Los movimientos sociales en época de crisis

A lo largo de la historia ha habido momentos de crisis que han dado paso a procesos revolucionarios en los que no sólo se ha avanzado en derechos existentes sino donde incluso se han instituido nuevos. Pero también ha habido muchas otras épocas de crisis donde se han borrado de un plumazo derechos y libertades que se creían consolidados y profundamente arraigados en la sociedad.

, Activista de los movimientos por el derecho a la vivienda de Barcelona
24/07/08 · 0:00
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A lo largo de la historia ha 
habido momentos de crisis 
que han dado paso a 
procesos revolucionarios 
en los que no sólo se ha avanzado en 
derechos existentes sino donde incluso 
se han instituido nuevos. Pero 
también ha habido muchas otras 
épocas de crisis donde se han borrado 
de un plumazo derechos y libertades 
que se creían consolidados y 
profundamente arraigados en la 
sociedad.

La reciente aprobación de la directiva europea que recorta aún más derechos de los inmigrantes y los episodios de agresiones racistas impulsadas por el Gobierno italiano contra personas y comunidades, por citar sólo dos ejemplos, parecen más bien una señal de la segunda alternativa y no de la primera.

Modelo suicida

Hubo un tiempo donde creímos que 
el problema era que la gente ‘no sabía’
–no sabía, por ejemplo, que las 
multinacionales violaban derechos 
humanos y gobernaban más que los 
Estados. Pero con los movimientos 
antiglobalización, y con internet, el 
planeta entero ‘supo’: ¿queda alguien 
en el Estado español que no sepa que 
los inmigrantes no sólo son seres humanos, 
sino que además realizan los 
trabajos más duros y peor pagados, 
a la vez que, mientras aumenta la 
precariedad general, los directivos 
de multinacionales cobran cada vez 
más? Sin embargo, ninguna masa 
social ataca a los directivos y en una 
reciente encuesta de El País –por citar
sólo una–, el 80% de los encuestados 
opinaba que el Estado español 
debe sumarse a la directiva europea. 
Parece que la conciencia freudiana 
es insuficiente, conocer las causas
del trauma no cambia casi nada, así 
que habrá que plantearse seriamente 
cómo intervenir, más allá de la denuncia, 
en la inercia de un modelo 
que se sabe suicida y agotado. De hecho, 
ya son varios los colectivos que 
se están planteando que no podemos 
limitarnos a repetir “ninguna persona 
es ilegal” hasta quedarnos solos, 
sino que hay que fijar metas y pasos 
concretos a dar.

Eso lleva a plantearnos, como movimientos, 
que ya no se trata de insistir 
en que el sistema es insostenible – eso ya se dice hasta en las tertulias 
de los principales medios de comunicación–, 
sino de empezar a 
orientar nuestros análisis y prácticas 
a cómo hay que organizarse ante la 
crisis. Porque más que en cualquier 
otra cosa, donde el capitalismo ha 
triunfado es en la propagación del virus 
de la peor versión jerarquizada 
del individualismo y un cierto nihilismo 
soterrado: “Puede que el planeta 
acabe reventando y precisamente 
por eso lo primero somos mi familia 
y yo”. En este mundo en el que 
múltiples dominaciones invisibilizadas 
nos atraviesan, la arbitrariedad 
campa a sus anchas. Cuando las 
personas se sienten inseguras y tienen 
miedo son capaces de los actos 
más heroicos pero también de los 
comportamientos más infames. Ydemasiados ejemplos tenemos de lo 
segundo como para ignorarlo. 
Si estalla la peor cara de la crisis 
y empezamos a ver cómo nuestros 
vecinos señalan al más débil a modo 
de chivo expiatorio de sus males –y eso ya está sucediendo con los 
inmigrantes–, como movimientos, 
¿qué vamos a hacer?

Malestar social

Sabemos pues que en el contexto de 
crisis (paro, hipotecas impagadas, 
subida de los alquileres, los alimentos, 
del combustible, etc.) las versiones 
más incómodas del malestar social 
tienen muchas probabilidades 
de darse. Y tenemos también “rutinas 
movimentistas” (Estebaranz) a 
las que les cuesta conectar con el malestar 
social, a la vez que somos conscientes 
de que esa conexión es imprescindible 
para generar la masa 
crítica necesaria que decante la crisis 
hacia un escenario de ampliación de 
derechos y no lo contrario. Ante este 
panorama, las propuestas de mis 
compañeros precedentes en el debate, 
como la “institucionalización autónoma” 
(Rota) o la “territorialización 
del conflicto” (Bonet), me parecen 
interesantes pero insuficientes. 
Hay que apostar, esta vez en serio, 
por romper con las fronteras del gueto 
movimentista, sin que esto suponga 
renunciar a los grupos de afinidad.

O empezamos a mezclarnos con 
la complejidad y la impureza del 
mundo en el que vivimos –asumiendo 
que también somos ese mundo 
impuro–; o nos quedaremos fuera del 
tablero de juego, asistiendo impotentes 
a la adopción de políticas cada 
vez más autoritarias que contarán 
con un amplio consenso social. 
Todo el mundo coincide en destacar 
el movimiento por el derecho a 
una vivienda digna como uno de los 
fenómenos de politización del malestar 
más interesantes de los dos últimos 
años. Desde el ámbito activista 
se destacan los límites de ese movimiento, 
básicamente el no saber superar 
la fase de movilización fijando 
nuevos objetivos. Y esos límites son 
ciertos, pero ¿qué papel han jugado 
los movimientos sociales en ese proceso?

Yo diría que han contribuido a 
esos límites no sabiendo mezclarse, 
situándose en un afuera: cuando surgió 
la primera convocatoria a través 
de un mail anónimo, casi nadie del 
ámbito movimentista le dio crédito; 
tras las primeras convocatorias en el 
mejor de los casos hubo una actitud 
de indiferencia y, en muchos otros, 
un desprecio vanguardista. Y cuando 
algunos movimientos se acercaron, 
sobre todo a partir del momento 
de crecimiento de las movilizaciones, 
fue casi siempre para condicionar, 
cooptar y aleccionar, en lugar de 
respetar, mezclarse y fortalecer. De 
estos errores habría que aprender, 
superar de una vez por todas la autorreferencialidad 
y, sin buscar protagonismos 
identitarios, potenciar y 
mimar todos aquellos espacios, sean 
viejos o nuevos, propios o ajenos, 
donde recomponer las relaciones sociales 
frente a la atomización y el sálvese 
quien pueda.

Eso no quiere decir que no tengamos 
que seguir fortaleciendo nuestras 
teorías críticas ni dejar de apostar 
por construir alternativas que demuestren 
que se pueden hacer las 
cosas de otra manera. Todo el trabajo 
realizado hasta ahora de reflexión, 
elaboración y experimentación 
no sólo será útil sino necesario. 
Pero todo ese bien común acumulado 
servirá si se acompaña de una acción 
política cada vez más inclusiva, 
permeable, interactiva y compleja… 
o fracasará, sobre todo en tiempos 
de crisis. Sirva de ejemplo el debate 
entre supervivencia y sostenibilidad 
al que hace referencia Estebaranz, 
un debate incómodo y difícil, pero 
inevitable. Si nos limitamos a repetir 
la necesidad de un modelo energético 
más sostenible y renunciamos, no 
sólo a comprender, sino a mezclarnos 
con los temores de amplias capas 
sociales ante las incertidumbres 
que genera el cambio de modelo, estaremos 
renunciando a incidir en la 
realidad. En otras palabras, ¿qué es 
más estratégico?: ¿manifestarnos 
unos pocos centenares frente a la 
cumbre del petróleo, o entrar a debatir 
con la reciente huelga de transportistas 
la falsa tensión entre cambio 
de modelo energético y pérdida 
de derechos? Si la próxima vez se lograra 
una alianza –concreta, no abstracta– 
de movimientos ecologistas 
con transportistas, con la reivindicación 
de un cambio de modelo energético 
que incluya los derechos de 
salario y vida digna, no sólo descolocamos 
al poder, sino que podría desencadenarse 
algo imparable. Y esta 
vez en sentido positivo.

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