No hay permiso para perderse la orgía

El teatro pestífero español de la
actualizad moviliza roles y situaciones
con arreglo a algunos axiomas,
no necesariamente coherentes
o consistentes.

, Universidad Nómada
20/04/10 · 18:38

Considerando el teatro pestífero
de la “actualidad
nacional” uno se pregunta,
esta primavera, para
qué públicos se está armando esta
pieza aleccionadora de una democracia
podrida. Sabemos, desde
luego, que se trata de un teatro de
máscaras y sombras, con intérpretes
que, a pesar de la contraposición
de sus roles, están igualmente
interesados en conjurar lo abominable:
los otros públicos, la monstruosidad
posible de públicos que
asistan a su propia performance, a
la propia constitución de sí conforme
a nuevos mapas de la realidad.
Y añadamos, desde luego, que en
el citado teatro han de primar las
pasiones tristes, mal que le pese al
‘optimismo’ de Zapatero –que en
estos días, unido al devastador hilo
musical de Marlango, torna fuertemente
deseable la heroína–.

Los públicos monstruosos se insinúan
en las narraciones, exabruptos,
tartamudeos y silencios
inconexos que contrastan con la
cháchara ambiental sobre la ‘crisis’
y sobre los “problemas que preocupan
a los ciudadanos”. Los públicos
se constituyen en torno a
mundos posibles y a los envites éticos
y políticos de su encarnación:
el peligro es máximo, y la confusión
es generalizada.

El teatro pestífero español de la
actualizad moviliza roles y situaciones
con arreglo a algunos axiomas,
no necesariamente coherentes
o consistentes: a) ‘España’ va
mal y hay una ‘crisis española’; b)
esto lo tiene que pagar alguien
–venganza–; c) todos somos culpables;
d) a cada uno sus víctimas;
e) si el sistema político actual
no sirve alguien tendrá que
hacer algo.

Encontramos en el axioma a)
una característica común de los espacios
políticos ‘renacionalizados’
en toda Europa, con la salvedad de
que la renacionalización del caso
español, además de reducir a dosis
homeopáticas la carga de sentido
del discurso político, da rienda
suelta a las distintas variantes de la
rabies nationalis, garantía de desastre
y de fruición liberticida.

Ni que decir tiene que el PP y sus
fascistas, rosas y prelados quieren
encarnar, junto con ETA y su mismidad,
el imperativo catártico de la
venganza. Son muchas las afrentas
acumuladas, entre otras y más
recientemente la negación de su
derecho a ser un bloque político e
institucional post y neofranquista y
a disponer libremente del patrimonio
público como hicieron padres y
antepasados.

No cuesta entender la importancia
de extender y consolidar el
axioma c) como requisito de una
buena expiación. Movimientos inducidos
del alma social que son paralelos
y funcionales al trayecto
que, antes de la crisis, trajo la
transformación de derechos en
crédito/deudas y el desplazamiento
del endeudamiento público al
privado y, ahora, del privado al público.
Pero esta vez bajo la condición
de la expiación de la deuda
por parte de los sujetos privados.

Inevitable es, entonces, que la
defensa de intereses, posiciones y
derechos adquiridos adopte el
rostro de la victimización generalizada,
tras el protagonismo de las
distintas ‘víctimas’ en la anterior
legislatura. Como criterio principal
de valor y reconocimiento. Ser víctimas
de algo o alguien se torna así
en condición de acceso a algo de
renta, a un poco de bienestar social
o a un estadito propio.

En nuestra obra, todas las víctimas,
en busca de venganza o compasión,
claman a un soberano. Y si
el sistema de partidos actual no
responde...

Estamos a tiempo de acometer
la producción de otros públicos para
un genuino teatro de la crueldad:
los de la común indignación y el tumulto,
los del “odio contra quienes
han hecho mal a otro” (Spinoza).

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