La guerra civil española: memoria , ideología y conocimiento



Sabemos en qué consisten
las conmemoraciones oficiales-
y mediáticas- de
acontecimientos históricos,
así que dentro de un año estaremos
hartos de oír mentar la II República y
la Guerra Civil. Mientras nos saturan
con lugares comunes y comparaciones
extemporáneas con el presente,

10/05/06 · 20:57
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Sabemos en qué consisten
las conmemoraciones oficiales-
y mediáticas- de
acontecimientos históricos,
así que dentro de un año estaremos
hartos de oír mentar la II República y
la Guerra Civil. Mientras nos saturan
con lugares comunes y comparaciones
extemporáneas con el presente,
seguramente veremos también cómo
una literatura reciente, escrita
desde una sensibilidad de extrema
derecha, termina dignificada como
único enfoque alternativo de la cuestión.
Algo tan escandaloso, pues no
refleja en absoluto la estructura de la
opinión ideológica española, puede
estar sucediendo ya sin provocar
grandes reacciones: en nombre del
pluralismo informativo, las opiniones
de autores como Pío Moa o César
Vidal están siendo incorporadas a
colecciones divulgativas concebidas
alrededor de las efemérides.

El papel de los historiadores

Pero los medios de comunicación no
tienen toda la responsabilidad: de haber
sido tomada en serio en sus luchas
por la hegemonía, habríamos sido
testigos del escarnio público de
esa literatura en algunos de ellos. Sin
embargo, casi ningún intelectual ni
formador de opinión pública se ha
preocupado de bajar a tiempo a la
arena pública para plantar cara a una
oleada de obras que vieron la luz con
un considerable empeño mediático;
y tampoco es que abunden los trabajos
de historia que se adecuen a la
sensibilidad de otros públicos interesados
por las cosas que pasaron en
aquellos dramáticos tiempos. Desde
una perspectiva sociológica, lo más
sorprendente de estos años es que, al
tiempo que la exhumación de civiles
asesinados por los sublevados ha
producido un creciente interés social
por la memoria de la Guerra Civil, los
libros que llegan al mercado presentan
en su mayoría un sesgo ideológico
bien particular. Hay un claro desfase
entre la demanda y la oferta de
interpretaciones nuevas que no se sitúen
en la derecha ideológica.

En toda esta falta de reflejos destaca
el relativo silencio de los historiadores.
Desde que hizo irrupción
la literatura ‘revisionista’ bajo
el Gobierno del PP, la actitud dominante
entre los especialistas ha
sido ignorarla por considerarla
desprovista de valor científico, y
las pocas voces que la han criticado
se han contentado con contraponer
a sus perspectivas otras que
consideran “objetivamente” probadas.
Parapetados en la supuesta
posesión de la verdad de los datos,
los historiadores han privado al público
de un análisis de esta literatura
que permita comprender dónde
se encuentra su talón de Aquiles.
Porque lo que define a estas obras
no es tanto el método empleado,
no por completo ajeno al análisis
crítico de documentos, sino una
interpretación de los acontecimientos
en sintonía con la que
desarrolló el segmento de la opinión
pública más reaccionaria de
la España de los años ‘30. Son
obras, en fin, de autores que comparten
una de las visiones del mundo
enfrentadas en aquella guerra
como propia, y que sienten que las
fallas ideológicas de entonces se
mantienen idénticas hoy.

La contestación a tal literatura por
parte de los historiadores no puede
fundarse en una supuesta objetividad
inherente a la profesión, atributo
que no es consustancial al conocimiento
histórico. También los estudios
de historia concebidos bajo la
represión franquista o el exilio, o durante
la Transición y bajo la democracia,
a cargo de españoles o hispanistas,
son narraciones con el sesgo
ideológico de sus autores, y vieron la
luz tratando de seducir a públicos
amplios y crear o consolidar consensos.
A este nivel profundo, ambas están
más cerca de lo que unos y otros
reconocen. Por eso los Moa y compañía
pueden proclamar que lo que
ellos hacen es “ciencia”, y que son
los demás los que construyen “mitos”.
Se acepte o no la opinión según
la cual la interpretación académica
dominante desde la Transición no es
sino una versión suavizada de la impuesta
por los vencedores, lo cierto
es que todas ellas comparten una
epistemología que se caracteriza por
presentarse como la versión objetiva
y definitiva o por aspirar a producirla,
cerrando así a la interpretación
un episodio de nuestro pasado que
se resiste a ello por apelar a sensibilidades
e identidades cambiantes.

Necesitamos una reflexión

Dado que aquella así llamada “Guerra
Civil” continuará siendo contada
en un sinfín de historias diversas tramadas
a menudo con los mismos datos,
las efemérides que se avecinan
podrían servir de escenario de crisis
para reflexionar sobre las funciones
sociales de la memoria y la historia
en una democracia pluralista. Pues
los públicos de izquierda se merecen
una oferta de narraciones de los
acontecimientos acorde con su actual
idiosincrasia y variedad, algo
que les ha venido negando el peso
de la ortodoxia académica y sus reclamos
de historia objetiva y única:
todos los ciudadanos, no sólo los de
derechas, deberíamos poder encontrar
en el mercado relatos sensibles
a las comunidades con las que nos
identificamos hoy. Pero los ciudadanos
debemos igualmente reclamar a
los historiadores que justifiquen su
función social, cosa que están lejos
de venir haciendo en temas de tanta
relevancia: de poco nos sirve una
ciencia social o histórica por mucha
verdad objetiva que diga buscar si
no contribuye a mejorar nuestro
bienestar moral colectivo.

Un buen comienzo en esta dirección
podría consistir en ofrecer al
público obras que, sin renunciar a
conocer a quienes vivieron bajo la
II República, asuman la distancia
moral y epistemológica que nos separa
de ellos. Frente al empirismo
rancio o al relativismo, la actividad
del historiador encuentra su mejor
contribución social en el compromiso
con una dramática doble lealtad,
hacia el presente, pero también hacia
el pasado, señalando a cada paso
nuestra tendencia a traducir los
valores dominantes en el pasado a
un lenguaje que, en buena medida,
es sólo nuestro. Una historia de los
años ‘30 que haga comprensible la
distancia cultural que nos separa de
nuestros antepasados, de sus aspiraciones
y motivaciones, es el mejor
homenaje que podemos hacer a los
muertos que todavía seguimos buscando,
y la mejor manera de, al confrontarnos
con ellos, tomar distancia
crítica de nuestras convenciones
presentes acerca de valores que solemos
considerar naturales y metahistóricos,
como la democracia, la
izquierda, etc. A diferencia de lo que
desearían algunos, nunca podremos
reproducir aquel escenario; pero sólo
en una actitud humilde aunque
crítica ante su conocimiento, y no
en supuestos valores consustanciales
a determinadas ideologías o a
una retórica científica, puede fructificar
una superioridad moral en la
izquierda de hoy y mañana.

Descripción: A partir de enero, entramos en el 75º aniversario de la II República española, y el 70º aniversario de la resistencia popular al golpe de Estado y de la revolución española. Las fricciones en torno a la apertura de fosas comunes fruto de la represión contra los derrotados, en torno al Archivo Histórico de Salamanca, o la aparición de textos revisionistas avalados por la 'derechona', nos indican que la memoria es también un espacio de confrontación política. Con el fin de fomentar la reflexión colectiva, iniciamos este debate.

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