla solitaria
contra la rabies nationalis, contra los
“sentimientos de venganza y resentimiento”
que se concentraban ya a finales
del siglo XIX en los apóstoles
de una reciente acuñación propia, el
“antisemitismo”. El denostado “sionismo”
es hijo de la rabies nationalis
que asola la primera mitad del siglo
XX europeo y que causa a la judería
europea el mayor sufrimiento de toda
su historia como comunidad. El
sionismo es el nacionalismo, la voluntad
colectiva de tener un Estado,
de quienes nunca lo tuvieron desde
la diáspora. ¿Es peor el sionismo que
otros nacionalismos, sobre todo desde
que el contenido progresista de la
“liberación nacional” haya desaparecido
(con su corolario, en la extraordinaria
conjetura de Lenin y otros):
la revolución socialista? Desde este
punto de vista, es tan portador de
violencia como lo es, inevitablemente,
toda nation building. Sin embargo,
se le achaca un “crimen”: haberse
constituido como Estado en 1948,
justo después de que la ONU se lavara
las manos con una resolución que
establecía la partición del territorio
colonial de Palestina, que los responsables
políticos árabes y palestinos
no aceptaron, declarando la guerra
al recién nacido Estado de Israel. ¿O
fue acaso el crimen la migración progresiva
de pioneros judíos desde
principios del siglo XX a Palestina
para asentarse, comprar tierras, y
construir una comunidad política, y
un futuro Estado judío? La nakba
[catástrofe] palestina comenzó entonces,
cuando el rechazo de lo irreversible
por parte de las elites panarabistas
se tradujo en una derrota
política y militar que no ha dejado de
profundizarse. Ésta es la tragedia
permanente. Jalonada de guerra, resistencia,
e innumerables desastres
políticos y diplomáticos de la dirigencia
palestina y de los Estados panarabistas,
desde la Guerra de los
Seis Días a la autoaniquilación de la
OLP después de Oslo. Nadie puede
ocultar los terribles crímenes presentes
y pasados del Estado de
Israel, las limpiezas étnicas perpetradas
por el Irgun y la Haganah durante
la guerra de 1948, y que hoy
conocemos fundamentalmente gracias
a los “nuevos historiadores” israelíes,
ni la locura que encarnan las
elites israelíes desde hace tiempo. Y
sin embargo ello no puede poner en
tela de juicio la existencia de Israel,
al menos como punto de partida de
una perspectiva de paz y justicia.

Una idea “demente” consideraba
Jean-Paul Sartre en 1968 la atribución
del papel de “agresor” al Estado
de Israel en la guerra de 1948. El uso
embriagador de la cantinela del
“complot sionista e imperialista” en
la fundación de Israel ha contribuido
desde entonces a hacer imposible el
objetivo histórico del pueblo palestino,
esto es, un Estado viable y democrático
en la zona.

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