Llámalo república(s)

El ‘caso Noos/Urdangarin’ podría ser la puntilla para un juancarlismo totalmente desacreditado política y socialmente. Así, tanto desde sectores de la derecha como de la izquierda, se plantea como salida la república. Pero, ¿en qué se concretaría esta forma de Estado?

, Activista y miembro de la Universidad Nómada
26/04/13 · 16:42
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Ninguna de las salidas posibles de la crisis terminal del régimen del 78 pasa por la continuidad de la monarquía parlamentaria. Son demasiado optimistas quienes piensan que una reforma constitucional, que fije derechos y deberes a la institución y la renueve mediante la abdicación, podría contener por mucho tiempo el curso acelerado de su completa deslegitimación. Tanto Alfonso XIII como Juan Carlos I dieron la puntilla a sus reinados, y de paso a la institución, cuando, para permanecer, avalaron y se apoyaron en formas de gobierno dictatorial. En el caso del último monarca, la parábola de su reinado comienza bajo el manto de la dictadura franquista y fenece en brazos de la dictadura financiera de la austeridad y el autoritarismo neoliberal que vive su plena instauración ‘constituyente’ en los países del sur de la UE.

De ahí que, en cierto modo, la vuelta a formas de Estado republicano se vaya imponiendo también en los angustiados debates y dilemas del capitalista colectivo español como una inevitable solución de recambio o acaso la menos mala de todas. Jugar la carta –dictatorial– de la pervivencia de la monarquía contra un malestar ciudadano desbordante y variado sería suicida a corto plazo. De hecho, cuando no se trata de un acto de posibilismo e hipocresía, los alegatos en favor de la monarquía juancarlista y de la institución real son cada vez más la cantinela mediante la cual comunican y se reconocen los prolíficos zombis del régimen del 78.

Lo que debe preocuparnos en este pasaje no es tanto la forma del Es­tado, sino la forma y el contenido de la democracia constituyente. Y a partir de ahí debemos apreciar los diferentes sentidos y estrategias –atravesados por insuperables antagonismos– de la reivindicación republicana actual. Desterrar todo fetichismo de la forma del Estado es un acto preliminar indispensable. Recordemos al Lenin que afirmaba que la república democrática es, tan solo, la forma de Estado más idónea en la que subalternos y explotados pueden luchar contra la dictadura –de clase– del capital.

En este sentido, nos perderemos en las brumas de un pasado que –como dijo el de Tréveris– oprime como una pesadilla nuestro cerebro, si no somos capaces de identificar la novedad histórica de la propuesta republicana del presente. Sin dejar de lado en ningún momento ni la historia ni la memoria de las tradiciones republicanas del Estado español, debemos asumir la actitud de quienes aspiran a fundar ex novo un continente político. Antes que la de aquellos que, con los debidos respetos a Ben­jamín, pretenden vengar o saldar las cuentas históricas de una épica ‘nacional’. La(s) eventual(es) nueva(s) república(s) que surja(n) tras el fin de la segunda restauración borbónica han de ser un instrumento de un(os) poder(es) constituyente(s) que desborda(n) todos los parámetros y conflictos que dominaron el periodo constitucional que acaba. Y que nos arroja a una batalla 'epocal', decisiva en el continente europeo y por añadidura en la escena mundial.

El signo-promesa del periodo cons­tituyente que atravesamos y, por lo tanto, la condición mínima de toda república aceptable, es el de la hegemonía social y política de un nuevo sujeto en proceso, “el 99%”, que puede formarse y determinar poderes y contrapoderes a partir de: a) intereses de clase –nuevos, heterogéneos, convergentes– frente a la dictadura financiera de corporaciones, grandes propietarios de activos financieros y viejas, y nuevas, posiciones rentistas; b) nuevas formas de autogobierno basadas en reivindicaciones de 'sobera­nía popular' de las naciones subalternas del Estado y su expresión municipalista; c) la red descentralizada como estructura constitutiva de la acción colectiva y de la producción de riqueza, fuente de una ciudadanía postnacional y postsoberana; d) las luchas, reivindicaciones e instituciones de emancipación que nacen de la intersección entre los subalternos ‘interiores’ –mujeres, migrantes y minorías postcoloniales, LGTBQ, romanís–. Hay que ir más allá de la mitopoiesis de “la Tercera”. Está en juego un ejemplo europeo de una(s) republica(s) de tipo nuevo, una precaria pero galvanizadora commonwealth ibérica.

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comentarios

1

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    Ortzi
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    Vie, 04/26/2013 - 15:01
    Me temo que dicho suicidio, el de querer apurar los límites del actual constitucionalismo mediante el recurso a la abdicación, es el que está en las mentes de los beneficiados con el actual Estado, los representantes del bipartidismo como sistema político protector de los privilegios y prebendas de los que las disfrutan en detrimento del resto. Parafraseando también a Lenin, los privilegiados no cederán un ápice por voluntad propia, y si la 3&ordf; Republica llega quizá será por el absoluto fracaso del sistema imperante, es decir, por su suicidio.<br /><br />Por otra parte, feliz idea la de la próxima 1&ordf; República Ibérica, que no 3&ordf; española. Incorporar a Portugal en el proceso quizá sería una victoria, acostumbrados ya a la disparidad lingüistica y partidarios de la multiplicidad cultural, y quizá sería también el mejor método de contrarrestar a sus hermanos los gallegos, verdadera factoría de políticos derechuzos y dictadores, mal que el resto de España lleva ya mas de 70 años padeciendo.
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