La deuda como artefacto político

Tras la caída de Lehmann
Brothers muchos se apresuraron
a decretar la
muerte del régimen neoliberal.
Este juicio encerraba un error
interpretativo de bulto. El neoliberalismo
no es, en último análisis,
una doctrina económica preocupada
por fomentar un determinado
modelo de acumulación sino un
movimiento político que utiliza medios
económicos para concentrar
poder y recursos en las capas más
altas de la clase capitalista: los propietarios
de capital-dinero. En la

10/04/10 · 0:55

Tras la caída de Lehmann
Brothers muchos se apresuraron
a decretar la
muerte del régimen neoliberal.
Este juicio encerraba un error
interpretativo de bulto. El neoliberalismo
no es, en último análisis,
una doctrina económica preocupada
por fomentar un determinado
modelo de acumulación sino un
movimiento político que utiliza medios
económicos para concentrar
poder y recursos en las capas más
altas de la clase capitalista: los propietarios
de capital-dinero. En la
medida en la que en esta crisis no
se ha desarrollado una contestación
política a este esquema básico, podemos
decir que seguimos instalados
en esta peculiar forma de lucha
de clases en la que tan sólo los ricos
parecen capaces de luchar por la
distribución del producto social.

Las turbulencias actuales en torno
a la deuda pública son un buen
ejemplo de este proceso. Por una
convención neoliberal, los gobiernos
no pueden incrementar la presión
fiscal sobre el capital o sobre
los desorbitantes ingresos del 10%
más rico de los asalariados, el único
sector social en el que han crecido
los salarios reales en los últimos
años. Aceptado este dogma, buena
parte de los países europeos y Estados
Unidos se han lanzado a la obtención
de crédito en los mercados
financieros para pagar sus programas
anticrisis. Como consecuencia,
se ha abierto un proceso de competencia
entre las emisiones de bonos
de deuda pública, por un lado, y las
de deuda privada de las empresas,
por otro. Las relaciones entre los
bonos de deuda pública y privada
funcionan de forma pendular, en
circunstancias de inseguridad crece
la demanda de deuda pública
–más segura– del mismo modo que
en las fases de euforia financiera
crece la de bonos privados –más
rentables–. Cuando, como es el caso
actualmente, se alargan las turbulencias
económicas se produce
una expulsión de los demandantes
privados de deuda del acceso a la financiación
y, por lo tanto, una caída
de la rentabilidad que perciben
los agentes financieros.

Ortodoxia

Las agencias de rating se han convertido
en la punta de lanza política
de los intereses financieros, en
el intento, casi siempre exitoso, de
reconducir la mayor cantidad posible
de dinero público hacia las finanzas
y compensar las caídas de
rentabilidad que se producen por la
expulsión de las emisiones de deuda
privada. Por ejemplo, Standard
and Poor’s, en noviembre de 2009,
aumentó unilateralmente la prima
de riesgo de España, esto es, el coste
del endeudamiento, provocando
de inmediato un aumento del mismo
cercano a 1.500 millones de euros.

Para hacerse una idea de lo
que supone esta cantidad hay que
tener en cuenta que la ampliación
del seguro de desempleo en verano
de 2009, a la que se responsabilizó
del aumento del déficit público,
costó 1.300 millones. Cualquier
desviación, real o percibida, de la
ortodoxia de los criterios de Maastricht
es buena para captar más
fondos públicos. La gran mayoría
de los expertos y medios de comunicación
y la totalidad de la clase
política prefieren que esta situación
se lea en términos más familiares,
responsabilizando o aplaudiendo
a los programas de estabilidad
de la Unión Europea que
marcan los límites del déficit público.
Pero lo cierto es que estas
prescripciones no han sido efectivas
más que cuando el propio sector
financiero así lo ha exigido. De
hecho, hay buenos motivos para
pensar que, hoy por hoy, las políticas
de estabilidad de la UE son
poco más que un caparazón ideológico
en el que se han escondido
los mercados financieros para dar
legitimidad a sus intereses.

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