Nosotros, los violentos

LEGITIMIDAD, ESTADO Y VIOLENCIA.
Son muchas las voces que denuncian que una de
las derivas del actual sistema es la propagación
del capitalismo punitivo: desde los menores en
peligro hasta la inmigración, pasando por un abanico
de prácticas disidentes. ¿Qué espacio queda
para la política por parte de los y las excluidas?

19/02/09 · 12:52

Violencia es una palabra
que siempre se refiere a
otros, nunca a quien la
emplea. Los violentos
siempre están al otro lado y nunca
son nuestros amigos. Y luego, según
convenga, se puede meter a todos
los violentos en un mismo saco
donde están sus amigos, sus vecinos,
sus compañeros de viaje y hasta
los que “comparten posiciones
con el entorno”, como han acusado
habitualmente al grupo musical
Soziedad Alkoholika para conseguir
suspenderle varios conciertos,
el último en Madrid.

En lo más pequeño encontramos
infinitas dosis de violencia. Porque
no es lo mismo para una persona
que para otra la violencia
recibida: cada una tiene su límite
físico y emocional a la violencia
que recibe, lo que define la ecuación
y explica que a veces se pueda
dominar al otro utilizando muy
poquita fuerza sobre él, o que
quien está en una situación de poder
pueda sobrevivir sin necesidad
de mantener el uso de la violencia
que le hizo posible colocarse en
esa posición social, o que para
equilibrar el poder haya que recurrir
a altas dosis de violencia.

En la sociedad de clases todos
somos violentos, siempre hay alguien
más pobre al lado, e interactuamos
los unos con los otros como
las lentejas en un saco cuando
se mete una mano y todas las demás
se mueven. ¿Hay mayor violencia
que la opulencia? Violencia
son las degradaciones laborales
asumidas por el pacto implícito de
que el principio de autoridad va
dentro del salario. Violencia es el
escandaloso número de episiotomías,
fórceps y cesáreas practicadas
en los partos hospitalarios. Violencia
la de los CIE, cárceles de inmigrantes
donde cada día entran
cientos de personas cuyo delito es
no llevar un papel encima. La violencia
es la misma siempre, sólo
que según quién la utilice y cuáles
sean sus objetivos, vendrán los matices
y las exculpaciones. La diferencia
está en quién escribe la historia.
Eso sí, puestos a clasificar,
hay dos tipos de violencia: la que
sale en los medios (y asumimos como
tal) y la que no. Violentos son
los que atacan una comisaría en
Madrid en repudio por el asesinato
policial de un muchacho en Grecia;
pero nunca los policías que, equipados
con armas reglamentarias y
no reglamentarias, detuvieron salvajemente
y de forma aleatoria a
varios jóvenes en Madrid. Los que
mataron a Alexis Grigoropulos
eran defensores de la ley que se excedieron
en un incidente de consecuencias
trágicas.

Violentos, sin duda alguna, son
los que asesinaron a Inaxio Uria,
constructor del TAV-AHT. Pero nadie
cuestiona que haya violencia en
el proyecto de agujerear el territorio
con más de cien túneles y conductos,
en la mayor obra pública de
la historia vasca. Nadie recuerda
que en las obras del TAV-AHT murió
un trabajador hace unas semanas,
porque nadie ve violento ese
proyecto, y vale más la vida del
constructor que pone la pasta que
la del constructor que pone la vida,
aunque en este caso hayan acabado
los dos en el mismo hoyo.
Violencia es utilizar ese atentado
político para convertir el atentado
ecológico en “un símbolo de la libertad”.
Y casualmente, ambos actos
terroristas firman con la misma
letra (“ETA” = “Y” en castellano).
Y ambos actos han sido preparados
y planeados de espaldas a la gente.

¿Alguien está limpio para condenar
la violencia en este capitalismo
de casino? Otra cosa bien distinta
es criticar las estrategias, y que no
nos parezca útil o inteligente volar
un puente, practicar un sabotaje, o
atracar un banco; o que ciertas formas
de violencia signifiquen un
atraso individualista para los movimientos
populares y las luchas colectivas.
Pero eso no nos convierte
ni en no violentos ni en pacifistas.
Y es que para ejercer la violencia
(según el diccionario, utilizar la
fuerza para conseguir un objetivo)
no implica coger el machete: en la
lucha de clases, no hay nada más
revolucionario que la huelga (bajar
los brazos y levantar la cabeza) para
violentar el estado de las cosas;
de la misma manera que en la lucha
por los derechos de la mujer no
hay forma más radical de subvertir
el estado de las cosas que el empoderarse
a sí misma.

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