Existen bloqueos mentales
muy importantes en cuanto
al trabajo. Por ejemplo,
la incapacidad para concebir
una ocupación desligada de
la forma salarial o de mercado. Se
ha impuesto de nuevo, sobre todo
en el discurso de la izquierda que
ocupa el poder, la sacralización del
Existen bloqueos mentales
muy importantes en cuanto
al trabajo. Por ejemplo,
la incapacidad para concebir
una ocupación desligada de
la forma salarial o de mercado. Se
ha impuesto de nuevo, sobre todo
en el discurso de la izquierda que
ocupa el poder, la sacralización del
trabajo. Nos cuesta imaginar la implantación
de una renta incondicional
del ciudadano que no esté sujeta
a la realización de un trabajo.
¿Por qué nos cuesta imaginar una
existencia social que no conlleve el
trabajo remunerado?
Sin embargo hay que decirse: es
posible, se puede organizar, ya existe
bajo formas diversas en otros países.
Estamos un poco en la situación
de los revolucionarios antes de
1789, en la que era impensable tomar
la Bastilla o transformar la sociedad
monárquica. Se pensaba que
el cuerpo nacional era algo así como
el hijo del rey y ¿cómo puede vivir
un hijo sin su padre? Pero, con
todo y con eso, se tomó la Bastilla.
Hay que hacer aquí un verdadero
trabajo de imaginación, de apertura
mental, y desechar ciertas convicciones.
Hemos vuelto a un discurso
productivista y de sacralización del
trabajo que es necesario precisamente
para que se acepte el trabajo
degradado y degradante. ¿Cómo se
pretende que los jóvenes que tienen
trabajos basura y contratos en
prácticas los acepten si no se les dice
que el trabajo es algo formidable?
La revalorización simbólica y
moral del trabajo ha de ser tanto
mayor cuanto peor pagado está y
más difícil es de encontrar.
Venderse
Y para salir del paro ¿qué tenemos?
Tenemos los empleos precarios, el
pluriempleo y encima tenemos que
darnos con un canto en los dientes.
Y cuando uno va a la Agencia Nacional
Para el Empleo (ANPE) [equivalente
del INEM] ¿qué le enseñan?
Le enseñan a venderse: eres
un vendedor que tiene que vender
sus capacidades. Es exactamente
el modelo neoliberal de mercado:
eres como un pequeño empresario,
tienes unas capacidades determinadas
y las vendes en el mercado.
En las situaciones sociales que los
jóvenes afrontan hoy se ha dejado
completamente de lado toda noción
de solidaridad y de corresponsabilidad
individual y colectiva. Eres un
individuo, vas a la ANPE y después
te presentas ante una empresa.
Se trata de un contacto entre
una empresa y un demandante de
empleo que vende sus capacidades.
En EE UU los directores de recursos
humanos de las grandes empresas
lo dicen abiertamente: hoy
en día no hay asalariados, sólo hay
empresarios o trabajadores contingentes,
como se dice. Cada trabajador
tiene que considerarse como alguien
que va a trabajar por la mañana,
vende sus capacidades y conocimientos
a la empresa y al que,
a la mañana siguiente, puede que
ya no se le compren sus conocimientos
y capacidades. Es un pequeño
empresario que vende día a
día su fuerza de trabajo. Y eso es
algo absolutamente formidable para
las empresas, porque las políticas
de reajuste estructural se realizan
así de modo inmediato.
Y a través de la ANPE se fomenta
de algún modo la misma concepción
del trabajo: ve a venderte, ve a
vender tu fuerza de trabajo, si es necesario
por meses, por semanas o, a
lo mejor llegamos a eso, por días.
Nadie niega que la situación del
empleo ha mejorado en los últimos
años, que va un poco mejor, que el
paro ha bajado. Pero ¿qué se ha hecho
para bajarlo? Si se miran de
cerca las estadísticas se ve que las
categorías de empleos que han aumentado
más son los empleos a
tiempo parcial, los empleos precarios
y los de duración determinada.
Lo que significa que un pequeño número
de parados ha pasado del estatus
de desempleados al de trabajadores
precarios. Y podemos decirnos,
bueno, por un lado, tanto mejor, pero
el hecho es que, si ésa es la solución
al paro masivo, estamos ante la
vía americana de generalización del
empleo precario y de la normalización
de la inseguridad social.
Estamos ante la creación de una
sociedad de inseguridad social caracterizada
por unas desigualdades
sociales que dan vértigo y por la normalización
de la inseguridad. En los
EE UU la inseguridad se presenta incluso
como un principio positivo de
organización social: la inseguridad
no es algo malo, sino algo bueno, que
te obliga a plantar cara, a estar siempre
alerta, siempre dispuesto a trabajar,
motivado. Lo interesante es
que el modelo que se ofrece viene
del deporte, donde, si el equipo no
consigue resultados, si pierde este
domingo, el entrenador es cesado
esa misma noche, todo el mundo lo
sabe y hace conjeturas sobre ello.
Si no obtienes los resultados adecuados
te quitan de en medio al instante,
otra persona estará ahí para
hacer tu trabajo y mejorar tus resultados.
Y se presenta no como algo
negativo, sino como algo positivo,
ya que te hace sacar lo mejor de ti
mismo. Cuanto mayor es tu situación
de inseguridad más productivo
eres y, por lo tanto, mejor va la sociedad.
La creación de una sociedad
de inseguridad social avanzada
es eso. Y para llegar a esa situación
de inseguridad social avanzada hay
que embarcarse en una política de
pauperización del Estado, porque
se requiere para ello un Estado social
débil, un Estado que no proteja
de la disciplina del mercado.
Podemos añadir además que el
aumento del aparato y de los dispositivos
policiales y penales participa
en esta normalización del
trabajo precario. Ya se está diciendo
en los colegios: tus perspectivas
normales de trabajo serán las de
un empleo inseguro. ¿No lo quieres?
Bueno, pues tienes la alternativa
del trapicheo, trabajar en la
economía informal de la calle o incluso
en la economía criminal.
Pero entonces tienes que estar preparado
para asumir el coste suplementario:
la mayor probabilidad
de ser detenido, condenado y finalmente
encarcelado.
Y no es casualidad que los principales
clientes del sistema penitenciario
sean hoy, en primer lugar,
los jóvenes, sobre todo los de
los sectores más precarios de las
clases populares. Hay que saber
que hoy en Francia la mitad de los
detenidos tienen como mucho un
nivel educativo de primaria, que
más de la mitad de los presos franceses
no tenían empleo en el momento
de su detención, que al 16%
se los considera sin techo y que
cuando salen de prisión están en
una situación todavía peor que la
que tenían al entrar. Así pues, los
clientes principales de las prisiones
europeas son los trabajadores
precarios, los toxicómanos o personas
relacionadas con el tráfico
de drogas y los extranjeros procedentes
principalmente de las colonias
europeas. Al mirar estas tres
categorías, ¿qué vemos? Vemos
que son, en cierta medida, las tres
categorías que no aceptan o a las
que se tendrá que hacer aceptar el
trabajo desocializado y los empleos
precarios. Así que asistimos
hoy, de nuevo -y en la parte baja
de la estructura de clase, no en la
alta- a una fusión de la cuestión social
y de la cuestión penal.
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