Olvidos
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// Isa

El matrimonio entre personas
del mismo sexo nunca
ha sido una demanda
prioritaria del conjunto de
gays y lesbianas del Estado español.
Tampoco lo ha sido del movimiento
LGBT en su totalidad. Si
bien podemos felicitarnos de que

16/06/06 · 19:08
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// Isa

El matrimonio entre personas
del mismo sexo nunca
ha sido una demanda
prioritaria del conjunto de
gays y lesbianas del Estado español.
Tampoco lo ha sido del movimiento
LGBT en su totalidad. Si
bien podemos felicitarnos de que
ahora todo el mundo tiene el mismo
derecho a cometer el error de
casarse (y ello implica la consecución
de cierto grado de libertad y
de ventajas administrativas que
hasta ahora se nos negaban),
much*s todavía nos estamos preguntando
el porqué de este frenesí
del Gobierno y de ciertos profesionales
de la militancia rosa, en lugar
de haber emprendido acciones más
urgentes: consideración de la homofobia
como delito, plan contra la
homofobia en la escuela, educación
no heterosexista, regulación de las
doctrinas religiosas que atentan
contra la homosexualidad, atención
sanitaria sin prejuicios por opción
sexual, freno a las agresiones
físicas y psíquicas, tratamiento no
estereotipado en los medios de comunicación
y la publicidad, atención
específica a personas LGTB de
la tercera edad, y una respuesta integral
a las necesidades de las personas
transgénero, entre otras.

Un motivo adicional para felicitarnos
ha sido el que alrededor de
la nueva ley de matrimonio ciertos
sectores sociales se han puesto
en ridículo a sí mismos: la superstición
casposa de unos obispos
desacreditados; políticos populares;
periodistas conservadores...
Toda la derecha española ha
mostrado, de nuevo, su verdadero
rostro intransigente.

No han sido los únicos que han
hecho el ridículo. Los colectivos
LGBT reformistas se apresuran a
colgarse medallas en el pecho y a
atribuirse el mérito: “han sido muchos
años de lucha”. A muchos no
se nos escapa su oposición inicial a
exigir el derecho al matrimonio: entraron
dócilmente al juego de las rebajas
y aceptaron con los ojos cerrados
las devaluadas “leyes de parejas
de hecho” hasta hace muy poco.
En esta claudicación a priori, los
colectivos LGTB moderados insultaban
con epítetos tales como “maximalistas”,
“antisociales” y “extremistas”
al sector más revolucionario
del movimiento LGTB, que defendía
que “la regulación de las parejas
del mismo sexo no es prioritaria,
pero si se realiza, ha de ser como
matrimonio y no como uniones
de segunda clase”. Esto parecen haberlo
olvidado COGAM, la FELGT,
Fundación Triángulo, Coordinadora
Gay-Lesbiana, COLEGA, pero
ocurría hace menos de 10 años.
Recordar estas cosas es importante.

También, por qué no, señalar el
ridículo que han hecho tantas
compañeras y, sobre todo, tantos
compañeros heterosexuales que
se han acordado de declararse
contrarios a la institución matrimonial
por opresiva y alienante
sólo cuando los gays y las lesbianas
iban a acceder a ella, sin nunca
antes haber movido un dedo
contra el matrimonio heterosexual.
Orgullo hetero en estado puro
pero, eso sí, en plan progre.

En este carnaval de despropósitos,
nos queda la sensación agridulce
de un pequeño avance social
que, sin embargo, nos condena
a emparejarnos para poder acceder
a nuestros derechos -para
l*s solter*s nada ha cambiado-, y
que puede servir de excusa a la
clase política para dar por despachadas
las demandas del movimiento
LGTB. Esto último es lo realmente
preocupante. El nuevo
marco legal puede ser el elemento
desmovilizador de un sector social
aún enormemente discriminado.
Pero seamos optimistas:
pensemos que no ha sido el último
logro del movimiento LGTB,
sino sólo uno más -el más inocuo.
En tal caso, saludemos la nueva
ley, pero ponderándola en sus justos
términos, porque es secundaria.
Ahora, dediquémonos a luchar
por las cosas importantes.

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