La democracia será “escrachada” o no será

En estos tiempos en que la política de movimiento se abre paso subsumiendo en su seno notables y partidos, nuestro léxico se va enriqueciendo a golpe de acción colectiva y desobediencia. Basta con echar una visual a los medios para comprobar que el término ‘escrache’ se ha convertido en catalizador discursivo del momento. El significante cuya sola presencia organiza todo el debate.

, Editor en Artefakte y profesor en la Universitat de Girona
02/04/13 · 19:27
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En estos tiempos en que la política de movimiento se abre paso subsumiendo en su seno notables y partidos, nuestro léxico se va enriqueciendo a golpe de acción colectiva y desobediencia. Basta con echar una visual a los medios para comprobar que el término ‘escrache’ se ha convertido en catalizador discursivo del momento. El significante cuya sola presencia organiza todo el debate. Con el escrache sólo hay dos posiciones posibles: a su favor y, por ende, en pro de la democratización, o en contra y, por tanto, en pro de consentir y favorecer la deriva cleptocrática del régimen.

Una presión política a la altura de una sociedad que ha comprendido que el régimen aplica un obsceno doble rasero para los sobres y los desahucios El escrache es la expresión de una práctica política a la altura de la ruptura constituyente. Si la desobediencia a los desahucios –también puesta en práctica por la PAH– era hasta cierto punto defensiva, apremiada por la urgencia de la solidaridad con las víctimas del régimen; el escrache se sitúa en el horizonte de una contraofensiva. De una presión política a la altura de una sociedad que ha comprendido que el régimen aplica un obsceno doble rasero para los sobres –y quienes los dan– y los desahucios –y quienes los padecen–. No es de sorprender, pues, que el ataque a los escraches haya sacado a relucir toda la artillería retórica del mando: desde las más ramplonas amenazas fascistas a Ada Colau, hasta los más refinados argumentos liberales sobre la defensa de la representación y la supuesta inadecuación del repertorio a los preceptos normativos de la democracia liberal –la misma, curiosamente (o no tanto) que nos ha traído hasta aquí–.

Poco importa; el hecho es que la política de movimiento se sigue abriendo camino y el régimen se ve abocado a tensionar al máximo su esfera pública para poder afrontar el desafío social. Más allá de la cuestión específica de las hipotecas, la PAH está demostrando ser el catalizador más importante de la democratización en décadas. Basta con evaluar algunos elementos destacados de su repertorio para comprender su éxito:
1) campaña contra los desahucios que abre una línea de fuga antagonista para el 15M,
2) recurso a la Iniciativa Legislativa Popular como forma de abrir brecha en el régimen,
3) puesta en marcha la campaña de escraches para pasar a la contraofensiva; y last, but not least,
4) expropiación de edificios como el de Salt (Girona) no ya solo para hacer efectivo un derecho –reconocido incluso por la constitución formal–, sino para producir los comunes que requiere la constitución material sobre la que poder instaurar una república del 99%.

Doble salto mortal

Mientras el mando persiste en orquestar su espectáculo, intentando en vano contener la movilización, la estrategia de la PAH toca hueso y muestra, por la única vía posible –los hechos–, cómo se desarrolla un vector antagonista hasta hacer implosionar el régimen. Y aunque éste confíe en contener el conflicto en los márgenes del gobierno representativo y llevar a cabo la doble acomodación doméstica e internacional del reino a las exigencias de la troika y la perpetuación de la lumpenoligarquía, fuera emerge ya la constitución de los comunes, la república del 99%.

El mando confía en lograr a medio plazo un doble salto mortal: por una parte, la catarsis regeneradora del régimen a medio plazo; por otra, la satisfacción de la troika en lo inmediato. Gracias a los escraches, impedírselo es cada día más fácil. Por más que las grietas que hoy se abren en la esfera de la política institucionalizada en el régimen pueden parecer insuficientes desde su propia métrica, fuera de él progresa ya una tensión cada vez más difícil de encauzar.

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