La ruptura de Barajas

Texto de la Asamblea pir la Negociación política de Madrid y Andalucía.

18/01/07 · 0:00
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Isa

Son muchas las formas de
indignación que sentimos
después del atentado de
ETA en Barajas, por la
muerte de dos trabajadores ecuatorianos
que se encontraban en la
T-4 y el probable final del llamado
“proceso de paz”, también víctima
aparentemente mortal del atentado
en el que, junto a una furgoneta
cargada de explosivos, se han detonado
nuestras esperanzas.

Las partes en negociación

Dirigimos nuestra rabia y desprecio
contra la incompetencia de las diversas
partes que han intervenido o han
influido en el transcurso de los acontecimientos,
y es tanta y tan heterogénea
la ineptitud que percibimos en
tantos actores sociales, que no sabemos
cómo estructurar nuestra repulsa
ni contra quién dirigirla en primer
lugar. ETA ha roto sin previo aviso
un alto al fuego “permanente”, según
dijeron en su día, traicionando
un compromiso tácito de transparencia
y de reglas del juego diáfanas
que hasta ese momento le había
otorgado cierto grado de credibilidad
como interlocutor en una negociación
sin precedentes; en esta forma
de actuar no podemos evitar ver
un pulso interno entre sectores de la
banda armada como el que se dio en
el IRA durante las negociaciones con
el Gobierno británico -y cuyos atentados,
recordemos, no tuvieron éxito
en sus intentos de torpedear el proceso
de paz con Londres-. De ser así,
nos preguntamos si ese sector beligerante
de ETA es sólo idiota o si está
ya lleno de topos. Por ello, muchos
de nosotros, que nunca nos hemos
sentido cerca de los rituales de “condena
a la violencia terrorista” de partidos
políticos y organizaciones
constitucionalistas, nos sentimos defraudados
(un sentimiento que compartimos
con un sector silenciado de
la sociedad abertzale al cual, modestamente,
animamos a hacer oír sus
voces) y mostramos nuestro rechazo
al qué y al cómo de la actuación de
ETA y a su forma de “romper las barajas”
en la terminal. Parafraseando
a aquél, decimos hoy a ETA que “tomamos
buena nota de su actitud” y
que dentro de poco tendrá ocasión
de experimentar la pérdida de los
pocos apoyos que le iban quedando.

Qué decir del Gobierno y del
PSOE: no sólo les podemos imputar
su desesperante parálisis -por no decir
hipocresía- durante los primeros
meses del alto al fuego en torno a
ámbitos de actuación urgente como
la Ley de Partidos, el Pacto
Antiterrorista, la política penitenciaria
o el debate sobre territorialidad y
autodeterminación -de qué sirve negociar
nada vetando de antemano
tantas posibles vías de prospección-
ni les reprochamos simplemente su
incapacidad de comunicación y de
movilización popular ante las expectativas
de una mayoría de la opinión
pública que apoyaba en mayor o menor
medida el proceso de paz. Tampoco
nos limitamos a culparles de
tomar decisiones (o de no tomarlas)
siguiendo una agenda marcada por
el miedo a la presión de la ultraderecha,
mientras adornaban su inactividad
del optimismo vacuo con el que
la cúpula gubernamental floreaba
sus declaraciones públicas: en ellas,
nos martilleaban con la idea del
Estado de derecho como única arma,
si bien no la usaron para garantizar
la excarcelación de un etarra
que había cumplido su condena y
que, de forma irregular, era re-condenado
a prisión por escribir dos artículos.
No es sólo por eso, no: recordamos
también la actitud de los vetustos
barones de la época felipista,
los que aún no han aprendido que
de ser por ellos el PSOE hubiera seguido
perdiendo las elecciones generales,
y señalamos como uno de
los hitos del proceso las declaraciones
de Rodríguez Ibarra, cuya gran
contribución a la paz fue afirmar ante
el inicio de la huelga de hambre
de De Juana que “podemos aguantar
un muerto más”.

El PP y su entorno

Ni mucho menos nuestra indignación
se reduce a las dos partes negociadoras
que han hecho posible de
forma directa este fracaso. El PP y
su entorno resultan ser los grandes
beneficiarios de este sinsentido, convirtiéndose
en verdaderos aliados estratégicos
del sector más extremista
del MLNV. Como premio al irresponsable
electoralismo mantenido
durante todos estos meses, el partido
de la oposición cobra sus réditos y
agradece los servicios prestados a sus
poderosos aliados (entre otros: jueces
conservadores que han dictado
durante el alto al fuego sentencias insensibles
a las demandas de la sociedad
civil, sectores de la Conferencia
Episcopal jugando al partidismo decimonónico
y una gran parte de los
medios de comunicación desinformando
y apelando a la visceralidad
del discurso de los “vencedores”).
Estas comparsas del PP han sido capitaneadas
por una insensata AVT
que parecía más preocupada por la
venganza que por la solución y que
ha actuado de tal manera que, si no
fuera por respeto a los muertos, diríamos
que estaba preocupada por su
imposibilidad de crecimiento futuro,
dada la ausencia de “nuevos integrantes”
de su asociación durante
más de tres años. El entorno del PP
ha obviado sus actuaciones pasadas
en la tregua que ETA pactó con
Aznar, ha bloqueado la idea de pagar
“precios políticos” sin analizar
que todo lo que no tiene precio tiene
un coste, ha alimentado surrealistas
teorías conspirativas sobre el atentado
de al-Qaeda en Atocha (“¿Qué le
debe ZP a ETA?”) y ha zancadilleado
una situación prometedora como
único medio de recuperar las poltronas
que perdieron. Las jaurías de la
ultraderecha han tomado las calles
que hasta hace poco llenábamos los
movimientos sociales y nos han
arrebatado los lemas que coreábamos
el 11-M (“Pásalo”, “¡Asesinos!”,
“¿Quién ha sido?”). Lo triste
es que la inquietante aparición
callejera de estas turbas
fascistas disfrazadas de demócratas
ha sido posible
porque nos hemos inhibido
e incomprensiblemente les
hemos cedido el protagonismo
y la iniciativa de movilización
política.

Movimientos sociales

Y es que el cuarto espacio
político por el que, en estos
momentos de frustración,
sentimos verdadero asco, es
el que ocupamos nosotros
mismos: los movimientos sociales
que, a esta orilla del
Ebro, nos hemos despreocupado
del proceso de paz a
pesar de lo mucho que nos
jugábamos. Comprobado
que ningún partido parlamentario
de izquierdas de
ningún territorio iba a correr
el riesgo de promover una
verdadera movilización de
signo progresista y base social
amplia, nos correspondía
a nosotros hacerlo. De
haber mantenido una mínima actividad
reivindicativa y de presión social
en la que mostráramos nuestra
apuesta por una negociación política
y un acuerdo permanente con concesiones
mutuas, ni le habría sido
tan fácil a una judicatura sectaria
dictar sentencias injustas, ni el PSOE
hubiera podido faltar a su compromiso
de abordar la autodeterminación
y la situación de los presos en la
mesa de negociación, ni en las calles
se habría oído como único mensaje
social el boicoteo a la paz promovido
por el PP y sus secuaces. Tal vez
tampoco ETA hubiera atentado en
Barajas. Los motivos y excusas que
podemos esgrimir para intentar justificar
nuestra falta de actividad son
muchos y posiblemente todos sean
ya igual de poco pertinentes: el hecho
real es que hemos actuado como
el activismo inconsciente e inútil que
algunos nos critican ser. Y, al menos
esta vez, esas críticas están completamente
fundadas. No sabemos si
aún estamos a tiempo de hacer algo,
y en caso de creer que sí, nuestras
posibilidades de éxito son ahora menores
que antes del 30-D. Pero al
mismo tiempo, la necesidad de intentarlo
es ahora, si cabe, aún más
imperiosa que antes. Si el proceso
de paz no ha muerto, tenemos ocasión
de demostrarlo. De otra forma,
seguiremos dejando el transcurso de
los acontecimientos en manos del PP
y su entorno, del PSOE y de ETA. Y
así han salido las cosas.

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